La nueva rebeli¨®n de Saramago
La culpa de todo la tiene el color blanco, el mismo que tradicionalmente simboliza la pureza, la sencillez, la simplicidad, el esp¨ªritu puro por antonomasia, aquel del que en mi infancia -no s¨¦ si en todas las dem¨¢s- se ense?aba que su origen estaba en la ausencia de todos los colores. Luego -las vueltas que da la f¨ªsica- todo gir¨® y se coloc¨® al rev¨¦s: el blanco es la reuni¨®n de todos los colores, su ausencia da lugar a otro color que tambi¨¦n ciega, el negro. Pues al fin y al cabo, tanto el exceso de blancura como el de negrura terminan igual, ocult¨¢ndolo todo. Y ahora, en ¨¦sta su duod¨¦cima novela larga, y en pleno impulso de su oficio tras haber conseguido el Nobel de Literatura en 1998 -un premio que se redimi¨® a s¨ª mismo de haber obviado la literatura portuguesa durante casi un siglo-, residente entre nosotros como un ciudadano m¨¢s, siempre comprometido con su fe y su realidad, se acerca a uno de los temas m¨¢s candentes de nuestro tiempo: ?qu¨¦ es la democracia, cu¨¢l es su sentido y c¨®mo tenemos que comportarnos para utilizarla como se debe?
ENSAYO SOBRE LA LUCIDEZ
Jos¨¦ Saramago.
Traducci¨®n de Pilar del R¨ªo
Alfaguara. Madrid, 2004
426 p¨¢ginas. 20,50 euros
ASSAIG SOBRE LA LUCIDESA
Jos¨¦ Saramago.
Traducci¨®n de Xavier P¨¤mies Gim¨¦nez
Edicions 62. Barcelona, 2004
282 p¨¢ginas. 19,50 euros
El concepto de democracia es una inflaci¨®n, est¨¢ tan cargado de sentidos que sufre de una hipersignificaci¨®n que llega a desvirtuarla por completo, como si necesitara siempre de un adjetivo que la defina de verdad. Y as¨ª hemos visto pasar ante nuestros ojos la democracia liberal, la social, la popular, la corporativa, la "org¨¢nica" y otras muchas m¨¢s por el estilo, sin olvidar los que la niegan al intentar definirla, como sucede ahora cuando, en el colmo del orgullo manipulador, se intenta radicar en ella misma una esencia de la que siempre careci¨® (su fundamentalismo). Pues la democracia no es un fin en s¨ª misma, sino un medio para conseguir algo, la conciliaci¨®n de la libertad y la justicia en un solo r¨¦gimen de convivencia. La democracia no es el mejor de los sistemas posibles, sino "el menos malo" de los que conocemos (Churchill), pero tambi¨¦n, no lo olvidemos, "un abuso de la estad¨ªstica" (Borges), pues todav¨ªa no hemos resuelto el papel que juega la cantidad frente a la calidad (los n¨²meros frente a las palabras, o la imposible relaci¨®n de la ciencia con la filosof¨ªa y las humanidades).
Pero ?qu¨¦ viene a hacer
aqu¨ª lo del color blanco, qu¨¦ hacemos con eso del blanco y el negro? En 1996, poco antes del Nobel, ya Saramago hab¨ªa utilizado el color blanco para su "peste" particular que describi¨® en Ensayo sobre la ceguera, el t¨ªtulo que describe la parte primera de este Ensayo sobre la lucidez, como si fuera el "haz" de este "env¨¦s" que ahora nos perpetra con su contundencia acostumbrada. La ceguera era entonces "blanca", una peste "lechosa" que atacaba como una enfermedad misteriosa a los ciudadanos de una sociedad democr¨¢tica -quiz¨¢ Portugal, quiz¨¢ Lisboa, pero no se dec¨ªa all¨ª, pues su argumento era m¨¢s "abstracto", como aqu¨ª se niega tambi¨¦n de manera expl¨ªcita en esta segunda parte- que se despe?aba hacia una dictadura tr¨¢gica y ca¨®tica, el reinado de la fuerza y el crimen. Pero, en aquella primera parte, el final era en medio de todo optimista, pues la enfermedad cesaba de manera tan misteriosa como hab¨ªa llegado, hasta aparec¨ªa una hero¨ªna que manten¨ªa la esperanza. En esta segunda parte -pues hacia su mitad as¨ª se declara de manera expl¨ªcita- la misteriosa enfermedad, que tambi¨¦n se reclama del color blanco, reside en unas elecciones municipales donde una abrumadora parte del electorado (el 83% en un segundo intento) vota en blanco, como en un enorme fracaso de una democracia que en el fondo no lo es tanto, como luego se demostrar¨¢. Pues, a diferencia de la primera parte, esta segunda termina mal, con un doble asesinato (tras un falso atentado) que dicha democracia utiliza para defenderse neg¨¢ndose a s¨ª misma con todo ello. Aunque al final el propio Saramago deja abierta la posibilidad de que al saberse todo, siempre exista una posible salida hacia la esperanza.
No creo que el tema de esta
excelente novela sea subjetivo, el de saber si Saramago cree o no en la democracia, pues es evidente que s¨ª. De hecho ha participado en ella, lleg¨® a presidir durante seis meses la Asamblea lisboeta en una coalici¨®n socialcomunista (aunque dimiti¨®) y hasta se presenta como candidato en las pr¨®ximas elecciones europeas por el partido comunista portugu¨¦s, aunque ha declarado que por inercia, que es otra manera de llamar a lo que no es sino fidelidad. Es una novela abstracta, tan cuidadosa que carece de nombres propios, una novela te¨®rica donde no se pone en tela de juicio la democracia en s¨ª misma, sino sus formas. Y siendo como es la democracia una "forma" en s¨ª, hay que conservarla de las muchas otras que al intentar darle forma la deforman, con lo que la democracia desaparece pura y simplemente. El llamado "voto blanco" no es antidemocr¨¢tico, ni una carga contra la democracia en profundidad: es el rechazo de lo que se propone como posibles salidas, a veces no tan democr¨¢ticas como parecen. El problema est¨¢ en su utilidad, en que se dice que no sirve para nada, pues as¨ª lo tratan los medios de comunicaci¨®n social, que ellos s¨ª que condicionan poderosamente la democracia en la que intervienen y no de manera democr¨¢tica, sino en representaci¨®n de los poderes que algunos llaman f¨¢cticos, y que s¨®lo son econ¨®micos. Pues, al basarse en sus recursos econ¨®micos -venta y publicidad-, favorecen tan s¨®lo a lo que les beneficia, y eso ya no es exactamente democr¨¢tico. ?O s¨ª? Ah¨ª est¨¢ el detalle, en el sistema econ¨®mico autoproducido y endog¨¢mico, el enemigo de la democracia no es el voto en blanco, sino el dinero, pues el triunfo del n¨²mero -la cantidad- nunca es garant¨ªa del de la calidad.
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