Algo m¨¢s que civismo
Jos¨¦ Antonio y Mar¨ªa perdieron a su hija Klara el 27 de mayo de 2000. Ten¨ªa 16 a?os y la mirada inquieta de quien estrena la vida. A Klara no se la llev¨® ni un est¨²pido accidente de moto, ni una s¨²bita enfermedad, sino un crimen horroroso a manos de dos compa?eras de Instituto, Raquel e Iria. Invocando la antigua amistad, convencieron a Klara para una velada en el solitario descampado de El Barrero, a las afueras de San Fernando, C¨¢diz. Una vez all¨ª, ejecutaron un minucioso plan destinado a experimentar -seg¨²n su propia confesi¨®n- "lo que se siente matando". Consiguieron inmovilizarla y se cebaron con ella a pu?aladas. Jos¨¦ Antonio, su padre, est¨¢ convencido de que a Klara, m¨¢s que las pu?aladas le tuvo que doler la brutal traici¨®n, el derrumbamiento en s¨®lo unos instantes de la confianza, del sentido de la amistad, en suma, de los mejores sentimientos .
Los padres de la joven de San Fernando asesinada dedicar¨¢n sus esfuerzos al apoyo a las v¨ªctimas de la violencia
As¨ª les pas¨® tambi¨¦n a ellos, m¨¢s all¨¢ de la desolaci¨®n moment¨¢nea, del golpe seco, de la amputaci¨®n f¨ªsica que supone que a unos padres se les arrebate de esa manera a una hija. Cuando ocurre algo as¨ª, es imposible que nadie pueda, aunque quiera, acompa?arles en el sentimiento, porque el dolor es el m¨¢s personal e intransferible de los sentimientos. Es imposible tener la medida de ese dolor. S¨®lo cabe una cierta aproximaci¨®n a partir de la propia experiencia. Pensando en eso, me viene a la memoria lo sucedido a mi hija cuando apenas ten¨ªa un a?o: el dedo pulgar se le qued¨® atrapado en la bandeja del coche al abrir yo mismo el port¨®n trasero. A pesar de que en seguida fue curada y en pocos minutos recuper¨® su habitual alegr¨ªa, la sola probabilidad de alguna secuela me tuvo en vela toda la noche. Y llor¨¦, s¨ª, era yo quien lloraba y lloraba como un ni?o en el vano intento de liberar el nudo de amargura y de impotencia que me atenazaba la garganta. Y fue s¨®lo un peque?o accidente. Con esa muestra en mi haber, el dolor imaginado de los padres de Klara desborda todos los c¨¢lculos, hace saltar todos los ¨ªndices. Hubiera sido perfectamente comprensible, al menos para m¨ª, haberles visto derivar hacia la locura, o naufragar en la depresi¨®n, o dejarse llevar por la venganza. Y sin embargo, Jos¨¦ Antonio y Mar¨ªa llevan dos a?os y medio guardando en el espacio m¨¢s privado de su casa y de sus corazones el desgarro, todo el dolor que jam¨¢s podr¨¢ ser aliviado, y est¨¢n entregados d¨ªa por d¨ªa a la lucha por mejorar la Ley del Menor que deja en el desamparo a las v¨ªctimas de asesinatos tan crueles como el de Klara. Ellos, mejor que nadie, saben que esa lucha no les devolver¨¢ a su hija, y, sin embargo persisten en la batalla, ahora con la reci¨¦n constituida Fundaci¨®n Klara Garc¨ªa Casado para la educaci¨®n en valores de la juventud y apoyo a las v¨ªctimas de la violencia.
Lejos de refugiarse en el rencor, los promotores de la Fundaci¨®n apuestan por que las relaciones entre los j¨®venes est¨¦n inspiradas en "la solidaridad y el compa?erismo, en la tolerancia y el respeto mutuo". En vez de atrincherarse en el victimismo, Mar¨ªa y Jos¨¦ Antonio han optado por comprometerse activamente en el "asesoramiento y ayuda a las v¨ªctimas de la violencia, especialmente aquellas ocasionadas por menores".
Es su manera de rendir tributo a la memoria de Klara. Y es algo m¨¢s que civismo. Es seguramente la m¨¢s generosa manifestaci¨®n de humanidad al reclamar una justicia que libre a otros del dolor que el infortunio puso sobre sus hombros. Pero, adem¨¢s y por eso, Jos¨¦ Antonio y Mar¨ªa representan con su ejemplo la esperanza de que pueda ser erradicada la siniestra violencia que nuestra propia sociedad genera. Esa violencia que conduce al crimen y mata la convivencia. La misma que a veces se aloja en la mente de los menores, haci¨¦ndoles dram¨¢ticamente maduros para el mal.
Paco Lobat¨®n es periodista.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.