Hablemos de escritores
Nada fascina m¨¢s a Vila-Matas que la dificultad para seguir creando. Como T. S. Eliot, pero desde otra perspectiva, quiere saber por qu¨¦ ese arte verbal que los cl¨¢sicos denominaron poes¨ªa y que ahora se llama literatura est¨¢ amenazado de extinci¨®n. Eliot atribuy¨® al narcisismo moderno que se complace en "contemplarse escribiendo" el agotamiento que sobre ella se cierne. Vila-Matas se detiene en otro narcisismo, el del no, calcado sobre ese personaje de Herman Melville, Bartleby, que egregios ensayistas -Borges, Agamben, Deleuze o el mismo Vila-Matas- han convertido en efigie de la retirada del mundo.
Lo singular de Vila-Matas es que transforma esa efigie y su multiplicada influencia en una extraordinaria comedia, sin m¨¢s trama que una especie de soliloquio interrumpido y recomenzado incesantemente. La dificultad de escribir es su tema, pero, desde luego, no es su registro: a su narrador lo que le importa es que, conscientes del significado del silencio, sus amigos, no obstante, hablen de la vida de la literatura. En realidad, su voz inconfundible y agil¨ªsima es fervorosamente jocosa y se muestra sin cesar: habla sobre los que no escriben, habla sobre las dificultades de escribir, habla sobre los escritores.
EL MAL DE MONTANO
Enrique Vila-Matas Anagrama. Barcelona, 2002 316 p¨¢ginas. 16 euros
De las dos l¨ªneas que suele practicar su narrativa -la novela de casualidades tramadas y la cr¨®nica de artista-, El mal de Montano no elige una, sino que combina las dos; no s¨®lo las combina, sino que las satura en una espiral de movimiento perpetuo. Empieza como cr¨®nica -el hijo de Montano y Montano mismo-, con ciertos toques unamunianos; sigue como enciclopedia de autores preferidos; inserta, en la tercera parte, el retrato del gran aventurero Tongoy, doble itinerante del artista; en la cuarta se vuelve reflexivo y cl¨¢sicamente proustiano: "Precisamente porque la literatura nos permite comprender la vida, nos deja fuera de ella". Por fin, en la quinta parte llega la madurez, la cena con los muertos: "Me acord¨¦ de un poema en el que los hombres y las mujeres de un pueblo llamado Spoon River cuentan, en peque?os epitafios que son autobiograf¨ªas, que son poemas, sus tristes vidas desde el cementerio en que yacen enterrados".
No es azaroso que aparezca Edgard Lee Masters, el m¨¢s elegiaco de los poetas norteamericanos de la primera mitad del siglo XX; marca el tono de preparaci¨®n para el funeral -siempre demorado- de la literatura como arte en peligro. Se puede entonces volver a preguntar: ?qu¨¦ peligro? Ser¨ªa superficial atribuirlo al mercado; ser¨ªa reaccionario acordar con T. S. Eliot y referirlo s¨®lo al narcisismo autorreflexivo del siglo XX. Pero, sobre todo, ser¨ªa irrelevante buscar la respuesta en El mal de Montano. La novela elude la contestaci¨®n y hace del desv¨ªo una afirmaci¨®n: Vila-Matas propone, precisamente, la supervivencia del arte y, sobre todo, la supervivencia de los artistas. Con su mezcla vitalista de ficci¨®n, reflexi¨®n y relato de viajes, la novela eleva la cr¨®nica -con la que empez¨®- a suprema exigencia gen¨¦rica. Hay que llevar el registro de una sociedad literaria tan abundante como apasionada; citas, opiniones y retratos de escritores -vivos y muertos, carnales y espectros- constituyen su cuerpo central; en ¨¦l, indirectamente, se escenifica la veneraci¨®n del arte. Que la veneraci¨®n tenga algo de danza macabra es un signo de los tiempos; aun as¨ª, el programa de Vila-Matas es el inverso del modelo de Bartleby, que no lo olvidemos, fue producto de una poderosa voluntad torrencial, la de Herman Melville. Y no deja de ser torrencial, tambi¨¦n, la amable sociabilidad conversada que El mal de Montano propugna y a la que invita.
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