"Est¨¢n sus cosas, pero ¨¦l no"
Angustia, incertidumbre, dolor. Las sirenas atruenan. Al hospital de La Princesa van llegando v¨ªctimas y un reguero de familiares y amigos en busca de informaci¨®n. Centenares de personas acuden a donar sangre.
Las urgencias se despejan para atender a los heridos. Llegar¨¢n 47 a lo largo de la ma?ana. Por dos ya nada se podr¨¢ hacer. Uno de ellos es Alberto, empleado de la Seguridad Social, de 35 a?os. Sus compa?eros de trabajo se retuercen las manos: incapaces de abandonar la sala de espera aunque ya no haya esperanza que aguardar.
La familia Fern¨¢ndez Villaca?as se reagrupa en una esquina. En otro hospital les han dicho que Manuel Antonio, que iba de Torrej¨®n a su trabajo en La Castellana, est¨¢ aqu¨ª. S¨ª, figura en la lista, pero no aparece. Tras largo rato, los familiares reciben el DNI, el reloj intacto y el abrigo ensangrentado. "Est¨¢ todo, menos ¨¦l", exclama la madre. A las 14.00 llega la buena noticia: "Manuel Antonio est¨¢ en el Cl¨ªnico. Ha podido decir su nombre".
Mientras los Fern¨¢ndez vuelan hacia all¨¢, Eva Dur¨¢n llega en busca de informaci¨®n sobre su hermana Lola. Cuenta que por la ma?ana vio la sangre en Atocha, junto a su casa. Una voluntaria la atiende. Ni una ni otra logran conocer la lista total de heridos. En ella faltar¨¢ el nombre Lola, una joven madre que subi¨® al tren en El Pozo para ir al trabajo.
Carolina sale con una pierna vendada, los o¨ªdos perforados y la cara llena de cortes. "Iba mirando por la ventana. Me encontr¨¦ tirada en la v¨ªa con gente muerta, amputada", musita esta estudiante de 17 a?os. Las sirenas dejan de ulular.
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