El lenguaje del vac¨ªo
Mi primer encuentro con la obra de Oteiza tuvo lugar a finales de los sesenta, a trav¨¦s de la revista Nueva Forma. Tres a?os m¨¢s tarde tuve la oportunidad de asomarme al hueco estremecedor de una de sus cajas metaf¨ªsicas... No he olvidado aquella primera emoci¨®n sobrecogedora, producida por la presencia activa del vac¨ªo de aquella discreta y aparentemente fr¨ªa estructura. Siempre me cre¨ª negado para la emoci¨®n de la escultura.
Oteiza me mostr¨® entonces una nueva expresividad de la forma, un nuevo y espiritual lenguaje del espacio: de aquel espacio que se configura en la ausencia de la forma. Una emoci¨®n semejante experiment¨¦, dos a?os m¨¢s tarde (en 1966), en mi primer encuentro con Abesti G¨®gora IV, de Chillida, en el Museo Abstracto de Cuenca: aquella potente y c¨¢lida madera ¨¢vida de espacios. Experiencias fuertes de juventud que marcan para toda una vida.
En 1975 conoc¨ª personalmente a Oteiza, de la mano del entra?able maestro Jos¨¦ Mar¨ªa Moreno Galv¨¢n.
Desde 1973, a?o en el que inaugur¨¦ mi primera galer¨ªa, me persigui¨® la obsesi¨®n de mostrar la obra de Oteiza.
Homenaje
El pasado a?o -cuarenta a?os m¨¢s tarde del primer encuentro con su obra- decid¨ª culminar mi sue?o y, sobreponi¨¦ndome a mi exterminador y natural pudor, le visit¨¦ en su modesta residencia de Zarautz.
Aprob¨® mi proyecto: un sencillo homenaje en mi espacio de Arco, que culminar¨ªa en una exposici¨®n m¨¢s amplia en mi galer¨ªa de Conde de Xiquena. Se comprender¨¢ si digo que fue para m¨ª un d¨ªa memorable.
Luego nos acercamos a Orio (su pueblo natal), donde se preparaba un espacio urbano para colocar una de sus obras. Me sorprendi¨® su agilidad y lucidez al corregir, de un vistazo, la ubicaci¨®n prevista de su obra.
Luego, la comida, su conversaci¨®n, su fina iron¨ªa, su coqueteo con la muerte, su buen apetito y, finalmente, un buen puro y la inevitable copa de co?ac.
Las exposiciones se realizaron de acuerdo con el plan previsto. Las obras que se expusieron entre ambas muestras -18 piezas de los a?os 1956 a 1959- me las cedieron para la ocasi¨®n algunos coleccionistas amigos.
Tras la experiencia he comprendido que lo que realmente anhelaba era convivir, al menos por un tiempo, con aquella magn¨ªfica obra y revivir nuevamente aquella primera emoci¨®n.
Antonio Mach¨®n Durango es galerista.
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