Amar o ser amado
El ¨²ltimo cap¨ªtulo del libro de Andr¨¦ Breton El amor loco est¨¢ dedicado a su hija Aube y termina as¨ª: "Te deseo que seas amada locamente". Confieso que me embarg¨® un profundo estupor al leer la frase. ?Tan importante es ser amado? ?No habr¨ªa sido m¨¢s propio que el fundador del surrealismo hubiera deseado que su hija protagonizara de manera activa esa pasi¨®n, amando ella locamente? Porque, ?de qu¨¦ sirve ser amado si uno no es capaz de amar?
Lo que m¨¢s me importa ahora no es el asunto, siempre complicado, de la reciprocidad. Desde luego que si alguien me lo planteara en t¨¦rminos de disyuntiva entre amar o ser amado, para m¨ª la respuesta no ofrece dudas: lo verdaderamente importante es amar. Porque el amor constituye una de las experiencias m¨¢s radicalmente humanas, en la que los individuos, al margen de las cotas de felicidad o de dolor que puedan alcanzar, obtienen un conocimiento de s¨ª y de los otros imposible de obtener por otros medios. He dejado abierta la cuesti¨®n de que el amor pueda proporcionar felicidad o dolor precisamente porque no creo en absoluto que la reciprocidad represente una condici¨®n de posibilidad del amor en cuanto tal.
Lo que desde fuera puede ser visto como generosidad o desprendimiento representa en realidad una dimensi¨®n constituyente del amor. El amor no reclama para s¨ª como requisito previo el ser correspondido. El que ama bajo ning¨²n concepto le dice al amado o amadaa: "Mira lo que he hecho por ti", porque no hace depender su amor de la respuesta. Quiz¨¢ la cosa quede m¨¢s clara sirvi¨¦ndonos como ejemplo del gesto de regalar. Por decirlo con pocas palabras, al que ama lo que le ilusiona es regalar, no que le regalen. Cuando alguien regala de verdad, est¨¢ pensando en la alegr¨ªa del otro. El qu¨¦ se regala est¨¢ al servicio del qui¨¦n. Mientras que, cuando uno espera un regalo, lo que le importa es recibir ese objeto en particular, con independencia de qui¨¦n sea el que se lo entregue. Le importa el qu¨¦, no el qui¨¦n.
Tal vez el ejemplo pudiera servir tambi¨¦n como criterio para distinguir entre el amor en sentido fuerte y otros registros que a veces se reclaman, ileg¨ªtimamente, del mismo t¨¦rmino. Un caso muy claro de esto es el amor a s¨ª mismo, que en tantas ocasiones se escuda tras el otro para no mostrar su aut¨¦ntica faz. En su Historias del se?or Keuner, Bertolt Brecht pone en boca del protagonista el siguiente comentario a prop¨®sito de la noticia de que la actriz Z se hubiera dado muerte por un amor desdichado: "Se suicid¨® por amor a s¨ª misma. En cualquier caso, no pudo haber amado a X. No le hubiera hecho algo as¨ª. El amor es el deseo de dar algo, no de recibirlo.
El deseo desmesurado de ser amado poco tiene que ver con el amor". No hay aqu¨ª, en realidad, amor hacia el otro: lo que hay es amor a uno mismo por persona interpuesta.
No quisiera que esta ¨²ltima afirmaci¨®n, de pretensiones descriptivas, fuera considerada como un juicio de valor que, habida cuenta de la connotaci¨®n que aproxima el amor a s¨ª mismo y el ego¨ªsmo, deslizara una descalificaci¨®n encubierta. El reproche a esta variante enga?osa de amor no es de orden moral, sino fundamentalmente gnoseol¨®gico. Al que ama, dec¨ªamos antes, se le revelan dimensiones del otro y de s¨ª mismo que al resto se le escapan por completo. Aquellas apasionantes conversaciones con la persona amada, llenas de brillo y de relieve, devienen charla banal, superficial, plana, cuando se las evoca tiempo despu¨¦s, mediando ya la separaci¨®n, comenta Walter Benjamin en su maravilloso Direcci¨®n ¨²nica. No es un error de perspectiva, ni ser¨ªa correcto negarle valor a lo que se recuerda. Aquella experiencia era verdad: el amor da vida a la vida, inyecta intensidad a cuanto nos ocurre estando con el otro.
Por eso, lo propio ser¨ªa afirmar que, en comparaci¨®n a quien ama, el ego¨ªsta no es malo:
es ignorante (y, por tanto, pobre) en la medida en que desconoce uno de los registros mayores del ser humano. En efecto, en su ignorancia, el ego¨ªsta se conforma con poco. Persevera en un registro menor, que no dudar¨ªa yo en calificar de inmaduro. Se conforma con esa apariencia de felicidad que tiene como figura emblem¨¢tica al ni?o que se deja querer, que se relame, complacido, por las atenciones que su madre o su abuela le dispensan -especialmente por el taz¨®n de chocolate caliente con galletas que le llevan a la cama- sin esperar nada a cambio, aceptando incluso que ni les d¨¦ las gracias. Poca pasi¨®n podr¨¢ conocer quien no est¨¢ dispuesta a correr el riesgo de olvidarse, ni por un momento, de su propio yo, quien cifra su ideal de felicidad en ser objeto permanente de cuidado y mimo.
Frente a esta figura, la del que ama s¨ª corre riesgos. Lo que significa, evidentemente, que nada le garantiza el ¨¦xito final. La gama de contrariedades que se puede sufrir por amar es muy amplia. Una de ellas, desde luego, es la de no ser amado. Pero hay m¨¢s. Y ya que hasta aqu¨ª he hecho referencia reiterada al conocimiento, se me permitir¨¢ que concluya con un riesgo de car¨¢cter gnoseol¨®gico. Cuando se ama a una persona ("incluso cuando s¨®lo se piensa intensamente en ella", llega a escribir Benjamin), su rostro aparece en todas partes, no hay libro en el que no se descubra su retrato, pel¨ªcula en la que no se reconozca su perfil ni transe¨²nte que no nos la evoque. Esa persona se hace omnipresente, ti?e el mundo por entero con su evocaci¨®n, colore¨¢ndolo con sus tonalidades personales. Pero, al propio tiempo, tanta presencia tiene como correlato necesario m¨²ltiples ausencias. El que declara "¨²nicamente tengo ojos para..." est¨¢ reconociendo, con esa misma afirmaci¨®n, su ceguera para casi todo lo dem¨¢s. S¨ª, ya s¨¦, "el amor es ciego", reza el t¨®pico. Pero no debi¨¦ramos plantear las cosas de tal forma que la opci¨®n a la que se nos abocara fuera la de tener que escoger entre ser ciego o quedarse tuerto. Acaso debi¨¦ramos aprender a amar de otra manera. No me pregunten m¨¢s, por favor. Si supiera en qu¨¦ puede consistir esa otra manera, tengan por seguro que se lo hubiera dicho.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa en la Universidad de Barcelona.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.