Licantrop¨ªas
Escalofr¨ªa acercarse, aunque s¨®lo sea de pensamiento, a determinadas realidades. Asquea contemplarlas incluso a trav¨¦s de la g¨¦lida pantalla de las cifras. Como las que indican, por ejemplo, que Espa?a es, despu¨¦s de los Estados Unidos, el primer consumidor mundial de pornograf¨ªa infantil en la red; de las 9.000 denuncias presentadas el a?o pasado por delitos inform¨¢ticos, 7.800 guardaban relaci¨®n con ese tr¨¢fico ped¨®filo. O que -de acuerdo con los datos facilitados por la Red Internacional de Organizaciones contra la Explotaci¨®n Sexual de la Infancia (Ecpat)- entre 30 y 35.000 espa?oles viajan cada a?o al extranjero -fundamentalmente a Latinoam¨¦rica- con el ¨²nico prop¨®sito de mantener relaciones sexuales con ni?os.
Pero nuestras sociedades son cada vez m¨¢s conscientes de la envergadura del problema; est¨¢n cada vez m¨¢s atentas y m¨¢s dispuestas a hablar alto y claro de estas pr¨¢cticas aberrantes, a denunciarlas abiertamente. Una prueba de esa emergencia de la preocupaci¨®n y el debate es el documental que, bajo el t¨ªtulo de Pederastas, emiti¨® hace unos d¨ªas la segunda cadena de Euskal Telebista. Wolf -lobo en ingl¨¦s- era el nombre que utilizaba uno de ellos para cazar a trav¨¦s de Internet. Y el apodo es lo ¨²nico que hab¨ªa elegido bien. Porque los ped¨®filos son precisamente eso: lic¨¢ntropos, hombres-lobo, del saco, sacamantecas. Ogros, en fin, depredadores de ni?os.
A esta creciente voluntad de encarar sin tapujos el tema, se le une la de combatirlo con todas las de la ley; de la fuente a la desembocadura; y adem¨¢s transversalmente, desde distintos y variados frentes. En este sentido, me parece muy interesante la iniciativa de Air France que desde hace unos meses proyecta, en los vuelos hacia destinos considerados especialmente sensibles, un v¨ªdeo de ocho minutos destinado a disuadir a eventuales ped¨®filos, inform¨¢ndoles de los "peligros" de dedicarse al turismo sexual infantil; del hecho, por ejemplo, de que se trata de un delito perseguible en el pa¨ªs de residencia del turista, aunque se haya cometido en el extranjero.
Resulta evidente, visto lo visto, la necesidad de que en nuestro pa¨ªs se debatan y se apliquen medidas de intervenci¨®n similares. Y de que se cree un organismo espec¨ªfico que permita investigar y perseguir los delitos de pedofilia cometidos por turistas espa?oles, delitos que, como denuncian las organizaciones implicadas en la lucha contra esta plaga, hoy por hoy permanecen impunes. Es un hecho que hasta que no se ha empezado a investigar de manera espec¨ªfica la pornograf¨ªa infantil en la red, no se le han visto las verdaderas hechuras, las verdaderas orejas a ese lobo gigante.
Pero la visibilizaci¨®n y la sensibilizaci¨®n y la firmeza destinadas a proteger a los ni?os de los ogros sexuales hay que extenderla tambi¨¦n a otro colectivo de personas. A las mujeres que, en nuestras ciudades, no en suburbios remotos, en nuestras propias ciudades permanecen ahora mismo secuestradas, torturadas, explotadas primero por los traficantes de cuerpos humanos y, despu¨¦s, por sus c¨®mplices que son los clientes, los consumidores de sexo esclavo. Porque, ? puede alguien ignorar de verdad la situaci¨®n en la que viven muchas de esas mujeres? ?Hasta d¨®nde puede alguien mantener "inocentemente" esa ignorancia? ?Hasta cu¨¢ndo, ampararse en la confusi¨®n entre lo que es prostituci¨®n libremente consentida y lo que es pura y llana esclavitud sexual; literal y absoluta depredaci¨®n de seres humanos?
Ambos supuestos -prostituci¨®n y esclavitud sexual- tienen que mantenerse rigurosamente separados y abordarse con total independencia. Porque tienen muy poco o nada que ver. Las mujeres raptadas, enga?adas, encerradas bajo m¨²ltiples llaves, privadas de papeles, amenazadas, maltratadas, obligadas a hacer decenas de "pases" diarios no son prostitutas, sino v¨ªctimas de una violencia extrema, que hay que combatir de la fuente a la desembocadura, como la pedofilia, del mafioso al lic¨¢ntropo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.