El discreto encanto de la democracia
En los ¨²ltimos a?os he pensado muchas veces que los espa?oles tenemos una visi¨®n demasiado rom¨¢ntica de los fundamentos de nuestra democracia y de las condiciones que pueden darle estabilidad y legitimidad a largo plazo. Existe una idea muy extendida acerca de que la democracia fue posible en Espa?a porque al final del franquismo exist¨ªa un consenso en unos "valores b¨¢sicos" que eran compartidos por el conjunto de la sociedad espa?ola. Esta visi¨®n me parece no s¨®lo discutible, sino errada. Mi impresi¨®n de aquellos a?os es que la sociedad espa?ola era muy desigualitaria y estaba profundamente dividida respecto de los valores b¨¢sicos que deb¨ªan orientar las leyes y las pol¨ªticas p¨²blicas.
Pero, aun as¨ª, la democracia -es decir, la tolerancia y la aceptaci¨®n del pluralismo pol¨ªtico-, fue posible porque cada grupo ten¨ªa muy claro que no podr¨ªa imponerse a los otros por la fuerza. Los partidarios del viejo r¨¦gimen sab¨ªan que no pod¨ªan seguir dominando despu¨¦s de Franco y los grupos de oposici¨®n sab¨ªan tambi¨¦n que no podr¨ªan llegar a gobernar sin buscar un acuerdo con los franquistas. Fue ese empate de fuerzas entre grupos opuestos y hostiles lo que llev¨® a buscar un consenso, pero no sobre valores b¨¢sicos relacionados con los fines de la pol¨ªtica, sino sobre las reglas m¨ªnimas a trav¨¦s de las cuales se deber¨ªan buscar esos fines. Esas reglas fueron el di¨¢logo y el consenso sobre las grandes cuestiones de la vida p¨²blica, tanto a la hora de decidir llevar a cabo reformas como a la hora de anularlas.
Dec¨ªa que me parece errada la visi¨®n de que la democracia fue el resultado de un consenso previo sobre los valores y fines b¨¢sicos, porque esa visi¨®n puede llevar a pensar que la democracia se ha debilitado en Espa?a cuando ha comenzado a romperse ese consenso. Y no es as¨ª. Los valores siguen siendo diferentes. Para tomar un solo ejemplo, pensemos en las diferencias existentes entre los espa?oles acerca de c¨®mo concebir el papel de la religi¨®n en la ense?anza b¨¢sica. Las cosas han comenzado a torcerse, a mi juicio, cuando algunos grupos creyeron, equivocadamente, que estaban en condiciones de imponer sus fines por la fuerza. Eso comenz¨® ya en los a?os ochenta en algunas cuestiones, como la educaci¨®n. Pero se hizo m¨¢s evidente cuando los nacionalistas vascos entraron por el camino de Lizarra, intentando imponer al resto de los ciudadanos y fuerzas pol¨ªticas de Euskadi y del resto de Espa?a su opci¨®n por la autodeterminaci¨®n.
Posiblemente algo de esto le pas¨® tambi¨¦n a Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar hacia el final de su mandato. Pens¨® que estaba en condiciones de imponer sus valores al resto de los grupos pol¨ªticos y de los ciudadanos que no pensaban como ¨¦l. De ah¨ª que rompiese la regla del di¨¢logo para acordar las grandes decisiones de pol¨ªtica exterior, como la alianza con George W. Bush en la guerra de Irak, o de pol¨ªtica interna, como la reforma del mercado de trabajo, la de educaci¨®n, la consideraci¨®n de la religi¨®n en la ense?anza o el Plan Hidrol¨®gico. Se volvi¨® al ordeno y mando y al decretazo. Parafraseando a Clausewitz, la vida pol¨ªtica espa?ola se transform¨® en una "continuaci¨®n de la guerra civil por otros medios".
La teor¨ªa pol¨ªtica moderna ha puesto de manifiesto que un r¨¦gimen democr¨¢tico alcanza la legitimidad y la estabilidad a largo plazo en la medida en que sus decisiones resultan de una deliberaci¨®n plena y abierta entre sus principales grupos pol¨ªticos, instituciones y representantes de la sociedad civil. La deliberaci¨®n entendida como un proceso de formaci¨®n de opini¨®n, en el que cada uno est¨¢ abierto a la posibilidad de variar de opini¨®n a la luz de los argumentos de los otros y de la nueva informaci¨®n que surja en el transcurso del debate. Por eso, lo que m¨¢s me ha gustado de Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero, durante su campa?a y su discurso de investidura, es la reivindicaci¨®n y la insistencia en el retorno a las reglas del di¨¢logo y del consenso como mecanismos para tomar las grandes decisiones pol¨ªticas. No se trata de forzar a nadie a que renuncie a sus objetivos pol¨ªticos, por muy equivocados que les parezcan a los otros. Se trata, en primer lugar, de ponernos de acuerdo en estar en desacuerdo. Y despu¨¦s, seguir hablando para llegar a entenderse, practicando un di¨¢logo m¨¢s amistoso con la democracia, sin tentativas de aplastar o imponer los puntos de vista al adversario.
Las primeras im¨¢genes de esta legislatura alientan al optimismo. El nuevo talante de Rodr¨ªguez Zapatero y de Rajoy, as¨ª como el de todos los que intervinieron en la sesi¨®n de investidura, parece ser capaz de abrir una nueva etapa pol¨ªtica. Pero habr¨ªa que ser cautos con las expectativas, para no experimentar despu¨¦s frustraciones exageradas. Especialmente los grupos nacionalistas y regionalistas. Hasta ahora ten¨ªan el espejismo de que algunas de sus reivindicaciones -m¨¢s financiaci¨®n, m¨¢s inversiones, m¨¢s autogobierno, la autodeterminaci¨®n, etc¨¦tera- no se consegu¨ªan porque en Madrid hab¨ªa un Gobierno intransigente. Pero muchos de esos objetivos seguir¨¢n siendo igualmente dif¨ªciles en la nueva etapa, especialmente si se plantean como un tr¨¢gala. Queda, por tanto, un largo y dif¨ªcil camino que va desde la lucha fratricida en que nos encontr¨¢bamos al toma y daca sobre las propuestas del Gobierno y los grupos de oposici¨®n. Porque en eso consiste el discreto encanto de la democracia: no en ponerse de acuerdo en los fines o en los valores b¨¢sicos, sino en respetar las reglas acordadas para perseguirlos. Si se logra, especialmente entre los grupos que han apoyado o que no han votado en contra de la investidura de Rodr¨ªguez Zapatero, estaremos ante un Gobierno fuerte y estable.
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