Un aventurero con leyenda
Durante siglos, Isla Mujeres estuvo pr¨¢cticamente deshabitada. Los ¨²nicos visitantes eran pescadores y una gavilla de corsarios, bucaneros y piratas, como el c¨¦lebre Henry Morgan o el legendario labortano Jean Lafitte, que utilizaron el lugar como refugio mientras hac¨ªan de las suyas por las costas caribe?as del Yucat¨¢n. Despu¨¦s de la independencia de M¨¦xico, una diminuta aldea comenz¨® a desarrollarse en el centro de la isla coralina. Durante las diversas guerras civiles, muchos yucatecos utilizaron como refugio Cozumel, Holbox e Isla Mujeres. A mediados del siglo XIX, el gobernador de Yucat¨¢n, Miguel Barbacano, bautiz¨® la poblaci¨®n ya crecida como pueblo de Dolores.
A Isla Mujeres lleg¨® hacia 1855 Ferm¨ªn Antonio Mundaka y Maretxeaga, que hab¨ªa nacido en octubre de 1825 en la localidad de Bermeo. Tras terminar sus estudios emigr¨® al Nuevo Mundo en busca una existencia m¨¢s prospera y c¨®moda. Cuando se instal¨® en la isla hab¨ªa acumulado ya una considerable fortuna dedic¨¢ndose a la ominosa trata de esclavos capturados en las costas africanas y vendidos a las grandes plantaciones e ingenios de las Antillas. Y quiz¨¢ a otras actividades il¨ªcitas como el contrabando.
Seg¨²n parece, Mundaka era un hombre algo cultivado y lleg¨® a gozar de reputaci¨®n como aventurero. Pronto hizo construir una gran hacienda que denomin¨® Vista Alegre y ocupaba las tierras m¨¢s f¨¦rtiles de la isla. Dispon¨ªa de terreno para el ganado y de jardines y huertas con ¨¢rboles frutales y plantas ex¨®ticas que hab¨ªan sido adquiridas en diferentes partes del mundo. Tambi¨¦n fue dise?ado un curioso pensil llamado La Rosa de los Vientos que serv¨ªa como reloj de sol.
En 1862 Martiniana G¨®mez Pantoja entra en escena. Se trata de una muchacha esbelta y de ojos verdes, blanca, bronceada por el sol caribe?o y con el pelo largo y liso. Mundaka la llamaba Trigue?a. Muchos hombres cayeron arrobados por sus encantos y belleza singular, incluyendo el g¨¦lido coraz¨®n del vasco. Los arcos sobre las puertas fueron dedicados a tan bonita y lozana mujer: "La entrada de la Trigue?a" y "El paso de la Trigue?a". Sin embargo, su esfuerzo result¨® vano, la joven se uni¨® con hombre m¨¢s cercano a su edad. Y como la leyenda cuenta, don Ferm¨ªn caminaba ensimismado y solitario por la M¨¦rida yucateca. Todav¨ªa una tumba vac¨ªa lo aguarda en el cementerio de Isla Mujeres. En este camposanto ser¨ªan esculpidos por sus propias manos el cr¨¢neo y los huesos de la cruz, en memoria de sus d¨ªas de actividad pir¨¢tica y con palabras significativas para su amada: "Como usted es, era. Pues soy, usted ser¨¢".
Si fue realidad o no la actividad de Ferm¨ªn Mundaka como tratante de esclavos, contrabandista y ocasional pirata, aqu¨ª poco importa. Por el contrario, ha quedado para la posteridad su apasionada historia de amor y el legado de un personaje inquieto que desde el brav¨ªo Cant¨¢brico lleg¨® para afincarse en las paradis¨ªacas aguas del Caribe mexicano.
Una isla legendaria
Isla Mujeres posee una historia repleta de leyendas. Durante la civilizaci¨®n maya, el lugar sirvi¨® como santuario para Ixchel, una diosa de la fertilidad, la raz¨®n, la medicina o la luna.
El templo de Ixchel estuvo situado en un punto del sur y fue utilizado como faro. La luz de sus antorchas sal¨ªa a trav¨¦s de sus paredes y se pod¨ªa divisar desde lejos por los navegantes. Los ind¨ªgenas precolombinos aprovecharon el territorio para recoger la abundante y preciada sal que se precipitaba de forma natural en sus lagunas.
Francisco Hern¨¢ndez fue el primer europeo que arrib¨® a ella (1517). Cuando su expedici¨®n tom¨® tierra, encontraron ¨ªdolos con forma femenina, representando a la diosa Ixchel, de donde vendr¨ªa el nombre de la isla. En la relaci¨®n escrita en 1566 por el pol¨¦mico cronista y obispo Diego de Landa se describe el templo de la diosa y las figuras de mujer que la representaba. Estas estaban "s¨®lo vestidas de cintura abajo, y con el pecho destapado a la manera de las naturales. El edificio era de piedra, asombr¨¢ndoles, y encontraron ciertos objetos del oro que tomaron", cuanta Landa en su cr¨®nica.
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