El detective del saqueo nazi
H¨¦ctor Feliciano reescribe en espa?ol la historia del robo de decenas de miles de obras de arte organizado por Hitler y Goering, grandes amantes de la pintura, en la Francia ocupada
Como muchas grandes historias, ¨¦sta empez¨® por casualidad. En los a?os ochenta, el puertorrique?o H¨¦ctor Feliciano era corresponsal cultural de The Washington Post en Par¨ªs. "Estaba haciendo una nota sobre una exposici¨®n, y al acabar la entrevista con el galerista me coment¨® su extra?eza por que nadie hablara del expolio de obras de arte que sufri¨® Francia durante la ocupaci¨®n. La historia me intrig¨® mucho, me puse a investigar y...".
La investigaci¨®n dur¨® ocho a?os. En 1996, Feliciano public¨® en franc¨¦s el libro El museo desaparecido, que sac¨® a la luz los detalles de uno de los mayores saqueos de la historia: los nazis robaron cientos de miles de obras de arte durante la ocupaci¨®n de Francia, entre 1940 y 1944. El periodista certific¨® que s¨®lo en esos cuatro a?os salieron 29 convoyes desde Francia hacia Alemania "cargados con 100.000 cuadros, esculturas y dibujos procedentes de colecciones privadas, es decir, ?un tercio del arte que estaba entonces en manos privadas francesas!".
"Francia se convirti¨® en s¨®lo cuatro a?os en el pa¨ªs m¨¢s y mejor saqueado de Europa"
"Los nazis hicieron el saqueo como si fueran una empresa, como si lo robado fuera suyo"
La historia no era nueva, porque todas las guerras han tratado la cultura como un bot¨ªn m¨¢s; y tampoco era agradable, porque remit¨ªa a los tiempos del horror, cuando Adolf Hitler y su n¨²mero dos, Hermann Goering, planearon, ordenaron y ejecutaron el exterminio jud¨ªo. Lo espeluznante es que la historia, que hab¨ªa permanecido oculta durante 40 a?os, revelaba una terror¨ªfica sofisticaci¨®n de la barbarie: el Reich tuvo tiempo para organizar, de paso, un saqueo de arte cruel y sistem¨¢tico.
Feliciano, de visita en Madrid para presentar (por fin) la versi¨®n espa?ola y ampliada de su libro (que edita Destino), recuerda que "la emoci¨®n de Hitler al tomar Par¨ªs fue mucho m¨¢s que militar". "Por eso, nada m¨¢s llegar montaron una unidad de saqueo art¨ªstico, un equipo de 60 personas con poderes para confiscar, catalogar obras y fotografiar cuadros, transportarlos en las mejores condiciones, incluso restaurarlos si era necesario. Trabajaban como una empresa, como si aquel arte robado fuera a ser suyo siempre".
Y ni siquiera despreciaban el arte degenerado, prohibido en Alemania: "Las obras de los impresionistas y las vanguardias sal¨ªan al mercado en Par¨ªs o Suiza y all¨ª se intercambian por arte sano, ario, mediante tratos con marchantes y galeristas sin escr¨²pulos".
"Si los nazis montaron una industria de saqueo", a?ade Feliciano, "fue sobre todo porque Hitler y Goering eran grandes aficionados al arte. Ese drama (eran b¨¢rbaros genocidas, pero les gustaba el arte) defini¨® la magnitud de su expolio. Los dos coleccionaban; Hitler quiso ingresar dos veces en la Academia de Bellas Artes en Viena, y quer¨ªa montar un Museo de Arte Europeo en Linz (Austria). Goering le dijo a un amigo por carta que quer¨ªa poseer la mejor colecci¨®n del mundo. Al morir ten¨ªa unas 5.000 piezas. Al menos mil de ellas eran robadas".
Obras de Vermeer, Van Eyck, Goya, Vel¨¢zquez, Rembrandt, Picasso, C¨¦zanne, Rubens, Dal¨ª, Van Gogh, Brueghel, Durero, Cranach, Matisse, Renoir, Manet, Monet salieron de Francia y fueron desperdigadas por el mundo. "Francia se convirti¨® en cuatro a?os en el pa¨ªs m¨¢s y mejor saqueado de Europa, Par¨ªs dej¨® de ser la capital mundial del arte. Los nazis robaron 203 colecciones privadas, en las que adem¨¢s de 100.000 obras, muchas de ellas piezas maestras, hab¨ªa medio mill¨®n de muebles y un mill¨®n de libros".
Sobre todo, y con especial celo, se expoli¨® el patrimonio de los jud¨ªos; "pero tambi¨¦n de masones, opositores pol¨ªticos y antiguos mencheviques exiliados". Rotschild, Paul Rosenberg, David David-Weill, Schloss, Kann... Las familias m¨¢s ricas y cultivadas de entreguerras vieron desaparecer no s¨®lo a muchos parientes ("el dinero no serv¨ªa para librarse de Auschwitz"), sino los objetos que m¨¢s hab¨ªan amado.
Pero cuando Feliciano empez¨® a investigar, las v¨ªctimas no quer¨ªan hablar. "Para unos era demasiado doloroso, otros se conformaban con haberse salvado...". Convertido a la fuerza en detective del presente y el pasado, Feliciano quer¨ªa saber c¨®mo se saquearon las colecciones; qu¨¦ obras hab¨ªa en ellas, d¨®nde estaban ahora. Pero, durante mucho tiempo, su b¨²squeda fue un rompecabezas "con la mayor¨ªa de las fichas perdidas". Lo fue en Francia ("Mitterrand ten¨ªa una historia que tapar: fue colaboracionista antes que resistente"), donde los archivos eran secretos; lo fue en la infranqueable (y muy implicada) Suiza, y lo fue en Inglaterra. "Y tambi¨¦n en los museos de todo el mundo. Su ¨²nico lema era: 'Lo que entra no sale".
La llave del secreto estaba en los Archivos Nacionales de Washington: trece millones de p¨¢ginas alemanas y aliadas sobre el pillaje nazi, sin clasificar, pero a disposici¨®n del que se atreviera a meterse en ese bosque. Feliciano lo hizo: accedi¨® a los documentos del servicio secreto de De Gaulle sobre el mercado del arte en la Par¨ªs ocupada; ley¨® viejos interrogatorios "llenos de mutismos inexplicables"; los cotej¨® con cientos de entrevistas personales. Y empez¨® a entender.
Le ayud¨® mucho "un topo de un ministerio franc¨¦s, que me anim¨® a seguir por ese camino y me mand¨® documentos confidenciales". Y el gusto alem¨¢n por archivarlo todo. "All¨ª estaba todo: las obras inventariadas, las fotos... No pensaban que estaban robando, para ellos era lo natural".
Feliciano descubri¨® que muchos jud¨ªos franceses hab¨ªan escondido sus obras en sitios inveros¨ªmiles ante el avance alem¨¢n. Y que una gran red de delatores (marchantes, colaboracionistas, porteros, empresas de mudanzas, vecinos...) siempre acababa indicando el lugar exacto a los nazis. "Eso explicaba el enorme milhojas de silencio que se hab¨ªa instalado en Francia".
Poco a poco, a lo largo de ocho a?os, venci¨® la resistencia de las v¨ªctimas, los gobiernos y los conservadores de museos: encontr¨® 2.000 piezas sin reclamar en diversos museos de Par¨ªs, 400 s¨®lo en el Louvre. "Despu¨¦s, Chirac mandar¨ªa exponerlas y animar¨ªa a los expoliados a reclamarlas. El ejemplo se contagi¨® a otros pa¨ªses. Unas recuperaciones segu¨ªan a otras...".
El esc¨¢ndalo suscitado por la publicaci¨®n del libro en Francia lo llev¨® luego a Estados Unidos y a Alemania; la versi¨®n espa?ola de El museo desaparecido llega tarde, pero tiene una ventaja: el autor lo ha reescrito en su lengua materna y lo ha puesto al d¨ªa. El a?o pasado se desestim¨® la querella que le interpuso Wildenstein (poderosa galer¨ªa que, seg¨²n demuestra Feliciano, compr¨® obras nazis a precio de ganga).
?sa es su historia: un periodista inquieto y formado (Historia, Historia del Arte y Literatura Comparada) revela una gigantesca y olvidada aver¨ªa moral, un pillaje descomunal que en los juicios de N¨²remberg se calific¨® como crimen de guerra y luego fue tapado.
Fue en esa misma ciudad donde el morfin¨®mano, genocida y exquisito coleccionista Hermann Goering se suicid¨® tras ser condenado. Su cad¨¢ver fue incinerado en el crematorio de Dachau. Pero su obra le ha sobrevivido: "El arte robado es como el dinero lavado. Llega a la segunda mano y ya est¨¢ limpio", dice Feliciano.
Aun as¨ª, se han devuelto ya a sus leg¨ªtimos due?os unas 26.000 piezas robadas en Francia; centenares de despojados han iniciado sus reclamaciones; Francia, Suiza, Austria, Reino Unido, Holanda y Estados Unidos han abierto comisiones nacionales sobre el expolio y desclasifican documentos que ayudar¨¢n a saber m¨¢s.
Pero queda mucho por hacer, dice Feliciano. "Los sovi¨¦ticos se llevaron medio mill¨®n de obras de arte de Europa del Este antes de conquistar Berl¨ªn. En Europa occidental hay a¨²n al menos 100.000 obras robadas por devolver. Y aunque muchos museos han devuelto ya cientos de obras de acreditada procedencia nazi (la procedencia era un valor de prestigio, hoy puede suponer la devoluci¨®n), otros muchos, como el Reina Sof¨ªa, cuelgan todav¨ªa en sus muros obra robada".
Una de ellas, Familia en estado de metamorfosis, del surrealista Andr¨¦ Masson, "fue sacada por los nazis de la casa de Pierre David-Weill y acab¨® llegando al museo madrile?o; de acuerdo con los herederos, hoy lo expone cerca del Guernica".
El periodista parece a medias feliz y exhausto: "S¨ª, es una gran historia. Lo malo es que no tiene final. Muestra, como en Irak, que la cultura es una gran riqueza del alma que los vencedores siempre expolian. Y, a la vez, nos ense?a que no debemos fiarnos mucho de los amantes del arte. Viendo los casos de Hitler y Goering, ser¨ªa una banalidad hacerlo".
![El periodista H¨¦ctor Feliciano, en Madrid.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/USGR7NZVG3CLWA3HJPWAQFTJHA.jpg?auth=c103a7e27bf71d8eee881fe8687180d796e52c288355a51f17e3e74afb63b463&width=414)
Propper, un Schindler espa?ol
La edici¨®n espa?ola de El museo desaparecido contiene un anexo muy especial, dedicado a un personaje desconocido y fascinante, Eduardo Propper de Callej¨®n, un diplom¨¢tico espa?ol que intervino de forma crucial (y para bien) en la terrible historia de la ocupaci¨®n nazi.
Seg¨²n cuenta y acredita H¨¦ctor Feliciano, Propper era en 1939 secretario en la Embajada espa?ola en Par¨ªs, donde viv¨ªa desde la proclamaci¨®n de la Rep¨²blica ("era mon¨¢rquico a ultranza"), casado con una mujer de la familia Rotschild. "Cuando llegaron los nazis a Par¨ªs, Propper declar¨® la casa de su esposa territorio espa?ol y protegi¨® all¨ª, bajo bandera espa?ola, muchas obras muy valiosas, entre ellas un tr¨ªptico de Van Eyck, uno de los pintores favoritos de Hitler".
M¨¢s tarde, en 1940, durante "la debacle", cuando el Gobierno franc¨¦s hu¨ªa del Ej¨¦rcito alem¨¢n, Eduardo Propper ejerci¨® de Schindler, salvando en Burdeos de una muerte segura "a miles de personas, muchos de ellos jud¨ªos que trataban de pasar a Espa?a para huir a Estados Unidos a trav¨¦s de Portugal. Una de esas personas era el actor Jean Gabin. Un testigo ocular me cont¨® que Propper firmaba los visados de entrada a Espa?a con las dos manos al tiempo, para ir m¨¢s deprisa".
Ese gesto de humanitarismo, especialmente valiente dado que era representante del r¨¦gimen de Franco, le cost¨® a Propper la carrera diplom¨¢tica. "Cuando Ram¨®n Serrano Su?er, ministro de Asuntos Exteriores y cu?ado de Franco, supo que hab¨ªa firmado esos visados, le envi¨®, como castigo, a Larache (Marruecos). Le bajaron de categor¨ªa y ya nunca lo devolvieron a su lugar".
Propper de Callej¨®n muri¨® en los a?os setenta, sin ser rehabilitado. Feliciano le ha dado los honores que su propio pa¨ªs le ha negado.
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