"?Qu¨¦ clase de campe¨®n quiere la gente?"
Armstrong, amenazado antes de l'Alpe d'Huez, minimiza a sus detractores
Entraban los corredores como cohetes en la recta final de la contrarreloj de Besan?on, y la gente los vitoreaba al tiempo que bat¨ªa las manos contra las vallas que proteg¨ªan la carretera. El p¨²blico aclamaba sobre todo a los franceses, pero tambi¨¦n a los espa?oles Mancebo, Sastre y Pereiro; a los alemanes Kl?den y Ullrich, al italiano Basso. Hasta el australiano Mc Ewen, el velocista loco, el tipo odiado en buena parte del pelot¨®n por sus marruller¨ªas, se llev¨® su tibia salva de aplausos. Armstrong, el cohete m¨¢s poderoso de todos, tuvo que conformarse con los jaleos de sus compatriotas y de las autoridades, la indiferencia de muchos y los silbidos de algunos. "?Qu¨¦ clase de campe¨®n quiere la gente?", se pregunta el estadounidense.
Leblanc revel¨® que la organizaci¨®n de la carrera recibi¨® amenazas contra el l¨ªder del Tour
"En Par¨ªs nos tomaremos unas cuantas cervezas", anunci¨® un sonriente George Hincapie, el ¨ªntimo amigo de Armstrong, nada m¨¢s cruzar la meta. En la fiesta de hoy, los corredores del US Postal celebrar¨¢n la conquista de su sexto Tour y tambi¨¦n que hayan concluido la carrera sin da?os a su seguridad personal, como resalt¨® el propio Armstrong. Porque, aparte de los abucheos y silbidos, ha habido algo m¨¢s.
El director general del Tour, Jean Marie Leblanc, revel¨® ayer que en v¨ªsperas de la etapa contrarreloj en l'Alpe d'Huez, el pasado mi¨¦rcoles, la organizaci¨®n recibi¨® amenazas contra el l¨ªder del Tour. Leblanc explic¨® que el corredor tejano fue informado al momento y que se tomaron medidas especiales para ese d¨ªa. Un miembro del cuerpo de seguridad sigui¨® al ciclista en una moto y otro acompa?¨® a su director, Johan Bruyneel, en el coche del equipo.
Ya desde semanas antes del Tour, los responsables del US Postal prepararon cuidadosamente la seguridad de su l¨ªder. "Celebramos una reuni¨®n y se nos dijo que deber¨ªamos llevar siempre a Lance en el centro del pelot¨®n para alejarlo del p¨²blico", explic¨® uno de sus fieles gregarios, el asturiano Chechu Rubiera. Fuera de la carretera, la escolta de Arsmtrong fue su inseparable y jovial guardaespaldas filipino. Tambi¨¦n se eligieron los hoteles cuidadosamente. En v¨ªsperas de la contrarreloj de Besan?on, el equipo se concentr¨® en un hermoso chateau, distante de la ciudad unos 50 kil¨®metros de laber¨ªnticas carreteras rurales. Entre un paisaje de campos de ma¨ªz y del amarillo contorsionado de los girasoles, la guardia azul de Armstrong reposaba lejos de la curiosidad de los periodistas y de los aficionados y de las tentaciones delirantes de los fan¨¢ticos. S¨®lo se permit¨ªa a los clientes permanecer en el hotel. Y hab¨ªa ¨®rdenes estrictas de no pasar llamadas a las habitaciones.
"?Qu¨¦ clase de campe¨®n quieren? ?No les gusta acaso un campe¨®n que se esfuerza y trabaja duro?", se lament¨® Armstrong en la conferencia de prensa que le sirvi¨® para hacer balance del Tour. Pero en un momento feliz como el de ayer, tampoco quiso cargar las tintas: "Aunque es verdad que la gente me ha molestado en muchos momentos, lo cierto es que era una minor¨ªa. No soy el primero al que le ocurre. Le sucedi¨® a otros grandes campeones como Anquetil, al que tambi¨¦n abucheaban. Aqu¨ª parece que siempre ha sido m¨¢s popular el segundo que el primero".
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