Las muertas de la frontera
Las dunas del desierto esconden las entra?as del horror. Por el d¨ªa, como en el para¨ªso, el cielo se viste de esperanza, pero cuando los rayos del sol se topan con un sost¨¦n, un pu?ado de cabello oscuro, unas bragas o un zapato, el firmamento se inunda de una brisa azul, helada, que tarda en disiparse. Son las huellas del crimen. Olvidadas como sus muertas.
En Ciudad Ju¨¢rez, Chihuahua (M¨¦xico), frontera con El Paso, Tejas (Estados Unidos), las mujeres desaparecen al mismo ritmo con el que llegan del sur en busca del sue?o prometido: trabajar en una f¨¢brica maquiladora, de ensamblaje, a precios del Tercer Mundo: unos 40 pesos al d¨ªa (4 euros). Lo hacen mirando las puertas de Estados Unidos, mientras crean la riqueza que reclama el universo.
Benita Mon¨¢rrez habla con unas cenizas. Le dijeron que eran las de su hija. Las de Laura Berenice Ramos, que no sabe si est¨¢ viva o muerta
Sorprende el que casi todas las muchachas conozcan a alguien que ha desaparecido o ha muerto. Eso s¨ª, pobre, hermosa y joven
Las teor¨ªas en torno a los cr¨ªmenes en serie son varias: el comercio de v¨ªdeos pornogr¨¢ficos, los actos sat¨¢nicos, el narcotr¨¢fico e incluso el tr¨¢fico de ¨®rganos
Piel aterciopelada, melena, ojos risue?os: esqueleto podrido. Manos atadas, cuerpos violados y mutilados: asesinos impunes.
Son ya unas 300 mujeres las que han muerto en los ¨²ltimos 10 a?os en Ju¨¢rez. Y hay unas 400 desaparecidas. Ning¨²n condenado.
En esta pesadilla de lo ins¨®lito, todo es posible. Hasta lo inimaginable. Por ejemplo, cuando se encuentran osamentas y la presi¨®n social aumenta, las autoridades dan nombres a los huesos sin realizar ex¨¢menes cient¨ªficos, resucitando las esperanzas de unas madres cansadas de la agon¨ªa de no saber si han de rezar un cad¨¢ver o seguir buscando vida.
Lo hacen en tiempo r¨¦cord, en apenas dos o tres d¨ªas, en los que no s¨®lo se captura a los supuestos asesinos, sino que adem¨¢s estos confiesan con pelos y se?ales la descripci¨®n minuciosa que dieron los familiares de las v¨ªctimas a la polic¨ªa.
Amenazas a los incorruptibles
Si alg¨²n oficial incorruptible demuestra que los detenidos hab¨ªan confesado tras horas de tortura, la respuesta es la amenaza. Lo mismo ocurre si alguien se niega a falsear las pruebas que demuestren el crimen perfecto. Entonces es cuando el silencio vuelve y la tensi¨®n se impregna en el olor preferido de la muerte: la impunidad.
Benita Mon¨¢rrez habla con unas cenizas. Le dijeron que eran las de su hija. Las de Laura Berenice Ramos, que no sabe si est¨¢ viva o muerta. "El 21 de septiembre del 2001 desapareci¨® hacia las ocho de la tarde, cuando iba a llamar por tel¨¦fono. El 6 de noviembre anunciaron que apareci¨®. Yo no me puedo creer que en tan poco tiempo se convirtiera en puro hueso", dice.
Tras casi un a?o de espera, el examen del ADN confirm¨® lo que s¨®lo las madres intuyen: aquellos huesos no eran los que sus entra?as procrearon. El mismo resultado se repiti¨® en siete de los ocho cuerpos que fueron localizados con los de su supuesta hija.
A Mar¨ªa de Jes¨²s D¨ªaz Alba le entra la misma duda. Pero su hija, Silvia Guadalupe D¨ªaz, de 19 a?os, no tuvo una prueba de ADN. No le dejaron ver su cuerpo, que ya est¨¢ enterrado en el pante¨®n. No sabe qui¨¦n la mat¨® y "las muchachas siguen muriendo. Unos d¨ªas sientes coraje; otros d¨ªas, depresi¨®n. S¨®lo pido justicia al presidente [mexicano] Fox".
Cuando al picar la arena con un palo surge una especie de grasilla, Jos¨¦ Alberto Alaniz sabe que puede ser la de un cuerpo desperdigado por el desierto. Con una media sonrisa, exclama contrariado: "No se toman la molestia ni de enterrarlas hondo".
El d¨ªa en que su hija mayor cumpli¨® 17 a?os, este vendedor de miel decidi¨® convertir su impotencia en acci¨®n y comenz¨® a salir en busca de las mujeres. En esta lucha no estaba solo.
Con compa?eros como Epifanio D¨ªaz Su¨¢rez, que vive entre M¨¦xico y EE UU -pa¨ªs en donde trabaja en la agricultura-, salvan a los vecinos de las picaduras de ara?a, de las v¨ªboras negras, de los incendios. "Hasta aqu¨ª no vienen las ambulancias, ni los bomberos, y esta banda civil surge para ayudarnos unos a otros", explica Alaniz.
Pero hace 10 a?os, los zorros tuvieron que a?adir a sus m¨²ltiples tareas la b¨²squeda de las desaparecidas. "Los familiares nos avisan cuando se pierde una joven. Entonces nos abrimos en abanico y seguimos el rastro con palos. Cuando hallamos algo, hablamos con las autoridades competentes, que incluso se dan el lujo de dejar todo por ah¨ª", increpa D¨ªaz.
Mirando al horizonte, las palabras de Epifanio D¨ªaz cobran el sentido de la dureza del desierto. En las colonias de Lomas de Poleo o Anapra, donde viven unas 250.000 personas del 1.200.000 de Ju¨¢rez, s¨®lo los letreros de Coca-Cola parecen no haberse olvidado de esta poblaci¨®n, anuncios que compiten con los del gas: "Que tenGAS un buen d¨ªa". En esta zona, varias chicas han aparecido muertas. Esto para los pobres. Para los ricos, lujosas mansiones, aviones privados y los mejores campos de polo del mundo. Es la ley del narcotr¨¢fico: del paso de la coca¨ªna colombiana hacia EE UU.
Cuando el sol a¨²n no ha despertado, comienza a surgir de entre las dunas un hormigueo de trabajadores, que intentan con olfato divisar el camino principal por donde pasa el autob¨²s que les llevar¨¢ hacia las maquiladoras.
Esta industria, que en Ciudad Ju¨¢rez surgi¨® con fuerza en los a?os sesenta, tiene ahora unas 350 empresas que dan trabajo a cerca de 200.000 personas. Aqu¨ª se fabrican los productos del bienestar del Primer Mundo, que luego las multinacionales etiquetar¨¢n con sus precios. Estrat¨¦gicamente dise?ada, es adem¨¢s un muro de contenci¨®n de los que intentan emigrar hacia EE UU.
Trabajar en las 'maquilas'
Las maquilas son una apuesta del Gobierno mexicano para el desarrollo, "pero el error es depender de industrias de capital extranjero, que las hacen m¨¢s dependientes de la fluctuaci¨®n de la econom¨ªa en sus propios pa¨ªses y no crean riqueza en la zona", indica Beatriz Luj¨¢n, coordinadora del Centro de Estudios y Taller Laboral, una organizaci¨®n que forma a los trabajadores en sus derechos.
Los despidos por intentar protegerse con una m¨¢scara del gas de los qu¨ªmicos u organizarse en un sindicato no oficial est¨¢n a la orden del d¨ªa. La productividad a toda costa es la ley de las compa?¨ªas. Quiz¨¢ por eso, cuando una mujer se esfuma de las maquilas o del cami¨®n en el que acud¨ªa al trabajo, la respuesta es el mutismo.
Sorprende el que casi todas las muchachas conocen a alguien que ha desaparecido o ha muerto. Es la compa?era, la hermana de la amiga o la conocida. Eso s¨ª, pobre, hermosa y joven.
A sus 26 a?os, Marta Cecilia Mota ya ha visto lo que nadie olvida en toda una vida: el horror impune de la muerte de una vecina asesinada: "A Gloria la secuestraron y la mataron. La encontraron con el rostro desfigurado, sin una pierna, ni brazos. Por el cabello la pudieron reconocer".
"Cuando fuimos a denunciar, las autoridades dijeron que se hab¨ªa ido con el novio. Sientes mucha indignaci¨®n de que no haya quien ayude en esta ciudad. La misma polic¨ªa est¨¢ involucrada, luego ?a qui¨¦n vas a acudir?".
Con el hombro descubierto y una camiseta negra ce?ida, Marta Cecilia simboliza la liberaci¨®n que las mujeres mexicanas encuentran en Ciudad Ju¨¢rez. Llegadas del campo, con otra cultura y otro tiempo en sus cabezas, descubren en el poder del trabajo la independencia, lo que muchos no toleran. Tanto que algunos las matan. Es el novio, el esposo o el amante. Es el machismo, que se siente agredido al perder su papel tradicional en la sociedad, y no lo aguanta. Tanto que mata. Y aqu¨ª, en esta ciudad fronteriza, se multiplican los ingredientes de esta p¨®cima asesina, incluida la indiferencia.
As¨ª, las mujeres en Ju¨¢rez no s¨®lo se enfrentan a esos misteriosos asesinos desconocidos, sino tambi¨¦n a sus propios amores. Se estima que dos tercios de la lista del horror los componen mujeres asesinadas por sus compa?eros o esposos. El resto ser¨ªan cr¨ªmenes en serie.
El sacerdote Guillermo Morton tiene la explicaci¨®n para lo inexplicable: "Son gente desechable en esta sociedad, que es tratada sin respeto, como si no tuviera valor. Yo no entend¨ªa lo que era la impunidad hasta llegar aqu¨ª. Lo m¨¢s grave es que M¨¦xico no ha cambiado".
"Se nos fabrican campa?as de calumnias, somos amenazados, pareciera que las ONG somos los enemigos y no los asesinos de mujeres", se?ala Esther Ch¨¢vez Cano, fundadora de Casa Amiga, el ¨²nico centro de atenci¨®n a las v¨ªctimas de violencia.
Amenazada de muerte por su labor, Ch¨¢vez Cano sabe las consecuencias de gritar justicia. Hace un a?o, el centro estuvo a punto de cerrar, y con ¨¦l, la ¨²nica esperanza que existe en la ciudad donde el narcotr¨¢fico es la ley. Ahora, con un equipo que recibe salarios muy por debajo de lo que cobran abogados, psic¨®logos y trabajadoras sociales, realiza colectas y conciertos para recaudar fondos.
Para Esther Ch¨¢vez Cano, una mujer menuda y vigorosa que no aparenta sus 70 a?os, en estos diez a?os de cr¨ªmenes no se ha hecho mucho y la cadena contin¨²a.
"Con mucha lucha, logramos que se creara una Fiscal¨ªa Especializada para la Investigaci¨®n de Homicidios de Mujeres, pero sin recursos, siempre dirigida por gente sin preparaci¨®n (desde el 98 han pasado siete fiscales)", indica.
"Tampoco se deja intervenir al FBI, al que tienen dando clases a los polic¨ªas, y se sigue actuando con la m¨¢xima ineptitud", agrega Ch¨¢vez Cano, que empez¨® a recopilar hace una d¨¦cada una lista no oficial de las mujeres desaparecidas y muertas.
Y la mujer da un ejemplo, quiz¨¢ anecd¨®tico en medio de tanta dureza, pero que demuestra c¨®mo funcionan las cosas en Ju¨¢rez: "En la plaza de la catedral, donde han desaparecido decenas de muchachas en esta d¨¦cada, acaban de instalar unas c¨¢maras de vigilancia", dice la activista, que sigue dando m¨¢s quebraderos de cabeza a las autoridades mexicanas que todo un ej¨¦rcito.
La pregunta del mill¨®n
?Por qu¨¦ parece existir un inter¨¦s en que todo siga sin esclarecer? ?Qu¨¦ hay detr¨¢s de estas muertes? Esta es la pregunta del mill¨®n. Del mill¨®n de la vida. Se la hace ?scar M¨¢ynez, que hasta el 2 de enero de 2002, y por a?o y medio, fuera jefe de peritajes y de medicina legal en el Estado de Chihuahua, donde est¨¢ Ciudad Ju¨¢rez. En su departamento se analizaba todo tipo de evidencias f¨ªsicas (autopsia, balas, sangre).
Su renuncia fue justificada por motivos personales. Sin embargo, fuentes consultadas confirman el rumor -que es como en Ju¨¢rez se protege a veces la verdad- de que M¨¢ynez se neg¨® a introducir una evidencia err¨®nea en el caso de dos ch¨®feres detenidos y acusados de matar a ocho mujeres, cuyos cuerpos aparecieron en noviembre de 2001. Parece ser que aguant¨® lo m¨¢s posible en el puesto para no permitir que las pruebas cambiaran. Pero las amenazas llegaron: "Cobarde, chismoso, desleal. Te vamos a dar en el cuello".
M¨¢ynez prefiere mantener un perfil bajo, y no confirmar si estos datos son ver¨ªdicos. "Esa gente no tiene l¨ªmite", se?ala.
Razones no le faltan. Unos meses antes de que dimitiera, el 5 de febrero de 2001, Mario Escobedo Anaya, abogado defensor de uno de los conductores, Gustavo Gonz¨¢lez Meza -que un a?o despu¨¦s fallecer¨ªa en circunstancias dudosas en la prisi¨®n-, es asesinado, acribillado a balazos por agentes de la Polic¨ªa Judicial del Estado (PJE) de Chihuahua. Los agentes, que fueron exonerados por un juez penal del Estado, argumentaron que lo confundieron con un narcotraficante.
Para M¨¢ynez, el problema, por muy obvio que parezca, es que no existe un Estado de derecho. "La estructura de la justicia est¨¢ dise?ada para un sistema autoritario, donde la polic¨ªa es un ¨®rgano represivo, no investigador".
Las teor¨ªas en torno a los cr¨ªmenes en serie son varias: el comercio de v¨ªdeos pornogr¨¢ficos donde se muestra la violaci¨®n y asesinato de las mujeres, los actos sat¨¢nicos, el narcotr¨¢fico, un asesino estadounidense que cruza la frontera para cometer los asesinatos e incluso el tr¨¢fico de ¨®rganos.
Esta ¨²ltima teor¨ªa, lanzada por la polic¨ªa federal de M¨¦xico. Sin embargo, en toda la frontera no se ha encontrado la infraestructura necesaria para perpetrar este tipo de delito: ni rastro de hospitales, helic¨®pteros y personal especializado necesario en este negocio homicida.
M¨¢ynez piensa que todas las hip¨®tesis son v¨¢lidas, hasta que se investiguen. "Mi teor¨ªa es que se trata de un grupo mexicano, con recursos y poder. Cuando analizas la psicolog¨ªa de los cr¨ªmenes en serie, se ve que disfrutan y que saben que pueden hacerlo. Est¨¢n matando a la mujer porque es mujer, y eligen a un tipo muy determinado".
Cementerio clandestino
Las cruces anuncian el sabor de la muerte. Estamos en uno de los cementerios clandestinos de mujeres, situado frente a la Asociaci¨®n de Maquiladoras. ?ste es el grito de las ONG pidiendo justicia: pintadas de rosa y con unos nombres -que al final resultaron no ser los de los cad¨¢veres anunciados por las autoridades-. Las cruces se alzan en un campo algodonero, entre el tr¨¢fico ensordecedor de dos de las arterias principales de la ciudad. Parece imposible que nadie viera c¨®mo fueron abandonados all¨ª los cuerpos.
Como en un perfecto engranaje de justicia, en Ciudad Ju¨¢rez se encuentra r¨¢pidamente a los culpables. Esta etiqueta se otorga tan r¨¢pidamente, que los familiares de las v¨ªctimas se solidarizan con los presuntos asesinos. Los eligen como a las asesinadas: lo suficientemente pobres como para que la ley del dinero no les proteja.
En estos diez a?os de tragedia se ha detenido a varios presuntos asesinos, a los que se les han confeccionado sus historias. Con algunos, como Mario Chavarr¨ªa Barraza, no han podido tejerla del todo, a pesar de su confesi¨®n. El d¨ªa del asesinato que le fabricaron, estaba detenido por un delito menor. En la lista de culpables a la fuerza se encuentran un inmigrante egipcio llamado Abdel Sharif, as¨ª como las bandas de los rebeldes, los toltecas o los ch¨®feres. Ninguno ha sido condenado, pero tampoco ha sido puesto en libertad.
El abogado Sergio Dante Almaraz es el Don Quijote de Ju¨¢rez. Lo suficientemente loco y so?ador como para seguir defendiendo a su acusado, el conductor V¨ªctor Garc¨ªa Uribe. Adem¨¢s, gratis. "Cuando la polic¨ªa mat¨® al abogado del otro ch¨®fer, no sal¨ª en tres d¨ªas de casa. Me llamaron y me dijeron que el pr¨®ximo era yo". Almaraz ha aprendido a vivir con el miedo. Antes revisaba su veh¨ªculo, cambiaba de itinerario, sal¨ªa lo indispensable. Pero lleg¨® a la conclusi¨®n de que se estaba muriendo poco a poco. "Soy consciente de que no puedo escaparme de ellos. No voy a llevar un arma, y cuando quieran matarme, lo har¨¢n".
Otros toman protecciones sutiles, que en el subconsciente de Miriam Garc¨ªa Lara, esposa del ch¨®fer encarcelado, funcionan. El crujido de unas semillas de un ¨¢rbol que rodea su casa alertan a esta madre de dos peque?os de que el peligro acecha. Pero no siempre es suficiente: "Hace dos semanas, unos agentes me secuestraron durante siete horas, me llevaron en un veh¨ªculo y me dijeron que me dar¨ªan un coche, una casa, todo lo que quisiera para que me olvidara de mi esposo".
Atardece en Ju¨¢rez. El polvo contaminado del desierto se incrusta en la garganta, mientras los ocres, rojizos y naranjas van pidiendo permiso para inundar el horizonte. Incluso por un momento, uno piensa que ha so?ado una pel¨ªcula de terror. Que aquello que escuch¨®, vio o investig¨® no existe. Pero cuando de repente uno recuerda el eco de las explicaciones de las autoridades, uno despierta a golpes: "Todo es una exageraci¨®n de las ONG. Tenemos a los culpables y la mayor¨ªa de los cr¨ªmenes se han resuelto". Es la voz de ?ngela Talavera, fiscal especial para la Investigaci¨®n de Homicidios de Mujeres.
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