?Para qu¨¦ una obra como ¨¦sta?
La aparici¨®n de una historia universal siempre constituye una buena noticia. Por supuesto, es obligado que sea rigurosa y que no margine episodios o mundos sin los cuales cualquier reconstrucci¨®n del pasado no ser¨ªa sino una burda caricatura, pero no es necesario, para que le demos la bienvenida, que su autor o autores pretendan competir con gigantes cuyos nombres y recuerdo se eleva por encima del tiempo, a veces, cierto es, m¨¢s por las tesis generales que sostuvieron en sus obras que por los datos que aportaron en ellas. Nombres como Herodoto, el padre de la historia, o, no nos remontemos tan atr¨¢s, Leopold von Ranke, Jacob Burckhardt, Lord Acton, Arnold Toynbee (es obligado recordar su famosa A Study of History, en la que describ¨ªa la aparici¨®n y declive de 23 civilizaciones), Edward Gibbon, Johan Huizinga, Fernand Braudel, o el estadounidense William H. McNeill (todav¨ªa vive), cuya obra magna, The Rise of the West: A History of the Human Community (1963), muy influida por Toynbee, espera todav¨ªa a que alg¨²n benem¨¦rito editor la haga publicar en espa?ol.
Evidentemente, leer a cualquiera de estos gigantes -o a otros que podr¨ªa, y acaso deber¨ªa, haber nombrado- constituye un enorme placer y reporta innumerables beneficios, pero no es imposible que con cierta frecuencia lo elaborado de sus tesis, la finura y matices de sus manifestaciones, lo complejo de sus reconstrucciones y refinado de su metodolog¨ªa y bases historiogr¨¢ficas constituyan un manjar demasiado exigente para muchos lectores. Semejantes inconvenientes se ven radicalmente disminuidos con historias preparadas por equipos que se suben, como dijo Newton de s¨ª mismo, a hombros de gigantes; esto es, que han utilizado la inmensa bibliograf¨ªa hist¨®rica disponible. Historias, adem¨¢s, en las que las ilustraciones complementan los textos en formas y n¨²meros habitualmente ausentes en las obras de los grandes historiadores.
Habr¨¢ quien diga que de esta forma se rebaja a la historia, o, mejor, que as¨ª no se fomenta la excelencia, pero al argumentar de semejante manera se deja de lado un punto central: el de lo absolutamente necesitados que estamos hoy de que se difunda, de la manera m¨¢s extensa posible, el conocimiento de la historia universal. Y es que vivimos en una ¨¦poca y en un mundo en el que cada vez es m¨¢s dif¨ªcil identificar de d¨®nde venimos... y no digamos ya, imaginar hacia d¨®nde vamos, o querr¨ªamos ir. Sumergidos como estamos en un aparentemente todopoderoso -y no infrecuentemente agobiante- mundo globalizado, se est¨¢n perdiendo referentes culturales al igual que morales que otrora nos ayudaban en la compleja empresa de vivir. Naturalmente, no es necesariamente malo que desaparezcan viejos patrones sociales -la historia ha demostrado con creces cu¨¢n ben¨¦fico y liberador fue desprenderse (mediante, por cierto, mecanismos y procesos que aprendemos a trav¨¦s de la historia) de lo que no eran sino mitos sostenidos simplemente por la ignorancia o los intereses de unos pocos-, pero no menos perjudicial es vagar por el tiempo y el espacio, consumiendo nuestras vidas desamparados de cualquier horizonte comunal. Por otra parte, somos capaces de hacer tantas cosas que nuestros antepasados ni siquiera imaginaron -por ejemplo, acceder, r¨¢pida y f¨¢cilmente, a tales cantidades de informaci¨®n; viajar a lo largo y ancho del planeta; combatir m¨²ltiples enfermedades; o asomarnos, a trav¨¦s de las im¨¢genes que nos suministran telescopios o sondas espaciales de todo tipo, a casi los confines del universo, incluyendo el acceso a las huellas (radiaci¨®n del fondo de microondas) de la Gran Explosi¨®n, el Big Bang, que tuvo lugar hace 13.500 millones de a?os y de la que surgi¨® nuestro Universo-, que no es imposible que surja en muchos la idea de para qu¨¦ interesarse por el pasado, por las ideas y vidas de aquellos predecesores nuestros que ignoraban todo lo que nosotros sabemos, y a los que resultaba imposible hacer todo lo que nosotros podemos hacer. Nada m¨¢s err¨®neo, peligroso y aburrido que pensar de tal manera. La historia, y en este caso sobre todo la historia universal, nos ense?a tantas cosas, alberga tantas y tan ben¨¦ficas lecciones, y entretiene tanto, que se la debe cuidar como el jard¨ªn m¨¢s precioso y delicado. No es, por cierto, la menor, ni la menos actual, de esas lecciones la del papel que la historia universal puede desempe?ar en la lucha contra falsos o caducos nacionalismos, surgidos con frecuencia del peor mal que conoce la historia: el de ser inventada, o falsificada, con vistas a apoyar intereses particulares. En ese mundo globalizado del que hablaba anteriormente, nada mejor que la historia universal para que seamos realmente, y de pleno derecho, "ciudadanos del mundo".
Hay que tener la sensibilidad muy abotargada para no estremecerse con el relato, en cuya reconstrucci¨®n t¨¦cnicas biol¨®gico-moleculares se est¨¢n mostrando cada vez m¨¢s ¨²tiles, de la historia que llev¨® a los Homo sapiens desde ?frica a pr¨¢cticamente todos los rincones de la Tierra, y en la que tuvieron lugar hechos, del tipo de la invenci¨®n de la escritura, el desarrollo de la agricultura o de la imaginaci¨®n art¨ªstica, sin los cuales es imposible comprender qu¨¦ somos, qu¨¦ hemos llegado a ser. Sumergirse en el estudio de las primeras culturas mediterr¨¢neas, conocer qui¨¦nes eran -y c¨®mo eran- egipcios, babilonios, sumerios, asirios, fenicios, indios o chinos no constituye un mero ejercicio de erudici¨®n, del que ser¨ªa siempre posible prescindir; muy al contrario, nos sirve para conocer todo tipo de elementos que todav¨ªa nos acompa?an. Si de muestra sirve un bot¨®n, recordemos que hacia el cuarto milenio antes de Cristo los sumerios, un pueblo que se instal¨® en el valle entre el Tigris y el ?ufrates, desarrollaron un sistema de numeraci¨®n basado en la agrupaci¨®n en sesentenas o potencias de sesenta, y que este sistema ser¨ªa transmitido, por mediaci¨®n de los babilonios y luego de los griegos y los ¨¢rabes, en la expresi¨®n del tiempo en horas, minutos y segundos, y en la de los arcos y ¨¢ngulos en grados, minutos y segundos. En cuanto al sistema decimal, el que finalmente m¨¢s se extendi¨®, acompa?¨¢ndonos hasta la actualidad, se han encontrado rastros de su utilizaci¨®n en ¨¦pocas y escenarios no muy alejados del de los sumerios: cuando, con la ayuda de la Piedra Rosetta, descubierta en 1799 durante la expedici¨®n napole¨®nica a Egipto, se pudo descifrar la escritura jerogl¨ªfica egipcia, se encontr¨® que su sistema de numeraci¨®n, que data de hace unos 5.000 a?os, estaba estructurado seg¨²n la base 10, aunque empleando s¨ªmbolos que hac¨ªan muy engorrosa su utilizaci¨®n.
?Y qu¨¦ decir de griegos y romanos! Sin ser conscientes de lo que ellos lograron, en ¨¢mbitos como la ciencia (la matem¨¢tica muy en especial), la filosof¨ªa, el lenguaje, el derecho, la tecnolog¨ªa o la pol¨ªtica, ser¨ªamos como vagabundos en un mundo que no nos pertenecer¨ªa. De hecho, durante muchos siglos el griego y el lat¨ªn desempe?aron un papel fundamental en la educaci¨®n de Occidente. Su estudio, que no se limitaba a la lengua sino que iba acompa?ado por el de su literatura e historia, ten¨ªa diversas, y muy positivas, consecuencias. En buena medida, esos estilos y tradiciones educativas se han perdido en la actualidad, bajo muy diversos tipos de presiones sociales. La historia universal puede y debe aliviar esta triste situaci¨®n.
Ahora bien, no debemos olvidar, como hicieron tantos de nuestros predecesores occidentales (incluyendo entre ellos no pocos historiadores, eminentes incluso), que la historia de la humanidad no se reduce a Occidente. Una historia universal que se precie no puede marginar la China de Confucio, Lao Tse, Buda o el emperador Qin Shi Huangdi, uno de los mayores h¨¦roes guerreros que haya habido jam¨¢s (entre sus logros se encuentra el de haber iniciado la construcci¨®n de la gran muralla china), el Jap¨®n antiguo y medieval, las culturas e imperios precolombinos, los imperios medievales de Sud¨¢n, la India, o el mundo ¨¢rabe, sin el cual, por ejemplo, la maravillosa ciencia griega no habr¨ªa llegado a la Europa medieval. De nuevo, no se trata ¨²nicamente de conocer mejor c¨®mo fue el pasado, sino, asimismo, de ser capaces de entender y valorar mejor a los otros, algo especialmente necesario en el mundo actual, y m¨¢s a¨²n, seguramente, en el que viene. Es conveniente, en este sentido (al igual que en otros), recordar lo que Josep Fontana escribi¨® en un magn¨ªfico manual (Introducci¨®n al estudio de la historia; 1999): "En los ¨²ltimos veinte a?os las esperanzas de un progreso continuado, que alcanzaron su m¨¢ximo en los a?os gloriosos de crecimiento econ¨®mico, expansi¨®n del Estado de bienestar y descolonizaci¨®n que siguieron al final de la Segunda Guerra Mundial, se han desvanecido y, al tener que enfrentarnos a un futuro incierto, nos hemos visto obligados a examinar el curso de la historia para ver cu¨¢l hab¨ªa sido la causa de nuestro enga?o. Hemos tenido que desentra?ar mejor las fuerzas complejas que act¨²an en ella y hemos llegado a descubrir que no hay una sola corriente de progreso irrefrenable, como hab¨ªamos cre¨ªdo, sino un haz de trayectorias diversas que se combinan y se contraponen y que podr¨ªan haber dado resultados finales muy diferentes".
Lo mencionado hasta ahora no es, evidentemente, m¨¢s que una peque?¨ªsima parte de los infinitos tesoros que esconde una historia universal. La lista de cap¨ªtulos de los que ser¨ªa posible extraer jugosas, y actuales, lecciones ser¨ªa interminable. Habr¨ªa, por ejemplo, que recordar lo que signific¨® ese maravilloso periodo que llamamos Renacimiento, o lo que fue la conquista de Am¨¦rica, la revoluci¨®n cient¨ªfica, el periodo de los siglos XVI y XVII en el que se sentaron, gracias a la obra de hombres como Cop¨¦rnico, Vesalio, Galileo, Kepler, Newton o Harvey, las bases de la ciencia moderna, la Ilustraci¨®n, con todos sus sue?os y logros racionales, la Revoluci¨®n Francesa, la Independencia (y la Constituci¨®n elaborada subsiguientemente) de Estados Unidos, el auge y decadencia del colonialismo, la revoluci¨®n industrial que cambiar¨ªa el mundo, aunque no siempre para mejor, o todo lo que sucedi¨® durante los siglos XIX y XX, con sus profundos cambios (a veces terribles dramas) pol¨ªticos y revoluciones cient¨ªficas (qu¨ªmica org¨¢nica, electromagnetismo, teor¨ªa microbiana de la enfermedad, psicoan¨¢lisis, relatividad, f¨ªsica cu¨¢ntica, ADN). Pero, como digo, no es posible. Simplemente, celebrar la difusi¨®n de una nueva historia universal, lo que es tanto como celebrar la vida, de todos y de todos los tiempos. Y tambi¨¦n a la propia historia, disciplina intelectual importante donde las haya. Disciplina en la que pasado, presente y futuro se conjugan en formas de las que no podemos prescindir. Y es que como escribi¨® Benedetto Croce en 1938, "la cultura hist¨®rica tiene por fin conservar viva la conciencia que la sociedad humana tiene del propio pasado, es decir, de su presente, es decir, de s¨ª misma; de suministrarle lo que necesite para el camino que ha de escoger; de tener dispuesto cuanto, por esta parte, pueda servirle en lo porvenir".
Jos¨¦ Manuel S¨¢nchez Ron es miembro de la Real Academia Espa?ola y catedr¨¢tico de Historia de la Ciencia en la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
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