Sobre ¨ªdolos, h¨¦roes y futbolistas
Doy por descontado que a ninguno de ustedes se le ha olvidado la multitudinaria presentaci¨®n, hace pocos d¨ªas, del nuevo jugador del Real Madrid, David Beckham. Ahora que ya ha pasado alg¨²n tiempo desde aquel acto y ha descendido en buena medida el estruendo medi¨¢tico alrededor del personaje, quiz¨¢ sea un buen momento para intentar emprender una reflexi¨®n algo m¨¢s sosegada, no ya propiamente acerca de este futbolista, sino m¨¢s bien acerca del lugar que ocupan figuras como la suya en nuestra sociedad. Figuras que, por cierto, acostumbran a ser definidas mediante t¨¦rminos como ¨ªdolos o h¨¦roes.
Ambos t¨¦rminos no son sin¨®nimos, por m¨¢s que a veces puedan ser utilizados como tales. Un ¨ªdolo, de acuerdo con la definici¨®n m¨¢s habitual, es un dios imaginario, un falso dios. Por extensi¨®n, es toda persona a la que se adora como si fuera un dios. Si acept¨¢ramos que los futbolistas son considerados como ¨ªdolos, estar¨ªamos por lo pronto deslizando una idea que no dejar¨ªa de tener algo de sorprendente, y es que aquellos deportistas se habr¨ªan constituido, en tiempos de descreimiento y laicismo generalizados, en los nuevos dioses, afirmaci¨®n que, desde luego, est¨¢ lejos de ser obvia o evidente por s¨ª misma. Por su parte, el h¨¦roe suele ser definido como alguien que posee una virtud excepcional o que posee una virtud ordinaria en grado excepcional. Hegel, como es sabido, a?ade a esta definici¨®n un rasgo que probablemente nos resulte de utilidad tener presente aqu¨ª: para el autor de la Fenomenolog¨ªa del esp¨ªritu, el h¨¦roe es aquel que toma sobre sus hombros, que asume como cosa propia, el destino de un pueblo. Es decir, que si del ¨ªdolo cabe predicar su condici¨®n de adorable, de acuerdo con la naturaleza que se le atribuye, lo propio del h¨¦roe es su condici¨®n de admirable, en funci¨®n de la tarea cumplida.
No es un matiz banal. Porque mientras que en el primer caso estamos planteando una relaci¨®n de incondicionalidad, el segundo supone un v¨ªnculo en el que, precisamente porque el h¨¦roe es tambi¨¦n un humano -s¨®lo que un humano que se adorna con virtudes excepcionales-, la decepci¨®n es posible. Desde esta perspectiva, da la sensaci¨®n de que resulta m¨¢s adecuado referirse a ciertos futbolistas como h¨¦roes que como ¨ªdolos. De algunos jugadores en concreto se espera que "asuman la responsabilidad del partido", que "carguen sobre sus hombros el peso de todo el equipo" u otras tareas semejantes, que exceden, con mucho, lo esperable del com¨²n de los jugadores. Pero se observar¨¢ que, justo por eso mismo, en el caso de que no est¨¦n a la altura de las expectativas generadas, la decepci¨®n tiene lugar de manera inexorable. Por eso no tiene nada de extra?o ni de contradictorio que el mismo p¨²blico que celebr¨® en el pasado las proezas de un determinado futbolista lo increpe e incluso lo condene en el momento en el que sus condiciones f¨ªsicas flaquean o su entrega a los colores del club est¨¢ en cuesti¨®n.
Pero las precisiones y distingos anteriores debieran servir para plantear en mejores condiciones el asunto realmente importante, que a mi entender es ¨¦ste: ?qu¨¦ funci¨®n cumplen los h¨¦roes? O, lo que es lo mismo, ?cu¨¢l es la persistente raz¨®n que explica la permanencia de la figura, por m¨¢s que puedan mudar los rasgos o virtudes que se le atribuyen? Una cosa al menos parece clara: el h¨¦roe encarna, en su desmesura, los valores y las caracter¨ªsticas de cada ¨¦poca. A trav¨¦s de ¨¦l podemos leer lo que cada sociedad ha ido considerando admirable. El repaso por la historia resulta, en ese sentido, sumamente ilustrativo. En diferentes momentos del pasado el lugar de la admiraci¨®n lo ocuparon los profetas, los protagonistas de gestas guerreras, los descubridores, los grandes l¨ªderes pol¨ªticos... de acuerdo con las cambiantes circunstancias y los valores dominantes.
Aplicar esta perspectiva a nuestra ¨¦poca -esto es, utilizarla como un indicador para leer el presente- arroja resultados ciertamente inquietantes. Y no porque no podamos encontrar en estos d¨ªas personas que podr¨ªan encarnar aquellas cualidades tan celebradas en el pasado. Contin¨²a habiendo guerreros (generales victoriosos en campa?as militares publicitadas a escala planetaria), l¨ªderes pol¨ªticos (incluido alguno con pretensiones revolucionarias), descubridores (probablemente representados por los astronautas actuales) y otras figuras equiparables a las que resultaban heroicas anta?o. Y a pesar de ello, nuestra sociedad ha preferido elevar a la categor¨ªa de h¨¦roes a un tipo de personas ciertamente distintas. En los ¨²ltimos a?os cantantes y grupos de rock, top-models y futbolistas ejemplifican (al tiempo que encarnan) los valores y los rasgos en los que la sociedad gusta de contemplarse. De entre todas las hip¨®tesis para interpretar tan notable mudanza, me quedo con la m¨¢s simple, o tal vez con la m¨¢s tautol¨®gica. Ha llegado un momento en que el ¨¦xito es un valor en s¨ª mismo, sin necesidad de que implique ulteriores r¨¦ditos. La repercusi¨®n medi¨¢tica de la presentaci¨®n de Beckham era la propia noticia (una especie de metanoticia, en suma). En los reportajes que se emit¨ªan por televisi¨®n, el grueso de las im¨¢genes estaba dedicado al ingente n¨²mero de periodistas y espectadores que segu¨ªan el acto. Aparecer ha terminado por constituir un fin en s¨ª mismo. Quiz¨¢ porque es la ¨²ltima forma de ser que nos queda, en estos tiempos de insoportable ligereza (incluso en materia de art¨ªculos).
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad de Barcelona.
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