Ni siquiera se llamaba Terenci
Este hombre que se ha ido deconstruyendo durante meses, conectado con la vida mediante toda clase de cables y v¨¢lvulas que le permit¨ªan respirar, pero tambi¨¦n mediante Internet, que le propiciaba seguir haciendo pedidos a Nueva York de iconos para sus m¨¢s sofisticados santorales laicos, pronunci¨® antes de morir una frase transgresora: "Dadme un ducados". El ¨²ltimo cigarrillo de su vida fue imaginado, imaginario por lo tanto, y convocaba con ¨¦l al causante m¨¢s aparente de su muerte, iniciada por un efisema pulmonar, desde una dualidad que s¨®lo pueden permitirse los h¨¦roes de ficci¨®n. S¨®lo los h¨¦roes de las ficciones complejas, y a la vez inocentes, pueden estar convencidos de que mueren y no mueren, de que fumar es a la vez un suicidio y una resurrecci¨®n. Pensemos que ni siquiera se llamaba Terenci, sino Ram¨®n, que despu¨¦s del divorcio homosexual m¨¢s importante de su vida hab¨ªa practicado el culturismo para poder hacerse fotograf¨ªas disfrazado de centuri¨®n romano, tal vez Cuadrato, el h¨¦roe de Fabiola del cardenal Wasserman, que trat¨® de salvar del martirio a san Tarsicio in¨²tilmente.
No s¨®lo no se llamaba Terenci, sino que irrumpi¨® en la literatura catalana en un a?o famoso, 1968, mediante una novela, La torre dels vicis capitals, seguida de Onades sobre una roca deserta, y no lo hizo vestido de centuri¨®n romano o de rey de Egipto, su m¨¢s secreta ambici¨®n, sino de Truman Capote, un Truman Capote necesario en el ¨¢mbito de la cultura y la pol¨ªtica catalana, empe?ada por entonces en la consigna volem bisbes catalans, es decir, queremos obispos catalanes. A Moix le importaba un comino que los obispos de Barcelona fueran o no catalanes, bastaba con que fueran obispos para ser plenamente significantes. Como alternativa ¨¦l propon¨ªa volem Trumans Capotes catalans y cre¨® esta necesidad, es decir, represent¨® una alternativa transgresora y enriquecedora de una cultura tan castigada por el franquismo y la autocontenci¨®n. Despu¨¦s se abri¨® la gabardina y nos ense?¨® todos sus mestizajes consecuencia de ser un muchacho, escritor na?f del barrio m¨¢s deca¨ªdo de Barcelona, antes Barrio Chino, ahora, m¨¢s o menos, Raval; adolescente sensible educado en el tecnicolor de cines olorosos a zotal y animados por pajilleras, sic, de posguerra, al servicio del poco poder adquisitivo de sus clientes, adictos al SOE, es decir, al Servicio Obligatorio de Enfermedad. Sobre las ruinas de uno de sus cines de infancia se ha construido la actual Edicions 62, y lo s¨¦ porque yo nac¨ª por all¨ª, en la calle Botella; muy cerca, Maruja Torres tambi¨¦n, en la de San Rafael; Benet i Jornet, a cuatro pasos, y en la cercana plaza del Padr¨®, V¨ªctor Mora, novelista urdidor del Capit¨¢n Trueno. Terenci lo aprendi¨® casi todo en cines como el C¨¦ntrico, tambi¨¦n en el Mercado de Sant Antoni de libros viejos y tebeos, c¨®mics m¨¢s tarde, cancioneros, volantes de propaganda de pel¨ªculas so?adas, cromos, libros, libros, libros; el hombre es lo que come, y el escritor, lo que lee.
Desde estos sustratos, Terenci, que se llamaba Ram¨®n, no lo olvidemos, se fue a por los cuatro puntos cardinales que crucifican la tierra y all¨ª estaban Pasolini o Montserrat Caball¨¦ o N¨²ria Espert o Lauren Bacall o Elizabeth Taylor usurpando el papel de Cleopatra. Na?f y globalizado, Terenci ya estuvo en condiciones de provocar el prodigio de su transubstanciaci¨®n hasta ser Terenci del Nil, virtual emperador de una dinast¨ªa virtual, y a la vez Bob Fosse convocando el espect¨¢culo y dando entrada y reflector a Lauren Bacall o Sarita Montiel o sab¨¢ticamente refugiado en su santuario de cultura visual, todo preparado para ver pel¨ªculas hasta entrada la noche y en invierno viajar hacia el sur.
Cuando le sali¨® lo del enfisema dej¨® el tabaco y lo pregon¨® mediante un art¨ªculo expiatorio y memorable publicado en EL PA?S. Luego volvi¨® a fumar y lo hac¨ªa incluso cuando estaba entubado, como si nadie le viera, como si no se viera tampoco a s¨ª mismo. Seguro que no se ha tratado de un suicidio, sino de un error de c¨¢lculo po¨¦tico. De su boca sali¨® un ¨²ltimo fumetto donde constaba: "Dadme un ducados", y Terenci del Nil sigue, seguir¨¢ all¨ª, pidiendo ducados a su hermana Ana Mar¨ªa o a In¨¦s, su decisiva secretaria, siempre a la espera del pr¨®ximo p¨®ster que le llegar¨¢ de Nueva York.
Pero Ram¨®n ha muerto. Ram¨®n Moix ha muerto.
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