Con Savater
No s¨¦ c¨®mo acallar lo que me pide el cuerpo. El pr¨®ximo domingo suena nuestra hora francesa, y digo bien lo de nuestra. Pero la que me pide hablar de eso es la inteligencia, no el cuerpo. Y el reclamo de ¨¦ste me est¨¢ resultando imperioso. Saben, el cuerpo tiene su lenguaje, aunque hablar, lo que se dice hablar, le resulta algo problem¨¢tico. ?Ah, cu¨¢nto me gustar¨ªa explayarme sobre Fabius Magnus!, como lo denominaba hace unos d¨ªas Jean Daniel.
Desde la ambici¨®n s¨ª se puede hablar tranquilamente, y sobre la ambici¨®n tambi¨¦n. La lengua sabe ser un instrumento de dominio, algo que conocen muy bien los demagogos y que suelen ignorar los incautos. La responsabilidad y la moral son atributos del hablante, no de la langue, ni de la parole. Y ocurre que desde la responsabilidad, a veces, resulta dif¨ªcil hablar. Se comprende entonces la virtud del silencio y la vocaci¨®n de los ascetas. Aunque ocurre igualmente que cuando hablar se convierte en una tarea dif¨ªcil, sea el cuerpo el que borbotee su desasosiego, como si fuera el reducto ¨²ltimo de la lengua, o de la inteligencia, o de la simple y llana condici¨®n humana, que es, en definitiva, la de no parar de hablar. El cuerpo se les impon¨ªa tambi¨¦n a los ascetas, mas, ?c¨®mo se puede hacer inteligible el ansia de voz del cuerpo y hacerlo trascender de su ronroneo con nuestra soledad?
Los franceses nos han asombrado estos d¨ªas con su capacidad para el debate incesante. Siguen fieles a s¨ª mismos. Sin embargo, me temo que algo ha cambiado en ellos o respecto a ellos. Antes no s¨®lo quer¨ªamos hablar como hablaba Par¨ªs, sino tambi¨¦n sobre lo que hablaba Par¨ªs. Hoy no. El contenido de ese debate no nos interesa demasiado, y vemos a Francia como una vieja dama sentada en torno a una mesa camilla rumiando sus achaques y sus temores. Al parecer, a¨²n conservan el privilegio de decidir por todos nosotros, un privilegio que s¨®lo poseen algunos europeos, y quieren hacerlo valer como un espantajo de su grandeur difunta. Hasta vuelven a recurrir al mito de la Revoluci¨®n, un mito que supieron imponer al mundo, y no se dan cuenta de que se les convierte en un mito retr¨®grado y nacionalista. El contenido de fondo del no franc¨¦s no es otro que el miedo a los turcos y a los trabajadores de los pa¨ªses europeos m¨¢s pobres. Puro internacionalismo, como pueden ver.
Pero la cuesti¨®n es que hablan, y que ponen sobre la mesa su sensatez, ambici¨®n y miserias. Es esto lo que empieza a resultar dif¨ªcil entre nosotros, sobre todo con nuestro tema dominante. Creo haber sido bastante cauto al hablar del PP, incluso cuando lo he criticado. Lo considero un partido necesario, y me repugna un poco el veto que le aplican como credencial de su virginidad los partidos batuas, batasunos y monta?eros. La identidad de estos parece consistir en la marginaci¨®n de los peperos, aunque los maten. No es ese mi caso, e insisto en que ese me parece un partido respetable, con sus aciertos y sus errores. Ahora bien, no puedo admitir que se consideren excluidos por los dem¨¢s cuando ellos mismos se excluyen. Ni puedo consentir que me claven una mordaza como efecto de su tarea de sacralizaci¨®n, es decir, de tabuizaci¨®n, de la pol¨ªtica. Estoy harto de lo sagrado, que me escuece ya las partes menos recomendables del cuerpo. Harto de que unos nos amenacen a muerte en nombre de lo sagrado y de que otros nos conviertan en asesinos o en c¨®mplices de estos en nombre de lo mismo. Ante lo sagrado s¨®lo caben la celebraci¨®n, la sumisi¨®n o el rito. Poco espacio deja para la palabra, al menos para aquella que no sea simplemente exultatoria o condenatoria. Se?alada la raz¨®n como sospechosa, el silencio se refugia en el cuerpo, y all¨ª bulle dispuesto a manifestarse. Y no es bueno que el cuerpo se manifieste.
Desde que perdi¨® las elecciones del 14-M, qued¨® claro que el PP iba a echar mano de cualquier cosa, tambi¨¦n de la pol¨ªtica antiterrorista, para ignorar su derrota. Que iba a construir un relato sucio, suc¨ªsimo, para convertir en culpables y asesinos a todos aquellos que no comulgaran con sus ruedas de molino, y que no se detendr¨ªan ante la difamaci¨®n y la insidia. Ahora le toca el turno a Fernando Savater, a quien Jos¨¦ Alcaraz le acusa de "pisotear la memoria de las v¨ªctimas asesinadas". Bien, no quiero seguir hablando con el cuerpo. Le atribu¨ª en cierta ocasi¨®n desde aqu¨ª a Savater "la ebriedad del sentido com¨²n". No siempre he estado totalmente de acuerdo con ¨¦l, pero, si de algo le sirve, tambi¨¦n desde aqu¨ª le brindo mi apoyo.
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