Un rayo de luz en la vida espa?ola
El choque traum¨¢tico de la Guerra Civil y su violencia sanguinaria -an¨¢rquica en el campo republicano y planificada sin remilgos en el de los militares alzados- sacudi¨® la conciencia de nuestros mejores intelectuales y les oblig¨® a discurrir, m¨¢s all¨¢ de las circunstancias y del ideario pol¨ªtico, sobre las causas de semejante cat¨¢strofe. Mientras los bardos de los dos bandos pon¨ªan sus plumas al servicio de la causa popular o del Estado Nuevo que desembarazar¨ªa a la patria de la "canalla atea y marxista", Aza?a se esforz¨® en mantener la cabeza fr¨ªa y en no ceder a las emociones compulsivas del momento. Incurrir en el celo propagand¨ªstico era el recurso m¨¢s f¨¢cil en aquellos a?os tr¨¢gicos. ?l no claudic¨® jam¨¢s y procur¨® deslindar sus reflexiones de las de la clase pol¨ªtica que nominalmente encabezaba. Sigui¨® desempe?ando sus funciones hasta los d¨ªas amargos de la derrota, pero en sus diarios discursos a la naci¨®n y La velada en Benicarl¨® no cesa de volver sobre las ra¨ªces hist¨®ricas del enfrentamiento y su perdurabilidad a lo largo de los siglos. Como se pregunta uno de los personajes de este extraordinario coloquio -g¨¦nero que, aunque escasamente cultivado en el pasado siglo, entronca con la rica tradici¨®n castellana del Renacimiento y la llamada por Castro Edad Conflictiva-, "?qu¨¦ se han hecho los espa?oles unos a otros para odiarse tanto?". La respuesta de sus colegas de di¨¢logo ahonda en el cainismo tenaz al que alude ya Blanco White en sus Cartas de Espa?a:
Manuel Aza?a tuvo el coraje y generosidad de escribir unas palabras que lucen con la intensidad de lo se?ero e ins¨®lito en aquellos d¨ªas de dolor y miseria, raz¨®n y sinraz¨®n
"Ustedes dec¨ªan que el enemigo de un espa?ol es otro espa?ol. Cierto. Porque normalmente es otro espa?ol de quien recibimos la insoportable pesadumbre de tolerarlo, de transigir, de respetar sus pensamientos [...]. Es el fondo de nuestro ser. Unos fusilan a los maestros, otros fusilan a los curas. Unos queman iglesias, otros Casas del Pueblo. Los descendientes de los inquisidores queman ahora los templos. La virtud purificadora de las llamas sigue siendo un mito espa?ol".
Al servicio del mito
Con anterioridad a su fulgurante carrera pol¨ªtica, Aza?a hab¨ªa denunciado una y otra vez la identificaci¨®n de la causa espa?ola con la causa cat¨®lica; la instrumentalizaci¨®n de la historia al servicio del mito; la supuesta necesidad de cerrar filas, predicada por la ortodoxia espa?olista, contra las conjuras del enemigo; el culto a la verdad establecida e inc¨®lume. Los pilares del sentimiento nacional, advert¨ªa, se asentaban en bases muy fr¨¢giles: la ignorancia de los hechos y un af¨¢n exterminador apenas suavizado por la evoluci¨®n de los conocimientos y las costumbres. La experiencia de mi adoctrinamiento por los jesuitas y Hermanos de la Doctrina Cristiana en nuestra inmediata posguerra no difer¨ªa mucho, como dije, de la descrita en El jard¨ªn de los frailes. El enemigo -mundo, demonio y carne- nos odiaba por ser espa?oles, e hijos, por tanto, de la Iglesia cat¨®lica, apost¨®lica y romana: frente a ¨¦l no cab¨ªan neutralidad ni tolerancia. Men¨¦ndez Pelayo, el exponente mejor y m¨¢s culto de la ense?anza prodigada aquellos a?os, ?no habr¨ªa formulado ya una sentencia -aplicada despu¨¦s con esmero- cuando el lenguaje cedi¨® paso al estruendo de las armas: "La llamada tolerancia es virtud f¨¢cil; dig¨¢moslo m¨¢s claro: es enfermedad de ¨¦pocas de escepticismo o de fe nula. El que nada cree, ni espera en nada, ni se afana y acongoja por la salvaci¨®n o perdici¨®n de las almas, f¨¢cilmente puede ser tolerante. Pero tal mansedumbre de car¨¢cter no depende sino de una debilidad o eunuquismo de entendimiento".
Eunuquismo de entendimiento: Aza?a fue acusado de ello, y de otras supuestas taras, por los defensores de la santa intolerancia, del fanfarr¨®n y demagogo Gir¨®n de Velasco al falsario Joaqu¨ªn Arrar¨¢s. Un recorrido por la prensa franquista nos procurar¨ªa verdaderas perlas de cultivo en boca de otros matones y de eclesi¨¢sticos de "inspiraciones santas". La intolerancia de la Inquisici¨®n y la monarqu¨ªa absoluta, rebalsada en los periodos de convivencia entre las guerras carlistas, el canovismo y las primeras d¨¦cadas del reinado de Alfonso XIII, se volc¨® de golpe por las compuertas de la presa, abiertas por el alzamiento militar. En un pa¨ªs de intolerantes, apenas zafado del peso de las excomuniones y condenas de Le¨®n XIII y sus pares, la matanza de curas e incendio de iglesias por unos y el fusilamiento sistem¨¢tico de masones, comunistas y ateos por otros, mostraban la superficialidad de los cambios introducidos por la Rep¨²blica y el odio que concitaban entre los ap¨®stoles y sayones de la Cruzada. La sociedad espa?ola no cambi¨®, primero en t¨¦rminos econ¨®micos y luego c¨ªvicos, sino en la d¨¦cada de los sesenta. Dicho cambio, silencioso y eficaz, se produjo sin violencia: cuando el Caudillo muri¨®, el pa¨ªs ten¨ªa muy poco que ver con el que gobern¨® con mano de hierro durante casi cuarenta a?os. El gran crimen de Aza?a fue as¨ª el de proponer unas formas de convivencia a una sociedad todav¨ªa inmadura para ellas y en un contexto internacional claramente desfavorable. Su lucidez le cost¨® cara, y la desolaci¨®n de los part¨ªcipes en La velada... refleja la conciencia acongojada de quien, a contratiempo, sabe que tiene in¨²tilmente raz¨®n:
"La intolerancia espa?ola, favorecida por la corriente exterior, sopla hoy arrasadora como el siroco. Su signo pol¨ªtico es unificador: unificar las opiniones, las creencias, mediante el exterminio de los disidentes [...]".
"A muchos espa?oles no les basta con profesar y creer lo que quieran: se ofenden, se escandalizan, se sublevan si la misma libertad se otorga a quien piensa de otra manera. Para ellos, la naci¨®n consiste en los que profesan su misma ortodoxia. La naci¨®n as¨ª entendida se depura merced a tremendas amputaciones [...]. Nosotros, m¨¢s o menos, venimos a continuar cuanto ha sido en Espa?a todo el pensamiento independiente y libertad de esp¨ªritu. No todo el pensamiento espa?ol ha sido encarrilado por la fuerza, pero se procuraba extirpar la disidencia como hierba mala. ?Qui¨¦n no ha percibido a lo largo de nuestra historia intelectual y moral la queja murmurante al margen de lo ortodoxo?".
El evangelio del dictador
La oficina de propaganda creada en Burgos por el bando vencedor en la contienda se mantuvo despu¨¦s en la Pen¨ªnsula por espacio de casi cuatro d¨¦cadas. Aunque desbravada por la rutina y la paulatina adaptaci¨®n a los cambios operados en el escenario internacional, se atuvo en lo esencial al evangelio religioso y patri¨®tico del dictador: los hombres y mujeres de mi generaci¨®n tardamos a?os en limpiarnos de la marea negra vertida a diario por la prensa, la radio y, m¨¢s tarde, por la televisi¨®n.
En el exilio europeo y americano, a la merced de las vicisitudes, de la derrota del Eje hasta el encuentro de Eisenhower con Franco, la raz¨®n herida y el lastimado orgullo se expresaron con amargura y dignidad, pero sin profundizar en las ra¨ªces del conflicto con miras a acabar con ¨¦l, m¨¢s all¨¢ de los remedios caseros y pactos circunstanciales. La teor¨ªa de las dos Espa?as hall¨® as¨ª una triste confirmaci¨®n: a la abrumadoramente real se opon¨ªa la entelequia de la virtual. La prensa del exilio, comunista o no, nos ofreci¨® unos an¨¢lisis y conclusiones situados casi siempre en las afueras de lo emp¨ªrico o comprobable por raz¨®n y sentidos.
En el debate intelectual, la reflexi¨®n m¨¢s profunda y original sobre lo acaecido fue, en mi opini¨®n, la de Am¨¦rico Castro: en vez de buscar la ra¨ªz del mal en el siglo XIX y las Cortes de C¨¢diz, su an¨¢lisis se remonta a la Baja Edad Media y pasa por la criba del espa?olismo puro de los cristianos viejos, la hidalgu¨ªa basada en la limpieza de sangre, el unanimismo castizo y el consiguiente rechazo de las ideas heterodoxas y de las razas manchadas. Sus planteamientos fecundaron mi escritura desde mediados de los a?os sesenta del pasado siglo, tanto en el campo de la creaci¨®n novelesca como en el del ensayo, y, por dicha raz¨®n, no voy a demorarme en ellos. Lo que me interesa ahora es se?alar que, probablemente sin saberlo, retomaban el hilo de algunas meditaciones de Aza?a dispersas en diferentes art¨ªculos, y, sobre todo, en La velada en Benicarl¨®.
El proceso de segregar y desnacionalizar a jud¨ªos y musulmanes, observa uno de los personajes del coloquio, fue la fuerza motriz de un sistema destinado a fortalecer la nacionalidad mediante el destierro o exclusi¨®n del disidente y extra?o. En otras palabras, lo sucedido en los siglos XV, XVI y XVII ilumina los or¨ªgenes de un af¨¢n purificador de la Cruzada franquista contra el fantasma del jud¨ªo-mas¨®n y del comunista sin patria. Cuando escrib¨ª Espa?a y los espa?oles en 1967 conoc¨ªa mal la obra de Aza?a, casi siempre a trav¨¦s de lecturas distra¨ªdas o apresuradas, y no le conced¨ª el espacio que merec¨ªa en el an¨¢lisis de los traumas que configuraron la vivencia peculiar de nuestro nacionalismo castizo, diferenci¨¢ndolo del de nuestros vecinos franceses o italianos. El tema es muy vasto, y el nivel actual de los conocimientos hist¨®ricos al alcance del lector aconseja matizar algunas afirmaciones de los h¨¦roes de La velada... Con todo, ¨¦stas resultan esclarecedoras e incentivas si las contraponemos a las tesis extremas de S¨¢nchez Albornoz o las amables fantas¨ªas de Men¨¦ndez Pidal sobre la Espa?a romana y goda:
"Durante los siglos de la guerra contra los moros, la asimilaci¨®n pol¨ªtica y social no se logr¨®; m¨¢s cabal, se impidi¨® rigurosamente, pese a los frecuentes cruces entre fieles e infieles, y a pesar, sobre todo, de ser los moros tan espa?oles como los cristianos. Abundaban las mezclas de sangre, pero en conjunto, como naci¨®n, se logr¨® aislarlos, convencerlos de la diferencia, segregarlos y finalmente expulsarlos. Y no tan s¨®lo del territorio, sino de la conciencia hist¨®rica de los otros espa?oles, de cuya ense?anza ha sido excluido durante varios siglos el conocimiento y hasta la simple noticia de la civilizaci¨®n andaluza [nosotros dir¨ªamos andalus¨ª. J. G.] de la Edad Media".
Los participantes en el coloquio no se evaden de la situaci¨®n concreta que viven ni se van por los cerros del Maestrazgo. La baza que se ventila es su propia suerte, no ya como defensores de la causa legal, sino como seres humanos: su hermandad de destino con la larga lista de los segregados y desnacionalizados por decreto desde la paticoja y a¨²n controvertida unidad de Espa?a. Si ser espa?ol es sin¨®nimo de ser cat¨®lico, quien no es lo segundo deja de ser lo primero (y as¨ª lo descubr¨ª con gozo en cuanto me desprend¨ª de la in¨²til carga doctrinal que otros frailes, id¨¦nticos a los de la novela de Aza?a, pusieron sobre mis hombros). Pero la suerte reservada a los dialoguistas de La velada... era en verdad dram¨¢tica, y los nombres de Machado, Max Aub y el propio Aza?a est¨¢n ah¨ª para probarlo. Los nazis, dice Eliseo Morales, imitan nuestra pol¨ªtica de expulsiones en el altar de la pureza aria, y "eso quieren hacer con nosotros los rebeldes. Somos los antipatria, es decir, otra naci¨®n, proscrita, vocada al suplicio o al destierro. Somos para ellos 'la morer¨ªa'. Tambi¨¦n ahora los godos vienen a Espa?a en busca de poder y riqueza. Si perdi¨¦semos la guerra se ense?ar¨ªa a los ni?os durante muchas generaciones que en 1937 fueron aniquilados, o expulsados de Espa?a, los enemigos de 'su unidad'. Como en 1492 o en 1610".
A lo largo de la historia del pasado siglo, la busca de una identidad castiza o libre de mezclas y, a fin de cuentas, m¨ªtica ha servido de ariete para demoler la convivencia civil de los pueblos: ello fue as¨ª en la Espa?a de 1936, la Yugoslavia de 1991 y lo es todav¨ªa en el Pa¨ªs Vasco. Con todo, la referencia a lo acontecido a los espa?oles jud¨ªos y musulmanes no era nueva ni circunstancial en Aza?a: el protagonista de El jard¨ªn de los frailes opone ya al belicismo y odio de los fan¨¢ticos el c¨¦lebre episodio del Quijote del encuentro del morisco Ricote, venido clandestinamente a su patria, con su vecino Sancho Panza: "Ricote, enemigo del rey que as¨ª lo estatuye, no lo es de Sancho, hijo de la misma tierra [...]. Sancho, piadoso, entiende este lenguaje: no se le ve, ardiendo en ira, despedazando al infiel; encubre el delito de Ricote, empieza a ser culpable de traici¨®n. Parten el pan, beben de la misma bota. ?D¨®nde paran, en el sabroso almuerzo del morisco y el cristiano, las rencillas de secta?".
Un estorbo
Aza?a sab¨ªa que, en aquellos momentos cruciales, quienes conservaban un poco el juicio constitu¨ªan un estorbo para los dos bandos; igualmente, que una victoria por las armas no ser¨ªa una soluci¨®n duradera si no se produc¨ªa un cambio econ¨®mico y social en el conjunto de la sociedad hispana. Su diagn¨®stico era certero: el cambio se produjo en los a?os setenta en virtud de una din¨¢mica creada por un conjunto de circunstancias -emigraci¨®n masiva, pero temporal, a Europa; pac¨ªfica invasi¨®n de millones de turistas con divisas y con costumbres nuevas; llegada al poder de los tecn¨®cratas del Opus Dei y su mensaje "por el dinero hacia Dios"-; a consecuencia de ello fue posible el pacto o convenio que permiti¨® la transici¨®n y cuaj¨® en la Constituci¨®n de 1978. Los l¨ªmites y concesiones de ¨¦sta -revelados recientemente por Jos¨¦ Vidal Beneyto- los medimos ahora con la inquietante involuci¨®n aznarista, mas la espiral de violencia, nuestro triste Bolero de Ravel, concluy¨® al fin, exceptuando para los disc¨ªpulos armados de Sabino Arana.
En condiciones adversas a la causa que defend¨ªa -abandono ignominioso de la Rep¨²blica por Inglaterra y Francia; apoyo t¨¢ctico, pero nocivo, del zar Stalin-, Manuel Aza?a tuvo el coraje y generosidad de escribir unas palabras que lucen con la intensidad de lo se?ero e ins¨®lito en aquellos d¨ªas de dolor y miseria, raz¨®n y sinraz¨®n, hero¨ªsmo y barbarie: "Acabada la guerra, veremos si los combatientes que defienden la libertad comprenden que se han batido por la libertad de todos, incluso la de sus actuales enemigos".
?Eunuquismo de la inteligencia? Ser¨ªa interesante preguntar a los cat¨®licos de hoy si Marcelino Men¨¦ndez Pelayo ten¨ªa o no ten¨ªa raz¨®n.
Pasi¨®n cr¨ªtica incluso en plena Guerra Civil
AUNQUE LA TAREA de separar al Aza?a pol¨ªtico del escritor sea dif¨ªcil y tal vez imposible, me arriesgar¨¦ en estas p¨¢ginas a centrar la mirada en el ¨²ltimo: en sus art¨ªculos, ensayos, novelas, sin extenderme, no obstante, en sus frustradas incursiones teatrales. Si algunas de sus obras pertenecen al ¨¢mbito literario, otras presentan una mezcla inextricable de ambos elementos. ?C¨®mo leer, por ejemplo, La velada en Benicarl¨®, magn¨ªficamente escenificada por Jos¨¦ Luis G¨®mez, sin tener en cuenta el contexto pol¨ªtico que la vertebra y hace de ella una de las reflexiones m¨¢s amargas y l¨²cidas escritas hasta la fecha sobre los or¨ªgenes y consecuencias de la Guerra Civil?
La pluma de Aza?a oscila de continuo entre uno y otro campo al hilo de los acontecimientos: crisis de la monarqu¨ªa alfons¨ª, dictadura de Primo de Rivera, proclamaci¨®n de la Rep¨²blica, Bienio Negro, triunfo del Frente Popular, presidencia, guerra de 1936-1939. La realidad y la obra se funden as¨ª en una especie de diagrama arb¨®reo, desde sus primeros pinitos literarios hasta sus clarividentes p¨¢ginas de Causas de la guerra en Espa?a. En el desconsuelo de la derrota y de las perspectivas sombr¨ªas del triunfo del nazismo en Europa, Aza?a no se desarma, y, en la lobreguez y oscuridad del mundo que le rodea, abre un lucernario por el que se cuela un tenue rayo de luz. Su fe nunca desmentida en la honradez y la verdad le sobrevive.
La figura controvertida del estadista -expeditivamente arrojada al muladar de la historia por los vencedores de la guerra y calumniada por una buena parte de los vencidos- ha sido objeto de un estudio m¨¢s objetivo y ecu¨¢nime por historiadores tan estimables como Juan Marichal, Gabriel Jackson, Santos Juli¨¢, Paul Preston o Ramos Oliveira. A ellos me remito y remito al lector, no sin reproducir antes unas pocas palabras del discurso pronunciado por Aza?a en el Ayuntamiento de Barcelona el 18 de julio de 1938, tan pr¨®ximas a los bell¨ªsimos versos de Cernuda en su Eleg¨ªa espa?ola, cuando evoca la lecci¨®n:
"de los hombres, que han ca¨ªdo embravecidos en la batalla luchando magn¨¢nimamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos env¨ªan, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de: Paz, Piedad y Perd¨®n".
?Qu¨¦ otro pol¨ªtico espa?ol hubiera sido capaz por aquellas fechas de tanta entereza y generosidad?
La pasi¨®n cr¨ªtica acompa?¨® a Aza?a hasta el fin: no cedi¨® al cainismo, no transigi¨® con la mentira, no capitul¨® ante la adversidad. La deuda moral contra¨ªda con ¨¦l por quienes ¨¦ramos ni?os durante la guerra o por los que nacieron despu¨¦s de ella, debe saldarse cuanto antes. El lucernario es una modesta contribuci¨®n a ese esfuerzo reparador.
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