H¨¦roes y 'txakurras'
La semana pasada fue juzgado un etarra acusado de haber colaborado en el asesinato de un polic¨ªa. Otra vez se repet¨ªa la escena vista tantas veces en televisi¨®n, el acusado tras el cristal blindado, riendo y charlando con sus amigos, haciendo p¨²blico desprecio del tribunal y de las v¨ªctimas causadas por sus actos.
Al preguntarle el fiscal por el asesinato en el que estaba implicado, respondi¨® que lo ¨²nico que recordaba es que "a un txakurra le dieron en el batzoki, y me re¨ª un mont¨®n viendo a Arzalluz en televisi¨®n, que ten¨ªa un rebote de la hostia".
Esta vez, m¨¢s que otras, parec¨ªan reunidos los principales personajes de una tragedia. El primero, cuya ausencia le hac¨ªa todav¨ªa m¨¢s presente, era la v¨ªctima, un polic¨ªa nacional de nombre Jos¨¦ Santana. Este hombre hab¨ªa intentado integrarse en el pueblo donde resid¨ªa, hasta el punto de tener amigos nacionalistas, con los que jugaba regularmente a las cartas en el local social del PNV, el batzoki de Berango. Quiz¨¢s crey¨® que esos amigos le proteger¨ªan llegado el caso o que la respetabilidad del local le cobijar¨ªa. O crey¨® que Dios cuidar¨ªa de ¨¦l. Al fin y al cabo, el lugar en que jugaban al mus estaba presidido por un escudo que pon¨ªa en euskera "Dios y leyes viejas".
Que se encontrase en un 'batzoki', jugando al mus no lo hac¨ªa menos despreciableH¨¦roes y 'txakurras'
?En manos de qui¨¦n est¨¢ la vida de quienes carecemos de armas?
Pero me resisto a aceptar que un polic¨ªa instruido y armado para proteger la vida de otros ciudadanos creyera que su propia vida "est¨¢ en manos de Dios". Porque entonces, ?en manos de qui¨¦n est¨¢ la vida de quienes carecemos de armas? Yo antes de dejar en manos de un dios esta parte de mi vida que no place a los terroristas, deber¨ªa elegir con gran cuidado la divinidad en quien confiar la tutela de un bien tan preciado, no resulte ser el Dios de Bin Laden o el que se ocupa del batzoki de Berango.
Naturalmente que Arzalluz se cogi¨® un rebote. A ¨¦l no le gusta que los etarras maten a nadie en ning¨²n sitio. Y menos en un batzoki. Aquello fue una groser¨ªa. Cuando los etarras asesinan, siempre buscan m¨¢s que nada dos cosas: poner en un compromiso al PNV y dar votos al PP. Eso al menos me explic¨® una se?ora entrada en a?os, parroquiana de un batzoki como el de Berango.
Mientras Jos¨¦ jugaba con sus vecinos al mus, ETA jugaba con el PNV al front¨®n, lanzando el cuerpo del polic¨ªa contra la pared. ?A ver si alcanzas esa! Seguramente por eso el etarra se ri¨® un mont¨®n al ver el rebote que cog¨ªa Arzalluz por esa brillante dejada en el txoko.
As¨ª todo queda en casa. Salvo las v¨ªctimas de ese juego macabro que, como Jos¨¦, fueron llevadas fuera, a su lugar de nacimiento. Ahora que las v¨ªctimas son cada vez m¨¢s de casa, sus familiares irrumpen gritando "?basta ya!" en el front¨®n y se atreven a rechazar el p¨¦same del lehendakari.
Pero sigamos con los personajes de este drama revivido en la audiencia. El acusado adopta la pose de indiferencia arrogante. Cuando entr¨® en ETA dej¨® de ser un tipo vulgar para transformarse en un h¨¦roe. Es pues un mediador entre el cielo y el infierno. ?l no mat¨® a nadie, ni siquiera admite que colaborara en matar a nadie. Fue un instrumento, el brazo con el que el Pueblo sagrado destruye al txakurra, un ser del inframundo. Que no es exactamente un "perro" cualquiera sino un no-persona portador de la rabia y el odio contra el Pueblo. Que se encontrase en un batzoki, jugando al mus con los vecinos no lo hac¨ªa menos despreciable, sino m¨¢s, por su pretensi¨®n de infiltrarse aparentando un comportamiento humano. El etarra lo sabe, porque contempla el mundo a trav¨¦s de la mirada de su Pueblo.
Todo esto parece una locura pero no lo es. Porque se trata de una ideolog¨ªa compartida por m¨¢s de cien mil personas, incluso por quienes no apoyan la violencia de ETA, pero comparten la deshumanizaci¨®n del adversario pol¨ªtico y la sacralizaci¨®n del Pueblo como sujeto preeminente de derechos.
El etarra en el banquillo pod¨ªa sentir miedo de los largos a?os de c¨¢rcel que le aguardan, pero no sent¨ªa verg¨¹enza por sus actos. Sent¨ªa orgullo. Se ve¨ªa arropado por sus amigos y familiares, que representaban a muchos otros de sus compatriotas. Gentes que son de los suyos, porque comparten sus fines, unos de manera consecuente como ¨¦l, otros de forma m¨¢s inconsecuente y timorata, como los compa?eros de mus de aquel txakurra. Cuando se cans¨® de la "farsa de juicio" a la que le estaban obligando a asistir, el etarra se levant¨® y grit¨® "gora ETA". Sus vecinos y familiares contestaron tambi¨¦n "gora" y uno y otros miembros de la id¨¦ntica comunidad patri¨®tica fueron expulsados de la sala, lo que hicieron con la cabeza alta.
Mientras esa ideolog¨ªa de los sagrados fines patri¨®ticos siga siendo compartida, no faltar¨¢n j¨®venes que, enga?ados por la coherencia del pensamiento amigo-enemigo, se sientan tentados de dar sentido a su propia vida ofreci¨¦ndose como instrumento de una fuerza tan ilusionante como asesina.
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