'Dios salve a Am¨¦rica'
El autor critica la reacci¨®n conservadora de parte de los dirigentes estadounidenses tras el 11-S, y afirma que no es asfixiando las libertades como se logra la seguridad
Cuando los ciudadanos de las colonias inglesas del norte de Am¨¦rica se proclamaron independientes en su Declaraci¨®n de 4 de julio de 1776, invocaron a las leyes de la naturaleza y al dios de esa naturaleza. No dudaron de la igualdad de los hombres y que su creador les atribuye determinados derechos inalienables entre los que se encuentran la vida, la libertad y la b¨²squeda de la felicidad.
Ya a?os antes (1701), la Carta de Privilegios de Pensilvania recog¨ªa el profundo esp¨ªritu religioso que impregnaba a sus redactores que no omitieron continuas referencias al Dios todopoderoso, creador, se?or y gobernador del mundo.
La Constituci¨®n que proclamaron en la convenci¨®n del 17 de septiembre de 1787 se centr¨® fundamentalmente en la estructuraci¨®n del Poder Legislativo, Ejecutivo y Judicial. A partir de esta base fundamental, se fueron incorporando enmiendas articuladas que forjaron y permitieron a los ciudadanos el ejercicio de sus libertades y el reconocimiento de su dignidad, constituyendo un patrimonio irrenunciable no s¨®lo del pueblo americano, sino de cualquier naci¨®n que quiera establecer una convivencia en libertad dentro de una democracia amparada por la primac¨ªa de la ley y garantizada por la tutela de los jueces. Su implantaci¨®n en la actividad cotidiana de los ciudadanos norteamericanos configur¨® en su momento una sociedad que estaba orgullosa de sus libertades y las exig¨ªan y defend¨ªan frente a las arbitrariedades del poder.
'Las jaulas de Guant¨¢namo no son la expresi¨®n de un nuevo orden mundial'
Este sentimiento colectivo, mayoritariamente asumido, llev¨® a sus dirigentes a defender estos derechos incluso en otros pa¨ªses del mundo, en los que la aparici¨®n del totalitarismo abri¨® el paso a reg¨ªmenes que vulneraban los derechos fundamentales de la persona, someti¨¦ndolos al poder omn¨ªmodo del aparato estatal.
La historia reconocer¨¢ siempre la decisi¨®n de los gobernantes de los EE UU de enviar a sus j¨®venes a morir en las playas de Normand¨ªa para defender los valores en los que cre¨ªan y para liberar a los europeos del yugo del nazismo.
M¨¢s adelante, terminada la guerra con el sacrificio de millones de v¨ªctimas, supieron solidarizarse, en un acontecimiento hist¨®rico, con el pueblo alem¨¢n, cuya divisi¨®n y separaci¨®n por un muro constitu¨ªa la expresi¨®n m¨¢s lacerante de la diferente concepci¨®n del mundo que aparec¨ªa a uno y otro lado de una barrera ignominiosa. Tambi¨¦n en este momento EE UU estuvo presente en un acto simb¨®lico pero de inequ¨ªvoco compromiso. La imagen del presidente John Fitzgerald Kennedy subido a una plataforma, en la l¨ªnea de separaci¨®n de Berl¨ªn, para gritar al mundo que ¨¦l 'tambi¨¦n era un berlin¨¦s', permanecer¨¢ en el recuerdo de todos los que creemos en las libertades, pero tambi¨¦n en la igualdad y la justicia social.
El ya largo devenir de la historia ha producido cambios, desigualdades, desilusiones y retrocesos. El poder pol¨ªtico ha tratado de justificar sus decisiones prometiendo a los ciudadanos una mayor seguridad, si renunciaban total o parcialmente a sus libertades. La b¨²squeda de la justicia social ha quedado relegada ante la existencia de otras prioridades que obligaban a concentrar los recursos en las pol¨ªticas de la seguridad. La utilizaci¨®n ancestral del terrorismo como m¨¦todo para alcanzar los m¨¢s variados objetivos pol¨ªticos ha servido a los gobernantes para desviar la atenci¨®n de los problemas fundamentales. No obstante, y a pesar de la brutalidad y desvar¨ªo de los terroristas, los ciudadanos siguen diciendo en las encuestas que su principal preocupaci¨®n es el paro.
Cuando el 11 de septiembre de 2001 un grupo fan¨¢tico de iluminados conmocion¨® al mundo con el triple atentado que pudo ser visualizado por millones de espectadores, que ve¨ªamos at¨®nitos una realidad que cre¨ªamos de ficci¨®n, todos los seres humanos nos identificamos con el dolor y la tragedia que est¨¢bamos contemplando en directo. El diario franc¨¦s Le Monde, cuya orientaci¨®n de izquierdas le hace ser cr¨ªtico con la pol¨ªtica actual norteamericana, escribi¨® al d¨ªa siguiente un editorial titulado Todos somos americanos, cuyo contenido suscribimos todos los hombres y mujeres que sentimos profundamente el valor de la vida y rechazamos tajantemente el terror.
Es precisamente este sentimiento de solidaridad el que nos coloca en una situaci¨®n dif¨ªcil y contradictoria para asimilar o respaldar, aunque sea m¨ªnimamente, la reacci¨®n ultraconservadora de gran parte de los dirigentes norteamericanos, que, lejos de reafirmarse en la superioridad de los valores de la libertad, ha emprendido una pol¨ªtica basada en la inoculaci¨®n del virus de la intimidaci¨®n y del temor en todos los ciudadanos, para que condicionados por el miedo a la libertad les entreguen todos los poderes necesarios para reducirlas e incluso eliminarlas. No es asfixiando las libertades como se consigue la seguridad. Al final de este peligroso y ya experimentado recorrido, nos encontraremos con un mundo en el que el derecho y los encargados de aplicarlo, los jueces, se conviertan en un obst¨¢culo para la falsamente prometida garant¨ªa de la seguridad.
Las jaulas de Guant¨¢namo no son, afortunadamente, la expresi¨®n de un nuevo orden mundial, sino la reminiscencia hist¨®rica de la prisi¨®n de La Bastilla trasladada al mar Caribe.
No quiero ser pesimista. Creo que la historia nos muestra ejemplos abundantes de situaciones hist¨®ricas similares. El mundo no gir¨®, como dicen algunos con pretenciosa ret¨®rica literaria y equivocada visi¨®n hist¨®rica, el 11 de septiembre, su verdadero rumbo hist¨®rico comienza cuando los buenos ciudadanos de los Estados Unidos proclamaron que todos los hombres son iguales.
Es una costumbre muy enraizada en el sentimiento de los norteamericanos invocar la bendici¨®n de Dios para su pa¨ªs. Ante el panorama de regresi¨®n y conculcaci¨®n de los derechos humanos que en este momento se observan en el Estado l¨ªder mundial, al resto de los mortales no nos queda otra salida que gritar, de manera semejante a los constituyentes norteamericanos: 'Dios salve a Am¨¦rica', y de paso a todos nosotros.
Jos¨¦ Antonio Mart¨ªn Pall¨ªn es magistrado del Tribunal Supremo.
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