Notas sobre 'Oncle Vania'
No me ha convencido del todo Oncle Vania, un Ch¨¦jov muy poco representado en Catalu?a (ignoro las razones) y que Joan Oll¨¦ ha montado en el Lliure con una gran acogida. Me suscit¨® demasiadas preguntas durante la representaci¨®n y no despu¨¦s, que son las que prefiero: las primeras me sacan de la obra; las segundas me hacen volver a ella. No creo adecuada, en principio, la disposici¨®n esc¨¦nica que le han pedido a Jon Berrondo: central, con el p¨²blico a tres bandas. El teatro de Ch¨¦jov pide proximidad, de acuerdo, pero Oll¨¦ hace que los actores env¨ªen una y otra vez el texto hacia el p¨²blico, como si se tratara de mon¨®logos interiores o narraciones ¨¦picas, casi brechtianas: resulta muy artificioso, rompe la claustrofobia esencial de la pieza y, sobre todo, el tono, ese continuo di¨¢logo de sordos que buscan con avidez la mirada del otro, y que nunca habr¨ªa de remansarse, como sucede aqu¨ª, con interlocutores imaginarios. Tampoco ha logrado Oll¨¦ desembarazarse de los eternos clich¨¦s: demasiada tristeza, demasiada apat¨ªa. No ha sido el ¨²nico: pocos d¨ªas antes del estreno, algunos peri¨®dicos volv¨ªan a hablar de Ch¨¦jov como "cronista del tedio" y resaltaban la "languidez" de sus personajes. Lo tedioso en Ch¨¦jov es el entorno, nunca sus habitantes: sus cabezas, sus anhelos, sus sistemas nerviosos van a cien por hora, mientras la realidad que les envuelve se mueve a paso de tortuga. Hay tambi¨¦n clich¨¦s de caracterizaci¨®n, pies forzados, distorsiones que no acabo de comprender. Sonia, por ejemplo. Sonia, la sobrina de Vania, es Mar¨ªa Molins, una actriz con talento y sensibilidad pero que todav¨ªa rezuma escuela, es decir, que a¨²n no sabe retirar los andamios de la t¨¦cnica. Durante casi toda la primera parte amplifica sentimientos porque el director se lo pide, convirtiendo a un personaje quintaesencialmente sensato en una adolescente histerizada por una pasi¨®n secreta. Cuando habla por primera vez del idealismo ecologista del doctor Astrov, Oll¨¦ hace que se suba a un taburete, degradando su pasi¨®n, como una ni?a recitando un poema rid¨ªculo. Poco m¨¢s tarde, mientras Astrov le revela su desamor, ella camina hacia atr¨¢s tan s¨®lo para ilustrar un efecto estetizante: colocarse bajo la lluvia que cae de los telares (y hay m¨¢s ejemplos). M¨®nica L¨®pez (Ielena) tiene siempre una gran pureza expositiva (voz, mirada), pero tambi¨¦n aparece encerrada en otro clich¨¦, la Porcelana Enigm¨¢tica que emblematiza el "Gran Misterio Femenino", una estatua que no se quiebra hasta el final del segundo acto, cuando est¨¢ a punto de tocar, conmovedora, el pianito de juguete. M¨¢s clich¨¦s: Serebriakov (Enric Arredondo, un veterano de oro), condenado a ejercer continuadamente de malo de la funci¨®n; Teleguin (J. M. Dom¨¨nech) y el aya Marina (?ngels Poch) dibujados como figuritas de pesebre; y Maria (Georgina Cardona), la madre de Vania, directamente transformada en un viejo loro, una marioneta grotesca que habla todo el rato en ruso (o en camelo, no s¨¦) y a la que ni siquiera se le permite mostrar la cara, cubierta por un velo negro. Lo sorprendente es que todo esto parece seguir un patr¨®n aleatorio, por no decir caprichoso. Xicu Mas¨®, por ejemplo, es un Vania ejemplar, complejo, cambiante y ver¨ªdico, una de cuyas escenas cumbre es una borrachera nocturna en la que no se pasa ni un pelo; poco m¨¢s tarde, Oll¨¦ condena a Andreu Benito (Astrov), otro actor estupendo, a componer una borrachera que se dir¨ªa deliberadamente externa, gangoseando con un l¨¢piz en la boca, como en aquellas pel¨ªculas del "cine materialista" que siempre mostraban la c¨¢mara para que a nadie le cupiera duda de que estaban ante un "mecanismo ficcional". Todo esto da que pensar y, por tanto, despista: uno no sabe si es p¨¢nico al naturalismo, voluntad de atajar por los caminos m¨¢s f¨¢ciles o pura y simple necesidad de echar la firma. Sin embargo, todos estos chirridos (o lo que yo percibo como chirridos) desaparecen al embocar la segunda parte. El cuarteto protagonista, electrificado por el estallido casi conjunto de sus pasiones, est¨¢ soberbio, quiz¨¢ porque han de ir directos a sus objetivos y porque Oll¨¦ ha tensado y limpiado al m¨¢ximo las l¨ªneas. Andreu Benito, hasta entonces un Astrov fatigado y opaco que, dig¨¢moslo claro, dif¨ªcilmente podr¨ªa enamorar a nadie, refulge al mostrarle a Ielena el mapa de su para¨ªso perdido, los bosques devastados de la antigua regi¨®n, y vibra y nosotros con ¨¦l al desenmascararla, y cuando la toma en sus brazos exhala un aire de virilidad imperiosa y ruda, a lo Maupassant. Mar¨ªa Molins ya no es una Sonia bitonga sino una muchacha desesperada que ve escapar su ¨²ltimo tren; M¨®nica L¨®pez hace que Ielena exhale con aterradora claridad, como Chloe Sevigny en Melinda y Melinda, un perfume fatal de flor venenosa, mareante hasta para ella misma, y Xicu Mas¨® sigue conduciendo a Vania hacia su propio abismo sin vacilaciones, con nuevos estallidos de color en su paleta: rojo furioso, amarillo pat¨¦tico. Me sigue faltando complejidad en Serebriakov, y humanidad fluyente en los secundarios, y me doy cuenta de que ¨¦sa es la palabra perversa: en Ch¨¦jov no hay secundarios, ni buenos o malos, vencedores o vencidos. Su grandeza estriba en que no juzga a ninguno sino que presenta o sugiere, con mayor o menor acidez en el trazo, las razones de todos ellos. No hay "misterios del alma eslava". Ni especiales "enigmas psicol¨®gicos", como dice Julie Sermon en el programa de mano. No, no creo. Hay estados de ¨¢nimo mudables de hora en hora, contradicciones ambulantes entre lo que se siente y lo que se dice, entre lo que se dice y lo que se hace: lo que nos pasa a todos. Y hay, en el Lliure, una funci¨®n que acaba arrebatando y convenciendo pese a todas las distorsiones, y una notable traducci¨®n de Feliu Formosa y Nina Avrova y, que no se me olvide, un lujo absoluto: el enorme Toti Soler tocando, en directo, una partitura salvajemente melanc¨®lica.
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