La ¨²ltima gran batalla
La crono era cosa de dos. El Tour era cosa de dos. Ellos dos eran los mismos, unidos en un mismo destino. Ambos sab¨ªan que solo uno de ellos ganar¨ªa. En ninguno de ellos hab¨ªa lugar para la derrota. Pero inesperadamente, apareci¨® un tercero, a qui¨¦n nadie ten¨ªa en cuenta, pero que terminar¨ªa por ser de lo m¨¢s decisivo. ?Qui¨¦n? ?Millar? No, la lluvia.
Uno, el aspirante, era la encarnaci¨®n de todas las fuerzas de la naturaleza condensadas. Apareci¨® un buen d¨ªa de buenas a primeras, y en su huella hab¨ªa escrito un designio: ser el nuevo dominador de el Tour de Francia. El anterior rey, un navarro, hab¨ªa ca¨ªdo destronado, por lo que hubo que buscar un sustituto de emergencia, un nombre para a?adir al palmar¨¦s, pero a la sombra de ¨¦ste, en labores de aprendizaje, ya pudimos ver la figura del que estaba llamado a poner nombre al siguiente reinado. Pero la historia, que hasta aqu¨ª discurr¨ªa por su cauce, dice que el reinado no fue tal, que despu¨¦s de un a?o de mandato comenzaron los problemas de palacio, las miserias de la realeza. Y el resultado es que el rey se convirti¨® en un segund¨®n, en un subordinado, un especialista en hacer sombra y en felicitar con un apret¨®n de manos a uno que siempre sub¨ªa en el podium a un caj¨®n m¨¢s alto, un tal Armstrong.
La historia del otro no merece gastar m¨¢s tinta, no por su falta de inter¨¦s, sino porque es bien sabida por todos. Comenz¨® su reinado, m¨¢s bien su dictadura all¨¢ por 1999 y continu¨® sin m¨¢s sobresalto hasta este a?o, en el que el desgaste en el poder comenz¨® a hacer de las suyas. Surgieron adversarios escondidos en cualquier trampa del camino, aparecieron hombres y nombres pugnando por su corona. Y el rey vio, por vez primera, a su reino en peligro.
Pero en la batalla definitiva a vida o muerte, apareci¨® un inesperado huesped: la lluvia. Y el campo se inund¨®, la tierra se convirti¨® en barro y el paso comenz¨® a ser pesado. Y la lucha hubo de ser suspendida cuando los caballos comenzaron a caer al suelo.
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