Historia de un plagio
Pocos a?os despu¨¦s de la muerte de Theodor W. Adorno, acaecida en 1969, tuve ocasi¨®n de conocer, en compa?¨ªa de unos amigos que la frecuentaban, a la viuda del m¨¢s acreditado fil¨®sofo de la Escuela de Francfort. Gretel Adorno, mujer amable y circunspecta, nos ofreci¨® en su casa un caf¨¦ con pastas compradas en una famosa confiter¨ªa de Bockenheimer Landstrasse que sol¨ªa visitar con su esposo; y, no sin reservas, accedi¨® a comentar algunos de los extremos que devoraban por entonces, debo confesarlo, mi curiosidad: deseaba, en aquella ocasi¨®n, acabar de entender el grado de amistad que existi¨® entre Adorno y Thomas Mann, y el grado de complicidad que pudo haberse producido entre uno y otro a ra¨ªz de la redacci¨®n de El doctor Faustus.
Cuando le pregunt¨¦ acerca de la colaboraci¨®n aludida entre Mann y su marido, Gretel Adorno perdi¨® por unos momentos la exquisitez de las formas acad¨¦micas que hab¨ªa impregnado su comportamiento despu¨¦s de tantos a?os de convivencia con la cabeza quiz¨¢ m¨¢s l¨²cida y ordenada de la ciudad de todo el siglo XX, y, con iracundia mal disimulada, respondi¨®: "?Colaboraci¨®n? ?Plagio!". Y pas¨® a mostrarme de inmediato la exacta correspondencia entre una enorme cantidad de borradores, p¨¢rrafos y cartas enteras escritas por Adorno, por un lado, y una serie de p¨¢rrafos y p¨¢ginas enteras de la novela de Thomas Mann, por el otro, escrupulosamente se?aladas por ella con octavillas blancas descoloridas por los a?os.
Pero esta historia es, de hecho, mucho m¨¢s compleja. Cuando el exiliado Mann se instal¨® en Los ?ngeles en el verano de 1941, lo hizo primero en la vecindad de Arnold Sch?nberg, en Brentwood Park, pero no tard¨® en trasladarse mucho m¨¢s cerca de la ciudad, en Pacific Palisades. Entonces los Mann tuvieron por vecinos, entre otros, a Lion Feuchtwanger, Bertolt Brecht, Aldous Huxley y los compositores y music¨®logos Hans Eisler, Ernst Toch... y el mejor de los disc¨ªpulos "te¨®ricos" de Alban Berg, Theodor Adorno. No quedaban lejos, por su parte, una serie de m¨²sicos de enorme relieve, como Otto Klemperer, Bruno Walter, Arthur Rubinstein, Vladimir Horowitz o ?gor Stravinski, y el escen¨®grafo Max Reinhardt. No es extra?o, por ello, que en esta compa?¨ªa naciera en Thomas Mann la idea de escribir un libro que gira casi enteramente en torno a la teor¨ªa y la filosof¨ªa de la m¨²sica.
En efecto, Mann emprendi¨® y culmin¨® durante su exilio americano la redacci¨®n de El doctor Faustus, cuyo cap¨ªtulo XXII, en especial, presenta por boca de Adrian Leverk¨¹hn la teor¨ªa del "m¨¦todo dodecaf¨®nico" que, como sabe todo el mundo, es invenci¨®n de Sch?nberg y de nadie m¨¢s. Pero Mann era demasiado orgulloso tanto para recabar directamente de Sch?nberg informaciones acerca de esta teor¨ªa como para reconocer en las p¨¢ginas de su libro la verdadera autor¨ªa de este sistema musical tan revolucionario. Lo que hizo Mann, muy en su estilo, fue recabar la informaci¨®n necesaria cerca de Theodor Adorno, que no era propiamente un compositor y que le resultaba, en tanto que hombre de letras y vecino, mucho m¨¢s pr¨®ximo que Sch?nberg.
Adorno le proporcion¨® a Mann direc
tamente, y tambi¨¦n a trav¨¦s de los esbozos del libro que estaba preparando por entonces, Filosof¨ªa de la nueva m¨²sica, todo cuanto Thomas Mann necesitaba para ilustrar las teor¨ªas de su personaje Leverk¨¹hn. Como El doctor Faustus se public¨® antes que el tratado musical de Adorno, Sch?nberg, al leer la novela en 1947, crey¨® que Mann se atribu¨ªa impropiamente la invenci¨®n de su sistema arm¨®nico; se enfad¨® seriamente; y Mann y Sch?nberg mantuvieron una agria controversia, entre 1948 y 1950, que desemboc¨® en un gesto sin precedentes por parte de Thomas Mann: a?adi¨® a la segunda edici¨®n de Doktor Faustus, como colof¨®n, esta nota: "No parece superfluo advertir al lector que la forma de composici¨®n musical expuesta en el cap¨ªtulo XXII, conocida con el nombre de sistema dodecaf¨®nico o serial, es en realidad propiedad intelectual de un compositor y te¨®rico contempor¨¢neo, Arnold Sch?nberg". Esto despert¨® en el compositor el comentario que sigue: "Mann ha a?adido un segundo crimen al primero: me llama 'un compositor y te¨®rico contempor¨¢neo'. El futuro dir¨¢ qui¨¦n de los dos era contempor¨¢neo del otro". Sch?nberg se hab¨ªa irritado con cierta dosis de raz¨®n, pero lo cierto era, como se ha dicho, que la aut¨¦ntica fuente de la "inspiraci¨®n" de Mann no hab¨ªa sido el compositor sino Theodor Adorno, quien segu¨ªa muy de cerca el desarrollo del dodecafonismo en tanto que disc¨ªpulo de Berg, otro miembro destacado del llamado Segundo C¨ªrculo de Viena.
En 1949, a instancias de Adorno, que tambi¨¦n se sinti¨® molesto con el c¨¦lebre colof¨®n de Thomas Mann porque no le citaba, el novelista aclar¨® la deuda que ten¨ªa con el fil¨®sofo en las p¨¢ginas de Diario de El doctor Faustus -cuando, de hecho, ambos la ten¨ªan directamente con Sch?nberg-, pero a Adorno le pareci¨® tan insuficiente el reconocimiento de Mann hacia su persona como se lo hab¨ªa parecido al compositor el exiguo colof¨®n de la edici¨®n reparadora. Mann se enter¨® del malestar de Adorno, y escribi¨® en una carta a Jonas Lesser del 15 de octubre de 1951: "Adorno se pavonea de un modo no precisamente agradable; parece que se atribuya el m¨¦rito de ser ¨¦l mismo el autor de El doctor Faustus".
Podr¨ªa pensarse que en este caso, como en la disputa con Sch?nberg, la cuesti¨®n hab¨ªa quedado zanjada bajo el peso imponente del indudable genio de Thomas Mann. Pero un caf¨¦ con pastas compradas en la confiter¨ªa m¨¢s famosa de Bockenheimer Landstrasse, en Francfort, me confirm¨® que Adorno conserv¨® toda su vida, y luego su viuda, una clara inquina hacia ese prestidigitador, artista del embuste y de la trampa que fue Thomas Mann durante su existencia amplificada. En seg¨²n qu¨¦ otro pa¨ªs, un caso como ¨¦ste habr¨ªa provocado que tres de los m¨¢s grandes genios de las artes europeas del siglo XX entrasen por turnos a deg¨¹ello.
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