Ullrich, el mejor acompa?ante
Nadie como el gigante alem¨¢n para dar lustre al podio del Tour, para engrandecer la figura del ganador. La victoria de Pantani en 1998 no habr¨ªa sido lo mismo si el derrotado, si el inquilino del escal¨®n inferior no hubiera sido el alem¨¢n, elegante y orgulloso en la derrota. El Tour de 2003, el a?o del calor, la victoria de Armstrong, no habr¨ªa sido tan trabajada, tan sudada, tan sufrida, si no hubiera estado el alem¨¢n acerc¨¢ndosele progresivamente todos los d¨ªas, sembrando la duda. Para esto, para adorno de podio, es para lo que parece haber quedado Jan Ullrich, fenomenal revelaci¨®n del Tour de 1996, del Tour que no fue el sexto de Indurain, cuando, reci¨¦n cumplidos los 21 a?os, termin¨® segundo (y no lo gan¨® porque el vencedor, Bjarne Riis, estaba en su equipo, el Telekom).
Ullrich gan¨® el Tour de 1997 y a su alrededor se desat¨® una competici¨®n de exagerados. Si Indurain gan¨® cinco, Ullrich ganar¨¢ seis, porque es m¨¢s joven, o siete, voce¨® otro experto, ocho, nueve, sigui¨® la subasta... Ninguno m¨¢s. Los a?os que siguieron, Ullrich s¨®lo fue noticia negativa, en invierno, porque se pasaba de peso, porque le gustaban las chocolatinas, porque conduc¨ªa borracho, porque se lesionaba, porque consum¨ªa ¨¦xtasis, porque romp¨ªa con su mentor de siempre, Walter Godefroot, para irse con su amigo Pevenage a montar otro equipo... En verano, porque hiciera lo que hiciera, siempre quedaba segundo.
Despu¨¦s de que el peque?o gran hombre Pantani lo derrotara en los Alpes del 98, Ullrich descubri¨® para su dolor que lo peor estaba por llegar. En 2000 descubri¨® a Armstrong. Tres segundos puestos tras el norteamericano, y un cuarto, certificaron esa inferioridad, la falta de sangre de Ullrich a la hora de luchar, su conformismo, su falta de decisi¨®n.
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