Monarqu¨ªa, ?para qu¨¦
En principio, la boda entre don Felipe de Borb¨®n y do?a Letizia Ortiz parec¨ªa destinada a conciliar la forma mon¨¢rquica y el contenido republicano. El casamiento por amor, al hacer saltar un tab¨² tras otro respecto de las tradicionales bodas de la realeza, hubiese debido mostrar que en definitiva la instituci¨®n mon¨¢rquica era capaz de asumir plenamente los valores y los s¨ªmbolos propios de las democracias. Con la reforma de la Constituci¨®n a la vista, la ¨²nica duda, de cara al futuro, resid¨ªa en saber qu¨¦ iba a quedar de la tradici¨®n mon¨¢rquica si una princesa primog¨¦nita, fruto del actual enlace, contrajera matrimonio con el se?or P¨¦rez, agente de seguros, o con el delantero centro de un club de f¨²tbol. Ante ese "ir al pueblo", ?no ser¨ªa m¨¢s razonable la elecci¨®n?
La forma en que ha tenido lugar el enlace ha servido para adelantar ese debate. La Princesa era republicana por su trayectoria biogr¨¢fica, pero en la boda esa dimensi¨®n fue literalmente engullida por un ceremonial y una presentaci¨®n que remit¨ªan a ¨¦pocas ya olvidadas. ?nicamente el gesto de felicidad del Pr¨ªncipe humaniz¨® el episodio. Como consecuencia, los efectos del enlace sobre los l¨ªderes de opini¨®n, y el conjunto de la sociedad espa?ola, han generado una inesperada polarizaci¨®n. Por una parte, est¨¢ la avalancha de mensajes de exaltaci¨®n en los t¨¦rminos m¨¢s rancios, con los programas de televisi¨®n y los peri¨®dicos de Corte convertidos en reproducciones casi cl¨®nicas de ?Hola! Por otra, una reacci¨®n negativa en distintos sectores sociales, sin acceso a los medios, pero muy viva en el boca a boca. Y con una expresi¨®n minoritaria en art¨ªculos como el de Vicen? Navarro. Desde este punto de vista, la boda ha servido para confirmar que la forma de gobierno id¨®nea para una democracia en el siglo XXI es la Rep¨²blica y no la Monarqu¨ªa. Otra cosa es, a mi juicio, que por muy conservadoras que hayan sido sus posiciones, la Corona tenga todav¨ªa entre nosotros un importante papel que jugar, como lo hiciera durante la transici¨®n, en cuanto factor de equilibrio y s¨ªmbolo de la continuidad del Estado.
Algunos de los principales protagonistas de la representaci¨®n han sido los primeros en propiciar el efecto bumer¨¢n. Aunque ellos lo ignoren, la Monarqu¨ªa espa?ola no es la brit¨¢nica y, en consecuencia, hubiera sido preciso un mayor cuidado a la hora de reinventar esta tradici¨®n. Se olvid¨® que la personalidad de la novia ofrec¨ªa una baza excelente para arrumbar la escenograf¨ªa de cart¨®n piedra, propia seg¨²n dice una buena amiga de quienes son los ¨²ltimos par¨¢sitos, y buscar la fusi¨®n con una sensibilidad popular adem¨¢s reci¨¦n golpeada por el 11-M. Las invitaciones cursadas para la ceremonia a representantes pol¨ªticos y de distintos sectores sociales s¨®lo sirvieron para forzar una penosa exhibici¨®n de trajes de dise?o, de alt¨ªsimo precio y casi siempre de dudoso gusto, por no hablar de las pamelas, dentro del af¨¢n general de sumisi¨®n a un esp¨ªritu de Corte mal asumido. Lo de menos es que una se?ora pareciese un remedo del Corsario Verde o que Trinidad Jim¨¦nez luciera con garbo su dise?o futurista: cuenta el despliegue de consumo ostentoso, especialmente en gentes de la izquierda, despreciando, como me hac¨ªa notar otra vieja amiga, el contexto de desigualdad social y de tragedia mundial en que se desarroll¨® el espect¨¢culo.
Tampoco fue adecuadamente resuelta, desde el ¨¢ngulo de nuestra democracia, otra contradicci¨®n. Puestos a elegir entre la propensi¨®n din¨¢stica y la concepci¨®n del Rey como v¨¦rtice del Estado democr¨¢tico, la primera se impuso, con lo cual tuvimos en la ceremonia, al lado de monarcas de verdad, una serie de representantes de dinast¨ªas depuestas, poco compatibles con las democracias a las que estamos asociados en Europa. Menos mal que los presidentes iberoamericanos rehusaron venir. Y la boda no era una cuesti¨®n privativa de la Corona, sino del Estado, de todos los ciudadanos y contribuyentes. ?Qu¨¦ sentido ten¨ªan las presencias de una supuesta casa real de Aosta, de un se?or que se pretende sha de Ir¨¢n o la titulaci¨®n de reyes mantenida para quienes ya no lo son? La Monarqu¨ªa se adentr¨® de este modo, menos mal que por un d¨ªa, en el terreno de la ficci¨®n arcaizante, poco adecuado a la funci¨®n pol¨ªtica que todav¨ªa debe desempe?ar en Espa?a. Porque la transici¨®n no ha terminado.
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