Un ramo de buena m¨²sica
Zarzuela le ha ganado por goleada al Ayuntamiento. Frente al regalo de la nader¨ªa de Nacho Cano, la Casa Real ha escogido para la boda del siglo -XXI, naturalmente- un ramillete de m¨²sicas hermosas que, adem¨¢s, cumplen bien en cada momento de la ceremonia con la liturgia correspondiente.
Do?a Letizia aparecer¨¢ en la catedral a los acordes del Concierto para ¨®rgano op. 7 n? 3 de H?ndel. Algo de pompa, pues, pero sin comerse la circunstancia. Y suficientemente movidito -si se ha elegido el Allegro de inicio- como para que el dise?o de Pertegaz luzca desde el principio.
Para la liturgia de la palabra, polifon¨ªa del Renacimiento espa?ol, un Aleluya de Crist¨®bal de Morales, sevillano que vivi¨® en Roma cuando la Iglesia todav¨ªa apoyaba a la cultura con mano de hierro.
Los novios se dar¨¢n el s¨ª ante el arzobispo Rouco Varela mientras Mozart les bendice desde el cielo de los genios con su pimpante Sancta Maria. No estar¨¢n ellos, seguramente, para fijarse mucho en goller¨ªas canoras y Rouco pensar¨¢ en que viene al pelo la cosa por aquello de que para los cat¨®licos la aceptaci¨®n de la Virgen a ser la Madre de Dios es el s¨ª de los s¨ªes.
En la comuni¨®n la cosa estaba clara, pues la liturgia lo pone f¨¢cil. Un Tantum Ergo, tambi¨¦n de Mozart, o sea que no el que tantos espa?oles hemos tenido que cantar en las primeras comuniones de los colegios de frailes o de monjas.
La misma letra pero con otra m¨²sica, bastante menos recogida que la que algunos conocemos desde ni?os. Enseguida, el Oh, salutaris Hostia de Juan Cris¨®stomo de Arriaga -?habr¨¢ estado ah¨ª la mano de L¨®pez Cobos, que de joven nos descubri¨® al vasquito que muri¨® tan pronto y al que llamaban el Mozart espa?ol?-, musicolog¨ªa pura.
Para la bendici¨®n de los esposos, Tom¨¢s Luis de Victoria. La elecci¨®n es, simplemente, perfecta. Victoria -m¨¢s que Morales- es de una sensualidad que nada tiene que envidiar al Wagner de Trist¨¢n e Isolda, as¨ª que, so capa de alabanzas a la Reina del Cielo, los reci¨¦n casados se ver¨¢n sumergidos en las ondas de la carnalidad puesta en solfa. Mientras firman los testigos sonar¨¢ la Cantata n? 69 -s¨ª sesenta y nueve, ?ser¨¢ un gui?o?-, de Johann Sebastian Bach, titulada Bendice, alma m¨ªa, al Se?or.
Menos mal, si no fuera porque la pieza fue escrita para una ceremonia bien distinta a la que a unos convoca en vivo y a otros en directo: el cambio de miembros del Consejo Municipal de Leipzig, la ciudad en la que, a la saz¨®n, viv¨ªa Bach. Y es que este hombre, ya se sabe, sirve para todo.
La salida del templo de novios e invitados se engrandecer¨¢ con el Aleluya de El Mes¨ªas de H?ndel.
Lo mejor que puede decirse es que ojal¨¢ cunda el ejemplo, pues de ordinario se emplean para la ocasi¨®n las marchas nupciales de Lohengrin de Wagner o de El sue?o de una noche de verano de Mendelssohn, ciertamente inadecuadas. H?ndel escribi¨® El Mes¨ªas para la sociedad anglicana, pero el rasgo de ecumenismo se agradece.
Luis Su?¨¦n es cr¨ªtico de m¨²sica
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