Roma, sin visitas obligadas
Paseos despreocupados para redescubrir la ciudad museo
En el avi¨®n, de camino a Roma, mientras le¨ªa los Cuentos romanos de Alberto Moravia, tan sencillos como pintorescos, decid¨ª que, en la medida de lo posible, tratar¨ªa de visitar la Ciudad Eterna como si no se tratara de una ciudad-museo, como si cada callej¨®n, plaza, iglesia o edificio no invitara a documentarse a conciencia, como si al levantar la cabeza en la Via dei Redentoristi y descubrir en una placa que all¨ª falleci¨® el insigne poeta romano Giuseppe Gioachino Belli, no me picara la curiosidad por saber m¨¢s de ¨¦l. Tratar¨ªa de pasear por Roma, pues, como un turista libre de la obligaci¨®n de consultar la gu¨ªa a cada paso -un placer infernal, sobre todo all¨ª-, como alguien que disfruta de un paseo por un decorado que no lo es, porque est¨¢ habitado y bulle de gente que trabaja, mendiga, come, sonr¨ªe y -?por qu¨¦ no?- tambi¨¦n pasea.
POR LA ESTACI?N TERMINI
Aparte de levantar la cabeza para admirar el fant¨¢stico vest¨ªbulo de este edificio de arquitectura fascista, los viajeros que entran en Roma por la Stazione Termini y quieren coger un taxi deben armarse de paciencia y buscar al taxista en los pasillos o en los bares de los aleda?os, porque, lo que es en su propio veh¨ªculo, no est¨¢n. Eso s¨ª, no es raro que, ya en marcha, el conductor nos ofrezca una prolongada visita por la ciudad, amenizada por su simpat¨ªa y a cargo de nuestro bolsillo. Ya en el hotel, uno puede entretenerse mirando en el mapa c¨®mo ha podido ser capaz de recorrer una distancia tan corta tomando tal cantidad de calles.
Cerca de la estaci¨®n, en la plaza de la Rep¨²blica, al atardecer, se puede asistir a un espect¨¢culo en vivo protagonizado nada m¨¢s y nada menos que por aves en libertad. Desde los ¨¢rboles, echan a volar miles de estorninos que, ya en el cielo, dibujan en el aire formas caprichosas y cambiantes como embudos que se disuelven, flechas que avanzan y negros nubarrones. En mi inexistente italiano, le pregunt¨¦ a un polic¨ªa de qu¨¦ especie de p¨¢jaros se trataba: uccelli, me respondi¨® ufano. P¨¢jaros. Para qu¨¦ complicarse la vida.
POR LA PLAZA DE ESPA?A
La plaza est¨¢ repleta al anochecer, llena de grupos de j¨®venes sentados en las escaleras que van a farsi la straniera -a ligarse a una extranjera-, familias gritonas y abuelas sonrientes. Tambi¨¦n hay africanos vendiendo un mu?eco de un soldado que repta por el suelo mientras dispara su fusil ametrallador, y vendedores de casta?as. Una casta?a romana no es igual que una casta?a madrile?a. La diferencia est¨¢ en el modo de presentarse: la romana tiene la piel recortada en forma de dientes, y es mucho m¨¢s cara y coqueta.
En las cercanas v¨ªas del Babuino, Condotti y Borgogna, los viandantes se arremolinan frente a las tiendas de lujo. Son las mismas que en cualquier otra capital occidental, aunque a veces la elegante disposici¨®n de un escaparate o los acabados interiores nos recuerdan que estamos en Roma. En la papeler¨ªa Fabriano, los estantes de madera acogen cuadernos y hojas multicolores como si fueran peque?as joyas, y uno se puede quedar un rato observ¨¢ndolos, tan quietos mientras esperan a que alguien los elija.
POR EL TRASTEVERE
Por sus calles tranquilas salpicadas de peque?os comercios, con sus fachadas revocadas en todos los ocres posibles, el protagonista de uno de los relatos de Moravia, reci¨¦n salido de la c¨¢rcel, camina en busca de su delator para vengarse. Yo buscaba un restaurante, esquivando motorinos, y me encontr¨¦ con una exposici¨®n sobre el escritor italiano en el Museo di Roma in Trastevere. Me gust¨® un retrato suyo de Renato Guttuso, de atrevidos colores, y encontrar en el rellano de una escalera un medall¨®n igual al famoso de la Bocca della Verit¨¤, aquel sumidero que representa una divinidad marina y cuya boca, seg¨²n la leyenda, atrapa la mano de aquel que la introduzca si su conciencia no est¨¢ tranquila. As¨ª que ya saben: si quieren probar, y ahorrarse colas kilom¨¦tricas y empujones al otro lado del T¨ªber, vayan al Trastevere. Tras comprobar que soy un ¨¢ngel, com¨ª en el restaurante Capo di Fero -cerca de la bas¨ªlica de Santa Maria in Trastevere- sus renombrados spaghetti alle vongole.
POR VILLA BORGHESE
Beb¨¦s en carritos empujados por parejas j¨®venes. Ni?os de la mano de sus padres. Abuelos con sus nietos. Camino por el parque p¨²blico Villa Borghese hacia el Museo Borghese, y cualquiera dir¨ªa que me dirijo a una inmensa guarder¨ªa. Hay caminos de tierra, lagos, fuentes, ¨¢rboles, hermosas vistas y unos ecuatorianos jugando al f¨²tbol con sus familias como espectadores. En el museo me quedo con unos mosaicos de gladiadores reci¨¦n restaurados, y con la belleza de Paulina Bonaparte, esculpida por Bernini. A la salida me tranquiliza comprobar que los ni?os han llegado a buen puerto: lloran, chillan y r¨ªen mientras participan en una multitudinaria gincana.
Es de noche, y, como a todo buen turista, me duelen las piernas. Me encamino al Ristorante Papok por indicaci¨®n de un amigo calabr¨¦s. All¨ª me recibe Pietro, un lucano diminuto y jovial, que sale de la cocina y me abraza hasta casi ahogarme. Para que digan que no es cierto aquello de que los italianos son muy simp¨¢ticos. Ceno lentejas con calamares, dos platos de pasta con verdura y pescado, lenguado y una crema. Saco un cigarrillo, sonr¨ªo, y me lo fumo en honor del lucano y el calabr¨¦s, que me han hecho olvidar durante un par de horas mi cansancio romano. Otro abrazo y al hotel.
POR LA FONTANA DI TREVI
Entretenido en contar el n¨²mero de obeliscos, ferraris y v¨ªrgenes asomadas a hornacinas en fachadas y chaflanes que hab¨ªa visto a lo largo de la ma?ana, me top¨¦ de improviso con la Fontana di Trevi, una muchedumbre de turistas armados con c¨¢maras y el destello de un centenar de flases. Si todos los caminos llevan a Roma, todas sus calles llevan a la Fontana. Veo a dos adolescentes, chico-chica, sentados en la acera, ultimando los bocetos de su pr¨®ximo graffiti.
Rompe a llover, y corro a resguardarme en el Pante¨®n. Cae agua desde el ¨®culo de la c¨²pula, aunque, como la lluvia no es fuerte, las gotas casi se pulverizan en el transcurso de la ca¨ªda. Me coloco bajo el lucernario abierto y pienso que ¨¦ste es el espect¨¢culo m¨¢s emocionante de Roma, al menos para m¨ª: la gotas de lluvia perfectamente dibujadas contra la penumbra de la c¨²pula, en el interior del edificio mejor conservado de la Roma cl¨¢sica; la lluvia que cae por el ¨®culo desde el siglo I antes de Cristo, testigo de todos los cambios de una ciudad ¨²nica. Cuando escampa, ya recuperado de mi arrebato un tanto m¨ªstico, salgo y hago mi ¨²nica compra: una estilizada baraja de cartas bergamasche, para, a mi vuelta, jugar a la briscola y a la scopa con los amigos.
- Nicol¨¢s Casariego (Madrid, 1970) es autor de La noche de las doscientas estrellas (Lengua de Trapo, 1998).
GU?A PR?CTICA
C¨®mo ir
- Alitalia (902 100 323 y www.alitalia.es) tiene una oferta en la web, ida y vuelta a Roma desde Madrid, Barcelona, Bilbao y Valencia, por 159 euros m¨¢s tasas (comprando antes del 15 de marzo para volar hasta finales del mes).
- Iberia (902 400 500 y www.iberia.es) anuncia varias ofertas en su web. Por ejemplo, 69 euros m¨¢s tasas, ida y vuelta, comprando con 40 d¨ªas de antelaci¨®n y saliendo de Barcelona, o 189 euros m¨¢s tasas saliendo de Madrid, entre el 10 de abril y el 31 de mayo. ?ltima hora en la web, por ejemplo desde Madrid, 148 m¨¢s tasas.
- Air Europa (902 401 501 y www.aireuropa.com). Ida y vuelta desde Madrid, hasta finales de marzo, 170 euros m¨¢s tasas.
Informaci¨®n
- Oficina de turismo de Italia en Madrid (915 59 97 50 y www.enit.it).
- Oficina de turismo en Roma (00 39 06 48 89 91 y www.romaturismo.it). En su web ofrece un listado de establecimientos con alojamiento.
- www.comune.roma.it.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.