1910-1926: llega la alta monta?a
Esta tumultuosa ¨¦poca estuvo marcada por la primera guerra mundial, que provoc¨® un par¨¦ntesis de cuatro a?os, entre 1915 y 1918, sin Tour de Francia. Si acaso la carrera era poco dura hasta entonces, la duraci¨®n de cada edici¨®n del Tour se extiende a dos semanas: en promedio, nada menos que 15 etapas de 14 horas de duraci¨®n para el vencedor. O lo que es lo mismo, 210 horas sobre el sill¨ªn en el mejor de los casos. Y una eternidad, 264 horas, para el farolillo rojo pues por aquel entonces no se descalificaba a los ciclistas que llegaban a la meta con varias horas de retraso con relaci¨®n al vencedor de la etapa.
Esta ¨¦poca es a¨²n m¨¢s heroica que la anterior. Muchas cosas no han cambiado desde la primera d¨¦cada de la carrera. Los ciclistas siguen pedaleando con los tubulares de repuesto anudados al torso y deben reparar ellos mismos sus propias aver¨ªas. En la edici¨®n de 1913, un coche derriba a Eug¨¨ne Cristophe y rompe su horquilla. Cristophe tiene que recorrer 14 kil¨®metros a pie hasta encontrar milagrosamente una forja donde soldar ¨¦l solo la horquilla rota. Consigue soldarla tras cuatro horas de trabajo, durante las cuales los comisarios del Tour no le quitan el ojo de encima.
Los planes s¨¢dicos de Armstrong
Eran dos autobuses separados por una decena de metros y eran dos mundos a miles de kil¨®metros de distancia. El d¨ªa de la contrarreloj por equipos es el d¨ªa que m¨¢s se sufre, que m¨¢s gente sufre, el d¨ªa que se sufre en equipo. Sufre el mec¨¢nico por si no ha hecho perfectamente su trabajo y las bicis empiezan a descuajeringarse en cadena a mitad de la carrera, sin posibilidad de reparaci¨®n; sufre el fabricante por si su riesgo, su idea, su dise?o de material para ganar unos gramos o un poco m¨¢s de belleza, termina en cat¨¢strofe; sufren los directores, los responsables, por si su t¨¢ctica, su decisi¨®n estrat¨¦gica que tanto esfuerzo debe regular se resuelve en caos e inquinas; sufren los ciclistas, que m¨¢s que ning¨²n d¨ªa son responsables ante s¨ª mismos y ante sus compa?eros. Pero si ese d¨ªa todo termina bien, se cumplen los objetivos, se alcanzan los sue?os, la celebraci¨®n, la felicidad conjunta, multiplica por mil la de la victoria individual. Tanto sufres tanto gozas. Por eso Armstrong es un s¨¢dico.
En el autob¨²s de la izquierda -mirando hacia la calle de la meta-, el del iBanesto.com, la fiesta comenz¨® nada m¨¢s terminar la contrarreloj. Arrastrados por tres potentes locomotoras rusas -fabricadas con los moldes de la escuela sovi¨¦tica: los tres son los tres primeros de la clasificaci¨®n de j¨®venes-, los vagones del equipo de Jos¨¦ Miguel Ech¨¢varri, que no fueron a remolque ni frenando, sino colaborando, hab¨ªan firmado la mejor prestaci¨®n desde los tiempos de Indurain. Cuando llegaron los corredores -sudorosos y asfixiados, pero dicharacheros- al autob¨²s, llegaban con el orgullo de ser el mejor equipo hasta el momento. Charlaban y comentaban la jugada. Mancebo, el l¨ªder, alucinaba con Karpets, el callado gigante ruso, con su fuerza descomunal, con sus relevos monumentales. "Seguirle era duro pero posible", dec¨ªa el ciclista de Navaluenga. "Pero pasarle era casi imposible. Me sub¨ªan m¨¢s las pulsaciones incluso cuando iba a rueda que cuando tiraba". Hablaban de tiempos, de sue?os. De que a la salida se conformaban con perder minuto y medio con el mejor -y hasta eso era un logro- y de que iban a llegar a la monta?a m¨¢s cerca que nunca -a 1.29m Mancebo- del ogro Armstrong. Tambi¨¦n se aplaud¨ªa a Mercado, el escalador granadino que, v¨ªctima de un empacho, se hab¨ªa quedado descolgado la v¨ªspera. Empez¨® Mercado sin dar relevos, a rueda, por precauci¨®n, pero en el kil¨®metro 10 ya reclam¨® su derecho a contribuir al esfuerzo com¨²n. Hasta el 20 no le dejaron. "Y yo estaba nervioso porque pensaba que les pod¨ªa hacer la pascua a los compa?eros", dec¨ªa. Pero nadie se amarg¨®, nadie les enfri¨® la alegr¨ªa, pese a que tres equipos les adelantaran al final.
En el autob¨²s de la derecha, el del ONCE-Eroski, todo era silencio y puertas cerradas. Cuando cruzaron la meta, lo hicieron mejorando por 35 segundos el tiempo del iBanesto.com y pensando -con fundamento, como su cocinero favorito- que la victoria les esperaba -un a?o m¨¢s: ser¨ªa la tercera vez en los ¨²ltimos cuatro a?os- al cabo de la tarde. Sus maillots amarillos brillaban, sus bicis negras y oro, perfectas, repulidas, refulg¨ªan. Sus caras eran un misterio. Habl¨® su l¨ªder, l¨ªder de la carrera in p¨¦ctore, Joseba Beloki. Habl¨® cauto, con estudiada prudencia, escondiendo sus emociones: "Si no llega hoy el amarillo ya vendr¨¢ en la monta?a". Lleg¨® otra cosa.
Con una precisi¨®n que asusta, con una crueldad fr¨ªa, con una puntualidad s¨¢dica, Lance Armstrong, llegado el momento, exactamente en el kil¨®metro 49 de la contrarreloj por equipos entre Joinville y Saint Dizier, en las suaves colinas de Champagne, aclar¨® las dudas a los esc¨¦pticos y dio satisfacci¨®n a los armstr¨®logos. El primer golpe del americano en el Tour del Centenario pill¨® a Manolo Saiz a punto de tocar el caramelo con la punta de la lengua. En el kil¨®metro 18, su equipo le sacaba al US Postal seis segundos, y los mismos seis segu¨ªan en el kil¨®metro 44,5. Llegaba entonces el territorio m¨¢s dif¨ªcil, el del viento de cara, cuando empiezan a pagarse los errores de medida. "Quer¨ªamos arriesgar desde el principio, pero sab¨ªamos que esta contrarreloj se ganaba en los ¨²ltimos kil¨®metros, cuando el US Postal nos ha demostrado que es un equipo m¨¢s compacto", dijo Beloki. Fue entonces cuando Bruyneel, el director del americano, toc¨® el silbato, cuando los fuertes cruzaron una mirada, se hicieron una se?a, y dieron comienzo al show. "Fue entonces cuando el boss empez¨® a dar relevos de un minuto", dijo Rubiera, el amigo asturiano de Armstrong. Fue cuando entraron a tope los grandes remolcadores, Hincapie, Landis, Ekimov, Pe?a. En los ¨²ltimos 25 kil¨®metros aventajaron en 36 segundos a los de Saiz. Tambi¨¦n empeque?ecieron al resto en su camino hacia su primer triunfo en una contrarreloj para equipos. Sin dudarlo, le dieron un manotazo -puro sadismo- al caramelo de Saiz, que s¨®lo pudo decir, con su cara m¨¢s triste -"se vive con tristeza la derrota cuando tienes cerca la victoria, porque te la empiezas a creer"-: "Por lo menos le hemos sacado 13 segundos a Ullrich".
El Tour atraviesa por primera vez los Pirineos (Tourmalet y Aubisque) en 1910 y los Alpes en 1911
Pero el hecho que marcar¨¢ para siempre la historia y la leyenda de la carrera es la aparici¨®n de las etapas de alta monta?a: el Tour atraviesa por primera vez los Pirineos (en 1910 se ascienden los m¨ªticos Tourmalet y Aubisque) y los Alpes (1911).
Algunos puertos de monta?a se asfaltan expresamente para la ocasi¨®n, pero en muchos otros los ciclistas deben penar por inh¨®spitas pistas de tierra y piedra, apenas transitadas por el hombre. ?De hecho algunos ciclistas tienen miedo de ser atacados por osos en plena ascensi¨®n!
Para colmo, los desarrollos utilizados por los corredores no son los m¨¢s apropiados. Para ascender el Tourmalet, Lucien Petit-Breton utiliza un desarrollo que permite un avance de unos 4,5 metros por pedalada. Demasiado duro para esos puertos, y m¨¢s si no estaban asfaltados. As¨ª, las im¨¢genes de la ¨¦poca muestran ciclistas dej¨¢ndose el alma en cada pedalada, subiendo los puertos a base de chepazos. En cambio, en sus grandes exhibiciones, como en la subida a Alpe d'Huez en el 2001, Lance Armstrong parece bailar sobre sus pedales, que mueve a toda velocidad con un desarrollo mucho m¨¢s ligero (39=23), con el que apenas consigue un avance de 3,6 metros por cada pedalada. As¨ª, no es de extra?ar que s¨®lo algunos corredores de la ¨¦poca, como Gustave Garrigou, fueran capaces de ascender el Tourmalet sin tener que bajarse de la bicicleta.
Tan duro es el Tour por aquellos tiempos que en promedio, s¨®lo 30 de los 122 valientes que toman la salida consiguen ver la Torre Eiffel. Entre ellos, un catal¨¢n, Jaime Janer, y un leon¨¦s, Victorino Otero, los primeros espa?oles que consiguen terminar un Tour, en 1924. Y eso, a pesar de correr como touristes-routiers independientes, y de no recibir el trato de favor, rozando la trampa, que la organizaci¨®n conced¨ªa a los profesionales, que ya corr¨ªan en equipos comerciales y que despu¨¦s de las etapas dorm¨ªan en hoteles de primera y dispon¨ªan de mec¨¢nico, masajista, y hasta m¨¦dico.
A los ciclistas se les empieza a conocer como les for?ats de la route (los esforzados de la ruta). Sobre todo, a los que consiguen llegar a Par¨ªs en Julio de 1926, despu¨¦s de recorrer nada menos que 5.745 kil¨®metros. Que por algo al Tour de aquel a?o se le conoce como le Tour de la souffran?e (el Tour del sufrimiento).
Mientras el Tour comienza a forjar su leyenda y los ciclistas se dejan el alma en sus monta?as, cient¨ªficos de todo el mundo empiezan a descubrir c¨®mo funciona el cuerpo humano en pleno ejercicio. En 1910, los daneses August Krogh y su esposa Mar¨ªa descifran c¨®mo, a trav¨¦s de un proceso llamado difusi¨®n, el ox¨ªgeno pasa del aire que hay en nuestros pulmones, a la sangre que circula por los mismos.
Adem¨¢s, August Krogh recibe el Premio Nobel en Medicina y Fisiolog¨ªa en 1920, por sus descubrimientos sobre la circulaci¨®n de la sangre en los m¨²sculos. Dos a?os m¨¢s tarde recibe el mismo galard¨®n uno de los padres de la Fisiolog¨ªa del ejercicio, el brit¨¢nico Sir Archibald V. Hill. A ¨¦l debemos muchos de los conceptos y variables que hoy en d¨ªa se utilizan rutinariamente para evaluar la condici¨®n f¨ªsica de los deportistas de alto nivel: por ejemplo, el consumo m¨¢ximo de ox¨ªgeno, o la deuda y el d¨¦ficit de ox¨ªgeno.
Alejandro Luc¨ªa es profesor de la Universidad Europea de Madrid.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.