Amigos que matan
"?Es moral el capitalismo?" Cuando vemos brillar esta pregunta en las pastas plateadas de un libro escrito por un ex adicto al marxismo ortodoxo (completamente rehabilitado), tenemos una impresi¨®n parecida a la que nos causan esas "noticias", generalmente radiof¨®nicas y difundidas en ¨¦poca de vacaciones, que nos anuncian los resultados de un importante estudio llevado a cabo por alguna universidad estadounidense, que llega a conclusiones de perogrullo a prop¨®sito de alg¨²n gran problema de la humanidad: o sea, sentimos deseos de sugerir que la pr¨®xima vez nos encarguen a nosotros la investigaci¨®n, que llegaremos a inferencias igualmente sensatas con un gran ahorro de inversi¨®n.
As¨ª que la respuesta a la pregunta de marras es, como todos ustedes han adivinado mientras le¨ªan este p¨¢rrafo, no. Esto no significa que el capitalismo sea inmoral (?les he dicho ya que Comte-Sponville abandon¨® hace tiempo el althusserianismo?), sino ¨²nicamente que es amoral, es decir, que no se encuentra en la categor¨ªa de objetos a los que cabe aplicar un juicio moral. Pero me temo que esto tambi¨¦n lo sab¨ªan ustedes ya. Ahora, exactamente igual que sucede con las aludidas "informaciones de verano", si uno comete la imprudencia de reflexionar m¨¢s de treinta segundos sobre ellas, empiezan a surgir preguntas inc¨®modas: ?no son las acciones humanas la clase de cosas a las que cabe aplicar calificaciones morales? ?Y no es la econom¨ªa (como realidad social) el resultado de un n¨²mero indeterminado de acciones humanas?
Leyendo el agradable prontuario del publicista franc¨¦s, nos enteramos de que no es nada recomendable intentar subordinar la econom¨ªa a la moral, porque entonces uno se vuelve totalitario "a la rusa", aunque tampoco conviene subordinar la moral a la econom¨ªa, pues ello implica tornarse ultraliberal "a la americana", y que lo prudente es quedarse, mediante un complejo sistema de primados y primac¨ªas, en un justo medio entre econom¨ªa y moral, representado por la pol¨ªtica que, mira por d¨®nde, es el remedio "europeo". ?Qu¨¦ bonita es la filosof¨ªa, que tiene soluciones para todo!
Otra cosa son, claro est¨¢, las
estad¨ªsticas. Ellas tambi¨¦n son amorales y se limitan a mostrar crudamente los resultados de las pol¨ªticas de liberalizaci¨®n mundial de mercados en los ¨²ltimos 25 a?os, que son bien conocidos: ca¨ªda del PIB per c¨¢pita, reducci¨®n de las esperanzas de vida (hasta en 8 a?os en pa¨ªses en donde apenas llegaban a los 53), freno del proceso de descenso de la mortalidad infantil y del gasto educativo, y una expectativa de moderaci¨®n futura de los salarios (hasta aproximadamente un 20% de lo que la OIT considera el "m¨ªnimo de supervivencia") cuando se culmine el proceso y la mano de obra global se incremente desde 600 hasta 4.000 millones de personas.
Jean-Paul Fitoussi nos propone un ejemplo para visualizar los efectos de la globalizaci¨®n: si imaginamos una sala que contenga una muestra representativa de la poblaci¨®n mundial en la pen¨²ltima d¨¦cada del siglo XX, encontraremos grandes desigualdades, pero tambi¨¦n integraci¨®n civil, empleo y esperanza social (es decir, perspectivas de progreso en el curso de la vida y de que nuestros hijos vivan mejor que nosotros). Al d¨ªa siguiente de iniciarse el proceso de apertura, en la misma sala encontraremos a un peque?o grupo enriquecido y docto, a unas clases medias que temen por su futuro y el de sus hijos, y a una amplia minor¨ªa en paro o bajo el umbral de la pobreza. Seguramente ya lo han empezado a notar ustedes en su barrio, y han experimentado algunas de las consecuencias de la subcontrataci¨®n de los servicios p¨²blicos a cargo de multinacionales privadas. A ver c¨®mo nos arregla esto la filosof¨ªa (o, en su defecto, el amable Comte-Sponville).
Si en nombre de la filosof¨ªa pregunta R¨¹diger Safranski ?Cu¨¢nta globalizaci¨®n podemos soportar? (a esta pregunta la respuesta es, como ustedes pueden suponer, m¨¢s bien poca), escucharemos en su alegato final un mensaje m¨¢s atrevido: el recurso a "la audacia de aquellos gigantes que anta?o talaron los primeros bosques y abrieron los primeros claros". A uno que, quiz¨¢ por falta de estatura, siente una desconfianza cong¨¦nita hacia los gigantes, esta invocaci¨®n le suena tan poco tranquilizadora como la declaraci¨®n de Dan Gallin en Los desaf¨ªos de la globalizaci¨®n: "Los ciudadanos interesados en el futuro de la democracia no pueden cometer un error m¨¢s grave que el de esperar alg¨²n aliento de los gobiernos democr¨¢ticos". En esto, en que los gobiernos democr¨¢ticos son un estorbo, est¨¢n tambi¨¦n de acuerdo los defensores filantr¨®picos de la amoralidad de la ciencia econ¨®mica, que son esos gigantes que no dejan de talar bosques en todo el planeta: la eficacia mercantil, que a la larga es siempre lo mejor para la humanidad, s¨®lo encuentra hoy d¨ªa un obst¨¢culo para imponer su norma, y es que no consigue hacerse socialmente aceptable y "popular"; un inconveniente que se solucionar¨ªa si se abandonase la at¨¢vica costumbre de celebrar elecciones peri¨®dicamente.
Y en verdad esta doctrina
que asegura que el mejor medio para crear empleo es eliminar el seguro de desempleo y la precariedad laboral el camino m¨¢s corto hacia la riqueza debe estar conectada con aquella otra que, en el Mars Attacks! de Tim Burton, practicaban los marciales marcianos que disparaban sistem¨¢ticamente contra terr¨ªcolas desprevenidos mientras les espetaban: "?No huy¨¢is, somos vuestros amigos!". Por eso, como Safranski nos recuerda evocando a Kant, ante el doble lenguaje de la pol¨ªtica siempre conviene anteponer el prosaico respeto al derecho al m¨¢s l¨ªrico amor a los hombres, que es lo que frecuentemente invocan quienes pisotean la ley.
Claro que, como dice Comte-Sponville, la mundializaci¨®n gastron¨®mica es una suerte extraordinaria para quien le guste comer. Y no ser¨¦ yo quien le quite la raz¨®n a una persona tan agradable y distinguida.
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