La Rep¨²blica toma la palabra
De acuerdo con una de las opiniones m¨¢s extendidas, lo mismo entre sus correligionarios que entre sus enemigos, Manuel Aza?a fue el mejor orador de la Rep¨²blica. El mejor, no s¨®lo por la correcci¨®n verbal con la que expresaba sus ideas, sino por la precisi¨®n racional y la variedad de los acentos -gravedad, emoci¨®n, iron¨ªa- con las que acertaba a presentarlas dependiendo de la circunstancia y la condici¨®n del auditorio. Agitador contra una monarqu¨ªa que uni¨® su suerte a la de la dictadura, resuelto militante en favor de la causa de la Rep¨²blica cuando a¨²n estaba por llegar, dirigente de un partido que concurre en elecciones libres, hombre con responsabilidades institucionales al expresarse como presidente del Gobierno o como jefe del Estado: para cada uno de sus m¨²ltiples papeles en la vida pol¨ªtica espa?ola, Aza?a dispon¨ªa de recursos ret¨®ricos diferenciados aunque siempre dirigidos a reagrupar a sus compatriotas, fuese en torno a sus ideas o, sobre todo, a las instituciones que encarn¨®.
DISCURSOS POL?TICOS
Manuel Aza?a
Edici¨®n de Santos Juli¨¢
Cr¨ªtica. Barcelona, 2003
499 p¨¢ginas. 24,90 euros
La selecci¨®n de discursos realizada por Santos Juli¨¢ tiene el extraordinario m¨¦rito de haber sabido compaginar el criterio de la calidad, incluyendo en virtud de ¨¦l las intervenciones pol¨ªticas m¨¢s ricas y profundas de Aza?a, con el de la trascendencia hist¨®rica de la ocasi¨®n en la que fueron pronunciadas. Gracias a esta fecunda combinaci¨®n, lo que en principio no se presenta sino como una antolog¨ªa de discursos pol¨ªticos de quien fue el ¨²ltimo presidente de la Rep¨²blica resulta, en realidad, mucho m¨¢s que eso: un formidable ensayo sobre la historia de Espa?a y, a la vez, una penetrante biograf¨ªa sobre uno de sus protagonistas m¨¢s destacados, sobre una de las mayores figuras intelectuales y pol¨ªticas de nuestro pa¨ªs. Por las p¨¢ginas de este volumen van transitando, como al trasluz, los principales acontecimientos que abarcan desde el advenimiento hasta el pr¨¢ctico colapso de la Rep¨²blica y, al mismo tiempo, la angustia creciente de un Aza?a que llegar¨¢ a reconocerse en el Parlamento como "el bulto todav¨ªa parlante de un hombre excesivamente fatigado".
El recorrido emocional entre la esperanza en una Espa?a mejor gracias a la Rep¨²blica y la convicci¨®n de asistir a un nuevo fracaso de la raz¨®n y la tolerancia deja una huella sutil, pero persistente, en la estructura y en los procedimientos ret¨®ricos de Aza?a. Como se?ala Santos Juli¨¢ en la introducci¨®n, sus constantes referencias a la historia tienen como objetivo "mirar atr¨¢s para proponer un arriesgado salto adelante". Pero tienen, adem¨¢s, otro prop¨®sito de mayor alcance y en el que no se suele reparar, que es el de reconducir las interpretaciones y discursos ideol¨®gicos enfrentados secularmente en Espa?a al espacio com¨²n del r¨¦gimen republicano. De este modo, Aza?a adopta con frecuencia t¨¦rminos y expresiones de bandos con los que no se siente identificado para, redefini¨¦ndolos, arrastrarlos al interior del sistema constitucional. En el momento de la instauraci¨®n de la Rep¨²blica, Aza?a se muestra, as¨ª, como un fogoso tradicionalista, s¨®lo que de una tradici¨®n que es preciso retrazar y reformular para que sustente y desemboque en las aspiraciones de la Constituci¨®n de 1931. Asimismo, reclama la condici¨®n de revolucionarios para los hechos que ponen fin a la monarqu¨ªa, s¨®lo que, para ¨¦l, no hay mayor revoluci¨®n en nuestro pa¨ªs que la de disponer de unas leyes democr¨¢ticas y la de ajustar a ellas la confrontaci¨®n pol¨ªtica y social.
A medida que se avanza en la lectura de esta selecci¨®n de sus discursos, a medida que se avanza en el deterioro de la situaci¨®n pol¨ªtica y en su paralela inquietud personal, Aza?a va abandonando el recurso de atraer los extremos mediante la apropiaci¨®n y redefinici¨®n de sus principales conceptos de batalla. En contrapartida, va inclin¨¢ndose hacia una oratoria de acento m¨¢s ¨ªntimo, m¨¢s despojada de parapetos tras los que ocultar su visi¨®n de las cosas a fin de que, al presentarla como fruto exclusivo de la raz¨®n, sus compatriotas puedan ir acept¨¢ndola e incorpor¨¢ndola sin recelos a su acervo de ciudadanos de la Rep¨²blica. M¨¢s se acerca el final y m¨¢s es Aza?a, el Aza?a ¨ªntimo y rec¨®ndito, el Aza?a en el que prevalece la lucidez del intelectual sobre la eficacia del pol¨ªtico, el que toma la palabra para prest¨¢rsela a la Rep¨²blica, a la Espa?a en libertad tantas veces negada. Ya no habla de tradici¨®n, ya no emplea el t¨¦rmino revoluci¨®n para referirse a un r¨¦gimen en el que, de acuerdo con sus concepciones, s¨®lo deb¨ªa gobernarse "con razones y con leyes". En un descenso cada vez m¨¢s acelerado hacia el infierno del fracaso y de la melancol¨ªa, ahora reclama que llegue al ¨¢nimo de los espa?oles "el sentimiento de la misericordia y de la piedad"; ahora sostiene que "no se triunfa personalmente contra compatriotas"; ahora se despide para siempre de la vida p¨²blica espa?ola con un breve, estremecedor testamento -paz, piedad, perd¨®n- que los militares rebeldes se negaron a escuchar y que del lado de la Rep¨²blica en guerra, de la Rep¨²blica que ¨¦l presid¨ªa, fue sometido a censura.
Despu¨¦s, ya s¨®lo el silencio, el inquebrantable y definitivo mutismo de quien, de acuerdo con una de las opiniones m¨¢s extendidas lo mismo entre sus correligionarios que entre sus enemigos, habr¨ªa sido el mejor orador de la Rep¨²blica.
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