Cosas que hacer antes de morir
Emprende Isabel Coixet en Mi vida sin m¨ª una de las m¨¢s arriesgadas aventuras del melodrama, la representaci¨®n desde dentro de una agon¨ªa, la llegada de la muerte observada desde la conciencia alertada de una mujer moribunda, que quiere poner orden en el desorden que ocurrir¨¢ en el mundo que la rodea cuande ella salga de ¨¦l en viaje sin vuelta. Es un dispositivo de estirpe tr¨¢gica, porque carece de resoluci¨®n dram¨¢tica optimista, pero est¨¢ atravesado por un pesimismo inteligente y consolador, que segrega libertad y mueve y conmueve, en una secuencia esponjosa y con capacidad de fort¨ªsimo contagio sentimental, que sit¨²a al espectador, cuando se adentra en la zona final del relato, en el borde del buen llanto, de la l¨¢grima dulce.
MI VIDA SIN M?
Direcci¨®n y gui¨®n: Isabel Coixet. Int¨¦rpretes: Sarah Polley, Leonor Watling, Amanda Plummer, Scott Speedman, Deborah Harry, Mark Ruffalo, Alfred Molina. G¨¦nero: drama. Espa?a-Canad¨¢, 2002. Duraci¨®n: 100 minutos.
En su arranque, y para una mirada epid¨¦rmica, esta intensa y emocionante pel¨ªcula espa?ola -coproducida con Canad¨¢, donde se rod¨®- puede parecer sacada de uno de los cajones de sastre que abastecen el cine independiente norteamericano, pero, a medida que se adentra en s¨ª misma, Mi vida sin m¨ª toma rumbo propio, no h¨ªbrido de escuelas y estilos ajenos, un rumbo que conduce a una pantalla intimista muy viva y libre, un ¨¢mbito no ostentoso sino pudoroso, que casi no se deja ver, sometido a la ley de la transparencia. Y cuanto all¨ª filma Coixet queda atrapado por la esponja de su sensibilidad y convertido en fuente de su estilo.
Se mueve siempre Coixet dentro de la idea argumental motora del filme: "Cosas que hay que hacer antes de morir"; y es emocionante por su sencillez la dura y grave escena en que Sarah Polley -admirable actriz canadiense, que esculpe este personaje y logra en ¨¦l momentos de gran delicadeza, al borde del milagro interpretativo de la transfiguraci¨®n- anota estas "cosas". Y la notable mujer, a¨²n casi una muchacha, vive algunas de ellas, como el arranque de su idilio con un compa?ero de lavander¨ªa, que tiene elegancia y exquisita graduaci¨®n; y la lenta y dolorosa mutaci¨®n que van experimentando sus v¨ªnculos familiares, mutaci¨®n que no ocurre en una escena concreta, sino en el tiempo o el flujo de la secuencia; y la escena de la grabaci¨®n de los mon¨®logos que la permitir¨¢n vivir despu¨¦s de muerta, que es una escena con perturbadora capacidad de encanto; y su doloroso rescate, en un admirable cara a cara con Alfred Molina, del padre encarcelado.
Estalla de vida la lenta agon¨ªa de la mujer, y la muerte se mueve por detr¨¢s de la imagen, silenciosa, discreta y pudorosamente, sin dejarla asomar su mordisco. Moviendo ritmos y personajes en el borde de lo cursi, Coixet hace un ejercicio de dominio de esa materia que mueve, pues no cae nunca en lo f¨¢cil y cada peque?o paso de la mujer hacia la muerte, por obvio que sea, tiene proporciones de inesperado. Es lo que ocurre en el magn¨ªfico despliegue de Leonor Watling, que va ganando entidad a medida que es enriquecida por la mirada de Sarah Polley, que la elige como futura madre de sus hijas. Hace falta, para mover un melodrama de tanta pureza sin caer en la exageraci¨®n, mucho tacto y sentido de la contenci¨®n. Y Coixet derrocha estas calidades indispensables para llevar a puerto un barco tan fr¨¢gil como el suyo, y las completa con el olfato que requiere la elaboraci¨®n de un reparto tan exacto como el que logra. Porque los int¨¦rpretes de Mi vida sin m¨ª son m¨¢s que el a?adido de una decena larga de magn¨ªficos rostros, son un todo, un prodigio de unidad colectiva, de delicada interacci¨®n.
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