Los neoyorquinos aguantan el chaparr¨®n
Los habitantes de Manhattan tratan de hacer vida normal entre las incomodidades provocadas por el c¨®nclave republicano
"Oiga, ?a d¨®nde va?". La pregunta, con la mano derecha sobre una porra de madera, la hace un desafiante agente de polic¨ªa a una neoyorquina visiblemente agobiada, a dos calles del Madison Square Garden. "Voy a ese bloque", se?ala la mujer. "Por aqu¨ª no va a ir. Tiene que dar la vuelta a la manzana". El agente no deja lugar a dudas. La mujer obedece. "Ya no s¨¦ por d¨®nde ir para llegar a mi casa", asegura. Es uno de los cientos de casos que muestran c¨®mo la Convenci¨®n Republicana est¨¢ alterando en Nueva York el equilibrio de la rutina diaria, en una ciudad ya complicada.
La llegada de 50.000 personas relacionadas con la fiesta pol¨ªtica republicana -entre delegados, familias, invitados y periodistas- y la presencia de varias decenas de miles de manifestantes ha obligado a las autoridades y a los organizadores (de la Convenci¨®n y de las protestas) a adoptar medidas extraordinarias.
Para acceder a las calles restringidas, los residentes deben ense?ar la debida identificaci¨®n
Las normas de seguridad sin precedentes han delimitado una especie de zona de guerra o zona cero en torno al Madison Square Garden, donde se celebra la reuni¨®n. Pero los desplazamientos entre los hoteles y el pabell¨®n deportivo, las salidas a tiendas, espect¨¢culos y fiestas y el hormigueo general repercuten en todas partes. La circulaci¨®n de coches y peatones est¨¢ regulada o interrumpida en 12 manzanas en torno al Garden, y las personas que trabajan en las oficinas de la zona necesitan pases especiales. Todo ello repercute -m¨¢s por las tardes, porque la Convenci¨®n funciona entre las siete de la tarde y las once de la noche- en el tr¨¢fico de la Gran Manzana.
Las avenidas y calles del oeste en el Midtown, donde se celebra la Convenci¨®n, est¨¢n desiertas de coches y transe¨²ntes. Todo se ha desplazado hacia el este de la isla, donde se corre el riesgo de cortes en el tr¨¢fico por las manifestaciones. Si no fuera porque un 16% de los residentes y m¨¢s de la mitad de los que trabajan en el centro de la ciudad han optado por evitarla durante la fiesta republicana, Manhattan ser¨ªa un aut¨¦ntico caos.
Afortunadamente, la primera semana de septiembre suele ser tranquila en Nueva York y el n¨²mero de viajeros de metro y de autob¨²s se reduce un 10%. Pero esto no impide que, si se opta por los desplazamientos en autob¨²s, haya que tener mucha paciencia, porque un recorrido que habitualmente supone 15 minutos ahora se triplica. La mejor manera de moverse por la ciudad es el metro. Las l¨ªneas funcionan sin problemas y sin registrar atrasos importantes.
Para poder acceder a los edificios de las calles restringidas, los residentes y transe¨²ntes deben presentar a la polic¨ªa la debida identificaci¨®n. Hasta tal punto es f¨¦rreo el dispositivo, que el Ayuntamiento envi¨® cartas a casi 3.000 vecinos para que antes de la convenci¨®n se aprovisionaran de alimentos y agua. El impacto se hace notar en los comercios y sus due?os se quejan de las p¨¦rdidas que les est¨¢ ocasionando la Convenci¨®n. "Todo esto es est¨²pido y frustrante", comentan.
Los que se benefician de la reuni¨®n no dicen nada. La mayor¨ªa se resigna. El encargado de la farmacia Duane Reade, entre la calle 28 y la S¨¦ptima avenida, a cinco manzanas del Garden, no nota diferencias: "Ni m¨¢s ni menos que en otras ocasiones". Lo mismo le ocurre a su vecino, el encargado de la tienda de comida Lily Farm: "Mis clientes son los estudiantes del Fashion Institute of Technology, ah¨ª enfrente, y siguen viniendo".
Un empleado de la tienda de ropa MundoFashion, una manzana m¨¢s arriba, explica que el lunes s¨®lo vendi¨® por valor de 300 d¨®lares (unos 250 euros), cuando la media diaria es de 1.500 (unos 1.300 euros). "Es lo que hay, no tenemos otra opci¨®n. Hay que tomarlo como viene", agrega.
El dispositivo de seguridad es imponente y llega al m¨¢ximo en Penn Station, la estaci¨®n de ferrocarril con mayor movimiento de Estados Unidos, sobre la que se eleva el Madison Square Garden.
En el per¨ªmetro rojo -el entorno protegido de la convenci¨®n- hay 10.000 polic¨ªas, uno por cada cinco participantes en la fiesta republicana. Y 35.000 m¨¢s est¨¢n dispersos por la ciudad, listos para movilizarse en caso de atentado o de que las manifestaciones anti-Bush se vuelvan violentas. Estar parado en la calle es motivo de sospecha, al igual que llevar una maleta o un paquete.
El que m¨¢s equilibrios hace en la ciudad es el alcalde de Nueva York, el republicano Michael Bloomberg, anfitri¨®n del evento, pero que tiene que cuidar su reelecci¨®n en una ciudad dominada por los dem¨®cratas.
Bloomberg se esfuerza estos d¨ªas por asegurar que, a pesar de estos inconvenientes, la Convenci¨®n Republicana aportar¨¢ beneficios a la ciudad y los cifra: 265 millones de d¨®lares (220 millones de euros). "S¨®lo hay que mirar a la calle. La gente est¨¢ contenta", insiste, mientras va de compras para mostrar normalidad. Antes de la convenci¨®n, la actitud de los neoyorquinos hacia su alcalde es favorable: un 48% de apoyos frente a un 34% de rechazo.
Al final, Nueva York superar¨¢ la prueba. Como lo hizo hace tres a?os, tras los atentados del 11-S, y como hace un a?o, tras el apag¨®n que dej¨® a oscuras la ciudad durante casi dos d¨ªas.
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