'Terminatour 5'
Lance Armstrong control¨® a Jan Ullrich, que se cay¨® en la ¨²ltima contrarreloj
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"Don't mess with Texas". No te busques jaleos con Tejas. La pegatina del coche de Lance Armstrong es clara. Una advertencia tan clara como si Arnold Schwarzenegger llevara en la espalda el letrero "no le toqu¨¦is las narices a Terminator". No le busqu¨¦is las vueltas al t¨ªo Lance que se puede enfadar, y si se enfada, como buen tejano que es, cabezota y orgulloso, es capaz de cualquier cosa. De ganar el Tour por ejemplo. Su quinto Tour consecutivo, ocho a?os despu¨¦s de que Miguel Indurain lograra la proeza, una gesta que entonces se juzg¨® irrepetible por los siglos de los siglos. 'Terminatour 5' ser¨ªa la pel¨ªcula. Hablar¨ªa de un ciclista sobrehumano, de pl¨¢stico y metal. Pero tambi¨¦n un ciclista con alma. Un Terminator apasionado.
"Vi a Ullrich ir tan r¨¢pido que estaba seguro de que se caer¨ªa", dijo Millar, el ganador de la etapa
Con Armstrong, con Tejas, intent¨® enredarse Jan Ullrich, el pobrecito alem¨¢n que ha establecido una marca espectacular y ¨²nica: ha participado en seis Tours y ha ganado uno, y ha quedado segundo en los otros cinco. S¨®lo le falta un segundo m¨¢s para igualar al viejo y retorcido Zoetemelk. Ullrich, que retornaba a la gran escena tras un a?o miserable, intent¨® complicarle la vida a Armstrong, y as¨ª le fue. Acab¨® por los suelos -como Beloki, otro osado, semanas antes-, sus esperanzas perdidas en una curva tomada a excesiva velocidad.
Fue en la contrarreloj final, en la madre de todas las contrarrelojes, la que deb¨ªa acabar con el suspense del Tour del Centenario, el del sufrimiento de Armstrong. Ullrich part¨ªa de Pornic camino a Nantes con 65 segundos de desventaja y una inferioridad psicol¨®gica, de derrotado hiciera lo que hiciera, que le empujaron de salida tan fuerte como los vientos racheados, acompa?ados de r¨¢fagas de lluvia, que no cesaron todo el d¨ªa y que propiciaron la segunda contrarreloj m¨¢s r¨¢pida de la historia del Tour. Ullrich sali¨® tan fuerte y mentalizado de que nada ten¨ªa que hacer y de que m¨¢s val¨ªa agotarse cuanto antes, que a los dos kil¨®metros hab¨ªa recortado seis segundos al estadounidense. Tres segundos por kil¨®metro. Tampoco hac¨ªa falta tanto. Con segundo y medio cada mil metros valdr¨ªa. Pero seis segundos en dos kil¨®metros... Ullrich era una m¨¢quina casi tumbada sobre su bicicleta, manillar muy bajo, en la que instal¨® una rueda de pistard, de velocidad pura, cinco bastones y frenos especiales.
El dato se lo ocult¨® Johan Bruyneel a su pupilo estadounidense. Armstrong, el de los mejores tiempos, no el deshidratado y achicharrado de Toulouse al que Ullrich aventaj¨® en minuto y medio, era el Armstrong que pedaleaba de puntilla, como quien baila y flota. El Armstrong de las 115 pedaladas por minuto y el desarrollo ligero. El Armstrong que manejaba con habilidad y br¨ªo su bici especial, tan ajustada que hab¨ªa decidido bajar cinco mil¨ªmetros el sill¨ªn, y utilizar un manillar seis cent¨ªmetros m¨¢s estrecho que el de la otra contrarreloj, un manillar que le obligaba a juntar m¨¢s los brazos, que no le permit¨ªa abrir tanto los pulmones, pero no necesitaba aire suplementario. "En cuanto abr¨ª la ventana por la ma?ana y vi que llov¨ªa y que and¨¢bamos por los 22 grados, que no era el sol achicharrante de Toulouse, los 40 grados, respir¨¦ feliz", dijo Armstrong. Armstrong, el hombre de las brumas, el que empez¨® a resucitar cuando atraves¨® La Mongie invisible envuelto en niebla, cuando atac¨® en la brumosa ascensi¨®n a Luz Ardiden. A los 15 kil¨®metros, cuando se hab¨ªa cumplido un tercio de lo programado, Armstrong y Ullrich estaban igualados. El alem¨¢n parec¨ªa encallado en su desarrollo. No pod¨ªa ir m¨¢s deprisa. El duelo se decidir¨ªa sin haber comenzado realmente.
"S¨®lo se caen los que persiguen". La pegatina a¨²n no existe, pero no estar¨ªa de m¨¢s. S¨®lo se cae el que se arriesga, el que va m¨¢s all¨¢ de sus medios. El m¨¢s d¨¦bil, que cree que ganando segundos en las curvas se arreglan los problemas. Acuciado desde el coche por Rudy Pevenage, su director, el belga que piensa por ¨¦l, Ullrich empez¨® a comerse las rotondas, a rozar el peligro en cada curva. "Le vi partir tan r¨¢pido que estaba seguro de que se caer¨ªa", dijo David Millar, el escoc¨¦s que gan¨® la contrarreloj, el mismo fino estilista desafortunado que perdi¨® el pr¨®logo por mil¨¦simas, por una salida de cadena, que hall¨® la justicia po¨¦tica en la ¨²ltima etapa. A 11 kil¨®metros del final, cuando la ¨²ltima r¨¢faga de viento ya se hab¨ªa llevado todas sus esperanzas, Ullrich atac¨® demasiado r¨¢pido -"ten¨ªa que arriesgar, no ten¨ªa otro remedio", dijo- una rotonda, la misma en la que se hab¨ªan ca¨ªdo Plaza, Millar, Peschel, Mancebo... la curva maldita. El alem¨¢n toc¨® el freno, la rueda delantera patin¨®. La ca¨ªda fue inevitable. Y la misma circunstancia que propici¨® el derroche de adrenalina en Armstrong subiendo Luz Ardiden, en el turbado alem¨¢n se convirti¨® en una marea alcalina. En un deseo de paz, de tranquilidad. De all¨ª sl final, los dos antagonistas levantaron el pie. Decidieron acabar el Tour vivos. Tres minutos despu¨¦s de Ullrich cruz¨® la meta Armstrong. Levant¨® el pu?o derecho. Y lanz¨® el mayor suspiro de alivio de su carrera. Hab¨ªa ganado un Tour que present¨ªa que nunca terminar¨ªa.

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