Una gaviota no hace verano
Uno. ?Qu¨¦ impresionante obra maestra sigue siendo La gaviota! Ch¨¦jov busc¨® (y encontr¨®) una nueva forma art¨ªstica, liberando a su material de las reglas y servidumbres de la teatralidad superficial para impregnarlo de los ritmos y efectos (lenta erosi¨®n, imprevisibilidad, simultaneidad de lo c¨®mico y lo dram¨¢tico) de la verdadera vida. Una ejemplar tarea de extrema econom¨ªa teatral, a caballo entre la esencializaci¨®n de la poes¨ªa y un deliberado prosa¨ªsmo que act¨²a, casi alqu¨ªmicamente, por contraste; un delicado juego de equilibrios entre lo vulgar y lo sublime, lo trivial y lo b¨¢sico. Detectamos las semillas de la planta futura o el presagio de la detonaci¨®n, y cuando la detonaci¨®n se produce llega siempre contrapesada por una banalidad que la diluye en un contexto indiferente, en una doble operaci¨®n que por un lado la rebaja, amputando cualquier grasa sentimentaloide o grandilocuente, y por otro intensifica, por contraste, su sentido.
Se comprende muy bien, pues, que La gaviota fuera en su momento escandalosamente malinterpretada. De entrada, Ch¨¦jov contraviene los sagrados preceptos de la dramaturgia: 'Quiero', escribi¨®, 'comenzarla forte y acabarla pianissimo'. El forte corresponde a los tres primeros actos, que transcurren en apenas una semana; luego viene un lapso de dos a?os, y se cierra con el pianissimo del cuarto acto. No es la menor de sus audacias. Otras ser¨ªan tomar un material cercano al melodrama rom¨¢ntico y desafiar las expectativas del p¨²blico extirpando radicalmente sus morceaux de bravoure, casi todos en off: la historia de amor de Trigorin y Nina; la desastrosa carrera de ¨¦sta y la muerte de su hijo; el suicidio de Treplev. O desenfocar el supuesto 'tema' principal -la relaci¨®n Nina/Treplev/Trigorin- por medio de una serie de personajes y escenas te¨®ricamente laterales o 'de fondo', de di¨¢logos como puntas de iceberg, en beneficio de la atm¨®sfera de circularidad y la concepci¨®n coral de la pieza, como pinceladas de un vasto retablo impresionista o instrumentos musicales de una partitura en la que cada uno toca, a su manera, la misma canci¨®n; una canci¨®n que nos habla, con desesperado vitalismo, del paso del tiempo como aniquilador de ilusiones y esperanzas, de los peque?os ego¨ªsmos que detonan enormes cat¨¢strofes, de las oscilaciones del coraz¨®n y los malentendidos de la existencia; de, como dec¨ªa el bolero, 'todo lo que pudo haber sido y no fue'. En La gaviota casi todo sucede en los intersticios y no hay h¨¦roes ni villanos claros, sino personajes que no escuchan y que han olvidado frente a otros que no quieren olvidar, o que escuchan en su interior demasiadas voces.
Dos. La gaviota que se ha presentado en el Alb¨¦niz, en una cuidada producci¨®n del Teatro de la Danza, es una propuesta m¨¢s que digna pero, a mi juicio, insuficiente. Amelia Ochandiano, su directora, consigue que el texto fluya sin embarrancarse y logra mostrar con claridad las estrategias de Ch¨¦jov, dejando que el espectador saque sus propias conclusiones a partir de los actos de los personajes, pero se le escapa la modulaci¨®n de ese tempo que ha de ser lento sin ser l¨¢nguido, que ha de producir la sensaci¨®n de haberse detenido mientras en su interior se agitan continuas y renovadas turbulencias. Carme El¨ªas, la mejor del reparto, es tambi¨¦n la mejor dirigida, matizando las m¨²ltiples caras de Arkadina, una superviviente nata, luminosa y vulgar, maternal y manipuladora, l¨²cida y monstruosamente ego¨ªsta. Al Trigorin de Pedro Casablanc, en cambio, le falta definici¨®n -se ha esfumado la intensidad obsesiva del personaje, y ese poder de seducci¨®n que fascina a sus dos amantes- y le sobra blandura, algo sorprendente a tenor de su excelente trabajo en la serie Polic¨ªas. Hay tambi¨¦n un peligroso desequilibrio en el enfoque de los presuntos secundarios. A un lado tenemos a Jordi Dauder, un Dorn sobrio, duro y comprensivo; a Goizalde N¨²?ez, una Masha clara y llena de sencilla verdad, y a Juan Antonio Quintana, un Sorin que a ratos parece querer calzarse el perfil de Rafael Alonso pero que resuelve su composici¨®n, un tanto externa, 'a la antigua', exhalando vulnerabilidad y toneladas de oficio. Por otra parte, Schamraev (Chema Mazo), Polina (Marta Fern¨¢ndez-Muro) y Medvedenko (Sergio Otegui) rozan la caricatura, y sus tonos, de puro coloquiales, bordean el casticismo, como si estuvieran en una obra de Arniches. Silvia Abascal (Nina) y Roberto Enr¨ªquez (Treplev) se enfrentan, como suele suceder, al m¨¢s alto envite de Ch¨¦jov. Son personajes de dificil¨ªsima resoluci¨®n, porque exigen int¨¦rpretes que han de ser muy j¨®venes y poseer, al mismo tiempo, una extrema habilidad t¨¦cnica, especialmente en el cuarto acto, un aut¨¦ntico despe?adero del que muy pocos logran salir indemnes. As¨ª, Treplev ha de romperse interiormente ante nuestros ojos, devastado por varios golpes sucesivos, el ¨²ltimo de los cuales es el pat¨¦tico retorno de Nina, sin apenas texto para expresar su ca¨ªda y trabajando 'en plano general', mientras que ella ha de transmitir su desolaci¨®n de golpe y en un mon¨®logo endiablado que en s¨ª mismo es una alucinada representaci¨®n de hero¨ªna rom¨¢ntica, algo as¨ª como la Bovary zambull¨¦ndose en el personaje que la ha llevado a la ruina. Para decirlo brevemente, Roberto Enr¨ªquez y Silvia Abascal, dos actores con sensibilidad pero sin excesiva hondura, apenas logran ir m¨¢s all¨¢ de la melancol¨ªa de dos amantes separados por la vida. Con todo, y a la espera de ver el Paris 1940 de Flotats la semana pr¨®xima, me atrever¨ªa a decir que esta Gaviota es uno de los mejores empe?os de la actual cartelera madrile?a.
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