Alboroto moral en 'The New York Times'
Me encontraba en una cena el domingo en que el New York Times solt¨® la bomba: un art¨ªculo sin precedentes de siete mil palabras sobre el ascenso y ca¨ªda de un joven reportero estrella, Jayson Blair, a quien acababan de despedir por plagio y por inventarse entrevistas; muchos de sus reportajes tuvieron lugar en sitios que ¨¦l nunca hab¨ªa visitado. El art¨ªculo que acab¨® con ¨¦l fue una entrevista inventada con la familia de Jessica Lynch (la soldado rescatada en Irak), m¨¢s una descripci¨®n igualmente inventada de su casa, incluyendo un jard¨ªn trasero con vacas inventadas. Los abogados asistentes a aquella cena observaron una poderosa mano legal detr¨¢s de la explicaci¨®n demasiado extensa y cuidadosa de los hechos. Es m¨¢s, Blair se hab¨ªa inventado una acusaci¨®n calumniosa contra el fiscal en el caso del francotirador de Washington, alegando que hab¨ªa impedido la confesi¨®n de un sospechoso.
Pero yo soy periodista, no abogada. Lo que me interesa acerca del art¨ªculo preventivo, que no del breve resumen posterior publicado por el Times sobre la tumultuosa reuni¨®n secreta (sin cobertura medi¨¢tica; incluso el reportero del Times estaba excluido) entre la redacci¨®n y la direcci¨®n celebrada en un antiguo cine cerca del Times, es lo poco que sabemos de qui¨¦n sab¨ªa qu¨¦ y cu¨¢ndo. ?Por qu¨¦ esta actitud de tanto secretismo? ?Ser¨¢ s¨®lo porque Blair es negro? Los periodistas mentirosos, blancos o negros, no son un fen¨®meno nuevo. El Washington Post despidi¨® hace casi dos d¨¦cadas a Janet Cooke cuando su reportaje, galardonado con el Pulitzer, result¨® ser completamente ficticio. Stephen Glass, a quien despidieron de The New Republic por sus invenciones, acaba de publicar una novela sobre sus correr¨ªas. (Famosos que lo son por fechor¨ªas ahora dan por sentado que ser¨¢n premiados por ellas con cantidades obscenamente grandes en concepto de anticipo. Parece que el agente de Jayson Blair ya est¨¢ intentando vender el libro y los derechos para cine de su historia. Monica Lewinski, ¨¦chate a un lado.)
En mi opini¨®n, el verdadero fracaso moral ocurri¨® hace m¨¢s de un a?o, cuando Jonathan Landman, el jefe de Local, hizo sonar la alarma acerca de Blair. Su nota dec¨ªa: "Tenemos que impedir que Jayson siga escribiendo para el Times. De inmediato". Se hizo caso omiso de esa advertencia, junto con otras hechas a la direcci¨®n. No conozco personalmente ni a Landman ni a Howell Raines, el director, pero me parece que la nota de Landman est¨¢ libre de la condescendencia con tintes raciales subyacente en el mea culpa de Raines.
En la muy breve rese?a del Times sobre la tormentosa reuni¨®n a puerta cerrada en torno al asunto Blair, se cita a Raines: "Nuestro peri¨®dico est¨¢ comprometido con la diversidad, y seg¨²n todos los informes parec¨ªa ser un joven y prometedor reportero perteneciente a una minor¨ªa... ?Significa esto que yo personalmente favoreciera a Blair? No de manera consciente. Pero ten¨¦is derecho a preguntar si yo, como hombre blanco de Alabama, con esas convicciones, le di una oportunidad de m¨¢s al no impedir que se uniera al equipo que cubr¨ªa la historia del francotirador. Cuando busco la verdad en el fondo de mi coraz¨®n, la respuesta es s¨ª".
En otras palabras, Raines (que hab¨ªa ganado el Pulitzer por un reportaje sobre su ni?era negra) ofrece su sensibilidad, su finura moral, como excusa para no escuchar a los jefes que supervisaban el trabajo de Blair. Ir¨®nicamente, aunque est¨¦ orgulloso de ser un luchador por los derechos civiles, Raines no parece ser capaz de ver m¨¢s all¨¢ de la "negritud" de Blair. Hay un buen n¨²mero de periodistas negros en el peri¨®dico; ?por qu¨¦ prestar tanta atenci¨®n a un joven periodista que, en el mejor de los casos, tiene problemas psicol¨®gicos graves, y en el peor, es un ladr¨®n? ?Es Raines tan poco consciente de que algunos de nuestros mejores escritores, cuya prosa alcanza niveles nunca superados por los blancos, Ralph Ellison, Richard Wright, Toni Morrison y James Bladwin, se sentir¨ªan escandalizados por el hecho de que un tramposo negro pueda ser protegido en nombre de los derechos civiles?
Raines es un sure?o de Alabama en una redacci¨®n del norte, y se dan malentedidos culturales. Es aguda la observaci¨®n de Hendrik Hertzberg en The New Yorker (un comentario similar a algunos que yo he hecho con frecuencia en EL PA?S) en el sentido de que los obsesivos ataques de Raines hacia Clinton (la animadversi¨®n y la rivalidad que siente un muchacho sure?o ambicioso por otro muchacho sure?o ambicioso) supusieron un perjuicio real, y son un tema mucho m¨¢s serio que el de Jayson Blair. Ciertamente, se da una transformaci¨®n profunda en el viaje del sur al norte; puede que los del norte nunca entiendan el grado hasta el cual algunos de los del sur definen su compromiso moral casi exclusivamente en t¨¦rminos de derechos civiles. Pero evidentemente, aquellos de la redacci¨®n que exigieron la dimisi¨®n de Raines por estar dirigiendo el peri¨®dico como un latifundista que administra sus dominios, sin interesarse por la opini¨®n y la experiencia de los trabajadores del diario, ten¨ªan la mirada puesta en otras cosas adem¨¢s de la protecci¨®n que Raines mostraba hacia Jayson Blair. Lo que a m¨ª me preocupa es que, incluso ahora, nosotros, los lectores del Times, no conocemos toda la historia. El art¨ªculo de confesi¨®n del Times sobre la reuni¨®n (o, m¨¢s precisamente, la rebeli¨®n) entre el personal y la direcci¨®n en el cine de Times Square s¨ª indica que muchos de los redactores y editores "salieron de la reuni¨®n diciendo que pasar¨ªan meses, o incluso a?os, antes de que el se?or Raines pudiera demostrar que es capaz de levantar la moral de una redacci¨®n". El art¨ªculo termina con una cita optimista de Joyce Purnick, descrita como la autora de las columnas Metro Matters
. Cosa que difumina el hecho de que Purnick, esposa de Max Frankel, ex director del diario, est¨¢ cercana a la direcci¨®n. Demasiado lac¨®nico para un peri¨®dico que insist¨ªa tan recientemente en que la direcci¨®n debe cargar con toda la responsabilidad del esc¨¢ndalo de Enron.
El Times es un gran peri¨®dico, y me acuerdo con nostalgia de la ¨¦poca, creo que en los sesenta, cuando, tras cuidadosas deliberaciones, el peri¨®dico decidi¨® publicar informaciones sobre torturas a pesar de que no era posible emplear los m¨¦todos convencionales de verificaci¨®n. Era un peri¨®dico serio. Para publicar reportajes sobre la tortura en lugares remotos, el peri¨®dico ten¨ªa que confiar plenamente en su redacci¨®n y en sus periodistas. Eso era antes de que se viera a s¨ª mismo ante todo como un inquieto veh¨ªculo de entretenimiento informativo.
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