De estados y naciones
Dice Ibarretxe: "No sabemos c¨®mo ser¨¢n dentro de 1.000 a?os Espa?a, Francia, Europa, el mundo. Eso s¨ª, igual que hace 1.000 a?os, aqu¨ª seguir¨¢ Euskal Herria". (Lo tomo de una deliciosa columna sat¨ªrica de Eduardo Mendoza en EL PA?S, Profec¨ªa, 7-6-2004). S¨ª, el lehendakari nos ha salido futurista a largo plazo. Aunque los hay m¨¢s audaces; ante m¨ª tengo un libro que se pretende serio: The next million years. Ya ven, futuro a un mill¨®n de a?os vista.
Una lectura atenta de la deslumbrante tiradilla conduce a la conclusi¨®n de que en el lapso de diez siglos el mundo entero puede haberse convertido en una vasta jungla despoblada de seres humanos, o en un desierto sin rastro de vida de ninguna ¨ªndole, entre otras opciones. Una de ellas es que nuestra especie se haya instalado en otro astro o astros, dej¨¢ndose aqu¨ª solamente a los descendientes del se?or Ibarretxe. De gentes como ¨¦l ser¨¢ el reino de los cielos.
Los d¨ªas previos a las elecciones europeas fueron pr¨®digos en declaraciones tales, que bien se est¨¢ San Pedro en Roma. Quiero decir que los dislates con mayor audiencia surcan las ondas paralelamente a los de menor audiencia y para eso, ah¨ª nos las den todas. La inteligencia y la cultura no son atributos que reluzcan entre la clase pol¨ªtica, pues quienes los poseen, se dedican a otra cosa; algunos de ellos, a francotiradores. Enric Company entrevist¨® al candidato de la "Europa de los pueblos", Bernat Joan i Mar¨ª. Arguye Company: "Pero pa¨ªses catalanes es una definici¨®n que s¨®lo tiene un sentido espec¨ªfico, pol¨ªtico, para los nacionalistas catalanes, y a¨²n no todos". La respuesta es antol¨®gica: "La sostiene Esquerra". (?Bravo moj¨®n!) Y sigue: "El doctor Vil¨¤ Valent¨ª, un ge¨®grafo eminente, dice que los pa¨ªses catalanes son una realidad que si no hubiera otros condicionamientos hist¨®ricos, seguramente marcar¨ªa unos l¨ªmites pol¨ªticos". Esto es Collingwood en el siglo XXI, y es, aunque s¨®lo como factor coadyuvante, Stalin. La geograf¨ªa y el clima como factor determinante del esp¨ªritu nacional. Eso lo puso en circulaci¨®n Montesquieu en uno de sus m¨¢s clamorosos lapsus. Aunque Montesquieu no remat¨® la faena, lo que s¨ª hicieron coet¨¢neos y cuasi coet¨¢neos como Burke, Bonald, De Maitre, entre otros segundones. Los vivos, los muertos, los que morir¨¢n y los que nunca nacieron, pues la naci¨®n es, en realidad, anterior a sus habitantes. Es lo que le o¨ª a otro se?or en campa?a: "Las naciones nunca mueren (?ni nacen?) los Estados, s¨ª". Defunciones nacionales las ha habido a patadas. S¨®lo derrochando voluntarismo encontrar¨¢n los fervientes un h¨¢lito de Plat¨®n y Arist¨®teles en la sociedad ateniense de hoy.
Curiosamente, y sabi¨¦ndolo o sin saberlo, a la generaci¨®n del 98 (?y a Men¨¦ndez y Pelayo!), con su exaltaci¨®n de Castilla y Espa?a, debemos la defensa de la teor¨ªa del suelo y el clima. En las grandes llanuras, el horizonte se pierde de vista y eso incita a sus pobladores a moverse, a "ir m¨¢s all¨¢". De ah¨ª el esp¨ªritu de expansi¨®n y de conquista, al que, por cierto, tan agradecidos deben estar los americanos del sur y parte del norte. El hombre del valle, en cambio, desprovisto de lejanos horizontes geogr¨¢ficos, con agua abundante, pastos y agricultura intensiva, moverse no le mueve. De ah¨ª el esp¨ªritu burgu¨¦s. A m¨ª me dijo un catedr¨¢tico, natural de Ondara, que no pod¨ªa identificarse con Machado porque describe una lluvia gruesa, mientras la de su pueblo es fina. O sea, como la de Almer¨ªa. Deduzcan. Yo me cri¨¦ en un pueblo alicantino de alta monta?a y all¨ª la lluvia te agujerea la piel. No soy valenciano, sino de Soria. Dios no deber¨ªa permitir tanta sabidur¨ªa.
Es imposible definir la naci¨®n sin tropezarse con cantos rodados. M¨¢s f¨¢cil definici¨®n tiene el Estado, aunque sus or¨ªgenes no est¨¢n nada claros. La teor¨ªa del conflicto es bastante convincente, pero admite m¨²ltiples matizaciones. As¨ª por ejemplo, si el conflicto es b¨¦lico, la formaci¨®n de un Estado ser¨¢ relativamente breve. Si no hay sangre o la hay gota a gota, el lapso de tiempo ser¨¢ m¨¢s largo. Esto es casi Perogrullo. Menos obvio es el origen del Estado nacional, la cronolog¨ªa de ambas dimensiones, la armonizaci¨®n de las mismas, etc¨¦tera. En cuesti¨®n tan compleja, naci¨®n y Estado, la subjetividad juega un papel determinante. Opino que hay que respetar al Estado en la medida que se hace de respetar. Mucho ha evolucionado a lo largo de los siglos, y hoy, un Estado cuya funci¨®n sea simplemente reguladora y de control, es abominable. Qu¨¦ regula, qu¨¦ controla y en qu¨¦ ¨¢mbitos de la vida interviene o deja de intervenir. Un bien desarrollado Estado social es la opci¨®n que preferimos y es la que se impone a pesar de ciertas "reca¨ªdas" de car¨¢cter esencialmente moment¨¢neo. Y no, la globalizaci¨®n no es un agente que vaya a destruir los Estados. En realidad, tampoco quiere, por m¨¢s que alg¨²n presidente de alguna multinacional declare abiertamente que los Estados son reliquias obstaculizadoras del progreso y que, por lo tanto, deben desaparecer. Nunca han sido m¨¢s fuertes que hoy.
Naturalmente, el gran poder econ¨®mico pugna por influir en la vida de los gobiernos, pero eso ya ocurr¨ªa, y acaso en mayor medida, en los Estados nacionales del siglo XIX. Bush, Chirac, Schr?der, Blair, no son precisamente marionetas del poder econ¨®mico, por m¨¢s que ¨¦ste les asedie como enjambres de abejas. Lo que s¨ª se observa, sobre todo en Europa, es un debilitamiento de la dimensi¨®n nacional de los Estados, a pesar de todos los espectaculares datos en contra de esta tesis. Es natural, la vida se homogeneiza en todas partes y ni Francia, en su empe?o, resiste esta tendencia. La Espa?a del siglo XIX, era m¨¢s espa?ola y a la vez m¨¢s regionalista que ahora. Aqu¨ª en la CV, los m¨¢s no saben el nombre de su comarca y el sentimiento nacional, tanto valenciano como espa?ol, pierde fuerza y car¨¢cter.
Eso no dar¨¢ al traste con el Estado nacional; al contrario, lo que mata es el amor apasionado, siempre ciego. Pero subsistir¨¢ la adhesi¨®n suficiente y necesaria para querer vivir juntos, si el Estado no defrauda el inter¨¦s general. Lejos de morir, el Estado nacional sigue arrog¨¢ndose funciones, unas para bien, otras para mal. Su pronta desaparici¨®n es wishful thinking de los adeptos a esta teor¨ªa. El Estado es la estructura que contiene a la naci¨®n y se fortalece a costa de ¨¦sta. ?Debemos lamentarlo?
Manuel Lloris es doctor en Filosof¨ªa y Letras.
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