"?P¨¢ralo ah¨ª!"
Bajaba Victorino Mart¨ªn por la calle de Alcal¨¢ camino de Las Ventas acompa?ado de su hijo. Sonre¨ªa. Iba plet¨®rico saludando. Se sent¨® en su abono, sac¨® un puro y mir¨® con la cabeza alta. El ganadero se sent¨ªa triunfador. Seis toros de mando en plaza era lo que hab¨ªa en los corrales. Los tres primeros, en la l¨ªnea pura. C¨¢rdenos, astifinos, tobilleros, de los que arrastran el hocico levantando polvareda. Sal¨ªan con velocidad de crucero, como proyectiles. Se emplearon poco en el caballo, pero se quedaban avisados. Esperaban en banderillas, y en la muleta estaban hechos unos t¨ªos con el genio por las nubes. Y l¨¢stima de casta desperdiciada. Ni un pase de poder se vio. Ni un atisbo de dominio. Nadie que les pusiera freno. Los otros tres tambi¨¦n tuvieron su aqu¨¦l. Con menos tipo Saltillo, pero con el mismo poder¨ªo.
Mart¨ªn / Encabo, Ferrera, Roble?o
Seis toros de Victorino Mart¨ªn, bien presentados, con trap¨ªo, encastados, con genio. Luis Miguel Encabo: media trasera tendida, pinchazo, estocada desprendida -aviso-, descabello (saludos); media contraria tendida (saludos). Antonio Ferrera: menos de media atravesada, descabello (silencio); bajonazo (pitos). Fernando Roble?o: estocada contraria (silencio); estocada (silencio). Plaza de Las Ventas, 12 de octubre. ?ltima de feria. Lleno.
El p¨²blico tambi¨¦n estaba avisado. Entendi¨® perfectamente la primera regla de la tauromaquia, que consiste, ni m¨¢s ni menos, que en parar. "?P¨¢ralo ah¨ª!", les dec¨ªan a los matadores. Lo dif¨ªcil no era entender, sino hacer. Y fue imposible.
A estos toros se les somete en el primer pase. En la primera tanda. En los primeros pasos de la lidia. Sin consentimiento, sin pausas. Con muy poco que se hubiera visto, a estas alturas se estar¨ªa tocando el cielo. Tragaron ¨¢rnica, aguantaron lo insufrible. Estar en este cartel con esta ganader¨ªa no lo hace cualquiera. Hay que reconocer el m¨¦rito de estos j¨®venes matadores, adem¨¢s de la cobard¨ªa de muchos que, como se ve, est¨¢n muy bien acomodados.
Les dieron a los victorinos varas torticeras, traseras e infames. Llegaban a la muleta con la cabeza m¨¢s alta que la bandera. Los toreros hicieron faenas cl¨®nicas. Les levantaban m¨¢s la cara con ayudados por alto, y a correr. M¨¢s parec¨ªa un encierro donde los aguerridos matadores se limitaban a salir a toda prisa. La carrera de los mil quinientos, pero en redondo.
El primero que abri¨® plaza blande¨® un poco. Fueron generosos con el animal en varas. Se volv¨ªa a la velocidad del rayo y buscaba desesperado las zapatillas de Encabo. Con dos coladas por ambos pitones se termin¨®. Estuvo muy valiente, pero, como el resto de sus compa?eros, carente de recursos. El segundo de su lote era m¨¢s toreable, pudi¨¦ndole, claro est¨¢. Se ech¨® en falta que se doblara con el animal, que le obligara. Y Ferrera hizo lo mismo con su segundo, el m¨¢s claro para la muleta. Sin embargo, estuvo de una vulgaridad insufrible, incluso con desplantes rid¨ªculos. En su primera faena se limit¨® a dejar enganchones, porfiando con el trapo en los pitones.
Roble?o estuvo desbordado. Sali¨® decidido en el sexto. Un toro hondo. Con una alzada que daba miedo. El bullidor y valiente torero de otras tardes se arrug¨®. Hab¨ªa salido decidido, pero se limit¨® a dar la cara.
En esta ¨²ltima faena alguien grit¨® desde el tendido: "?Gracias, Victorino!". Lo dec¨ªa de coraz¨®n. Lo dec¨ªa un aficionado.
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