Lo que debemos a los arist¨®cratas
Hace algunos a?os, en un programa de televisi¨®n, escuch¨¦ de boca de Octavio Paz una boutade sin duda dirigida a que su interlocutor, de una vez por todas, se pusiera a pensar. Paz dijo: "El siglo XVIII es el ¨²ltimo siglo civilizado". Solt¨® la frase casi como una consigna, y aunque no recuerdo que causara alg¨²n efecto en el entrevistador, a m¨ª s¨ª que me hizo pensar. Si, por un lado, Paz parec¨ªa tomar abiertamente partido por la Ilustraci¨®n, por otro lado su declaraci¨®n significaba una condena impl¨ªcita de todo lo que depararon, durante los dos siglos siguientes, los sucesos de 1789 conocidos como Revoluci¨®n Francesa. Lo cual quer¨ªa decir que, para ¨¦l, la condici¨®n de ilustrado no era incompatible con el esp¨ªritu conservador.
LA CULTURA DE LA CONVERSACI?N
Benedetta Craveri
Traducci¨®n de C¨¦sar Palma
Siruela. Madrid, 2003
610 p¨¢ginas. 39,50 euros
La misma impresi¨®n de toma de partido produce el riqu¨ªsimo trabajo de Benedetta Craveri, dedicado a reconstruir el ambiente y la animaci¨®n de los reductos ¨ªntimos de "vida civilizada" durante el siglo XVIII en Francia, pero sobre todo a describir cu¨¢nto debe esa cultura a la del siglo anterior: el Grand Si¨¨cle, que en la historia de Francia corresponde al periodo en que tiene lugar la transici¨®n de las costumbres basadas en los ideales de la nobleza de espada hacia la sociedad de corte, con predominio mon¨¢rquico. Para Craveri, la idea de que el XVII es un siglo decadente al que sigue un XVIII moderno, civilizado, prerrevolucionario, se apoya en una distinci¨®n artificial. Su libro parece haber sido concebido entre otras cosas para demostrar que, al menos por lo que toca a las costumbres de las clases altas, los siglos XVII y XVIII en Francia forman una unidad hist¨®rica inseparable.
Igual que el joven pintor Charles Ryder, imaginado por Evelyn Waugh en la novela Retorno a Brideshead como un observador que asiste embelesado a la grandiosa decadencia de la aristocracia inglesa, Craveri se rinde sin condiciones ante la finesse, el esprit y el charme incomparables de la alta nobleza francesa, cuyo mundo reproduce con delectaci¨®n y sin ahorrar gestos de admiraci¨®n, como si se tratase de una Arcadia perdida. Ni la cursiler¨ªa -que tambi¨¦n es un atributo franc¨¦s-, ni la superficialidad o la teatralidad de ese mundo inveros¨ªmil en que viv¨ªan los arist¨®cratas franceses, como tampoco las cr¨ªticas de algunos coet¨¢neos (Moli¨¨re) hacen mella en la fascinaci¨®n de Craveri, de modo que en alg¨²n momento uno tiene la empalagosa sensaci¨®n de estar leyendo Jours de France.
No obstante, no ser¨ªa hacer
justicia con el libro si nos atuvi¨¦ramos a esa impresi¨®n. Por ponerle un g¨¦nero, La cultura de la conversaci¨®n ha de catalogarse entre los libros de historia de las ideas o de las costumbres. Su argumento de fondo es que la gran aportaci¨®n de la aristocracia francesa a la vida civilizada es la conversaci¨®n, pr¨¢ctica de sociedad que en los salones de los palacios nobles es elevada a arte de ingenio, pero que, seg¨²n Craveri, adem¨¢s traduce un sentido de la compa?¨ªa, una idea de la sociabilidad y de las buenas maneras acorde con una cultura dedicada a la belleza, a la convivencia feliz y a los sentimientos nobles. La autora ve en la conversaci¨®n de sociedad el mismo esp¨ªritu civilizado que animaba los di¨¢logos entre los antiguos griegos y, por lo mismo que esa tradici¨®n ha sido rescatada, aboga por el reconocimiento de esta cultura de sal¨®n como patrimonio irrenunciable de la gran herencia europea moderna. El libro, por tanto, no s¨®lo es una evocaci¨®n sino un aut¨¦ntico homenaje al Antiguo R¨¦gimen.
Se estudian aqu¨ª con gran acopio de datos y referencias los numerosos testimonios, memorias, epistolarios y cr¨®nicas de la ¨¦poca, y se contrastan ejemplos tomados de la literatura libel¨ªstica para poner a prueba unas pocas hip¨®tesis y generalizar un pu?ado de conclusiones. Que haya escasas aportaciones cr¨ªticas no significa que las pocas que hay no sean relevantes. Junto a la reivindicaci¨®n, inequ¨ªvocamente antijacobina, de la sociedad del Antiguo R¨¦gimen, Craveri consigue una recreaci¨®n, rebosante de detalles y referencias eruditas y, desde luego, muy idealizada, de los escenarios, los modales, los c¨®digos, el vocabulario, los protocolos y los decorados, y las infinitas minucias que formaban a aquellos rituales de sociedad -tanto como forman los actuales ritos de las clases altas- y que suelen ser imperceptibles a los no iniciados. Tras una breve introducci¨®n, se suceden en el libro las descripciones de los salones aristocr¨¢ticos y se trazan semblanzas biogr¨¢ficas de las figuras que los animaron. Y todas, oh sorpresa, sin excepci¨®n, son mujeres. Esta observaci¨®n hace que el libro no se presente como un mero ejercicio de nostalgia del Antiguo R¨¦gimen, sino como un ensayo que busca rescatar, en ocasiones trazando aut¨¦nticos paneg¨ªricos, la contribuci¨®n femenina (y aristocr¨¢tica, por cierto) a la civilizaci¨®n europea. Brillantes retratos de Madame de Rambouillet, Madame du D¨¦ffand o Madame de Sevign¨¦ y de muchas otras se?oras de exquisita mundanidad acompa?an la descripci¨®n de los ambientes creados por ellas. Desde ellos y con la ayuda de los personajes privilegiados que los disfrutaron, Craveri contempla, con perspectivas ins¨®litas, el poder de Richelieu y Mazarino, los hechos de La Fronda, el jansenismo y la ret¨®rica de Port Royal, o la alegre inconsciencia que llev¨® a todos aquellos personajes a caer bajo la guillotina.
Lectura interesante, pues, que incluso depara alguna audacia, como es oponer la aristocr¨¢tica cultura de la conversaci¨®n a la introspecci¨®n de Rousseau quien, ni falta hace apuntarlo, queda como paradigma del escritor plebeyo, moralmente repudiable y rampl¨®n, y -naturalmente- punto de referencia obligado de la groser¨ªa y la bellaquer¨ªa contempor¨¢neas.
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