Cicatrices de San Ferm¨ªn
El a?o pasado, esta foto dio la vuelta al mundo. ?scar Torrecilla, alcanzado por el toro 'Austero', vive para contarlo. Otros no tuvieron tanta suerte. Los encierros de Pamplona, que empiezan esta semana, han marcado a muchos. Para bien o para mal.
Una mole de 610 kilos se abalanza sobre el cuerpo. Por delante van dos pu?ales de 20 cent¨ªmetros lanzados a 24 kil¨®metros por hora. En posici¨®n est¨¢tica, esas astas atraviesan hombres, ese cuello levanta caballos; pero la bestia blanca, Austero, va a la carrera, en posici¨®n de ataque, con el testuz bajo, tensos sus m¨²sculos del corvej¨®n a los ijares, de la papada a la grupa. Toda su potencia gravita sobre la mano derecha, la ¨²nica pata que apoya en el suelo. Una mole lanzada para matar a quien le corte el camino. "Vi que se me echaba encima. Me cubr¨ª el pecho con los brazos y pens¨¦ que hab¨ªa quedado con mi novia a las once y que no iba a llegar". Por el corredor ?scar, que sobrevivi¨® a Austero, y por todos los que le emular¨¢n en Pamplona, gritemos: ?viva san Ferm¨ªn!
7.59.00. Por ¨²ltima vez, los mozos cantan la plegaria a san Ferm¨ªn a pocos metros de los toriles. Es lunes, 11 de julio de 2004, un d¨ªa tranquilo. La muchedumbre del fin de semana ha desaparecido. A lo largo de 848 metros, los mozos aguardan, en su tramo predilecto, la llegada de los toros para correr unos segundos delante de sus astas. Hacen estiramientos contra la pared, saltan nerviosos, agitan los peri¨®dicos en un ¨²ltimo intento por sacudirse la tensi¨®n. ?scar se ha colocado en mitad de la Estafeta. Atanasio se asoma a la calle desde el escaparate de su tienda. Joseba, fot¨®grafo de Reuters, ha decidido hoy camuflarse en una gatera del callej¨®n. Flota en el aire un silencio esc¨¦nico, tenso, casi dram¨¢tico, esperando el sonido de las campanas de San Cernin.
8.00.00. Santo Domingo. Con el primer cohete se abre el corralillo. Los cabestros se saben la liturgia y est¨¢n junto a la puerta para cumplir con su deber de conducir la manada. El toro Trigue?o, casi el m¨¢s peque?o del lote, se cuela en la cabeza. Le sigue Fot¨®grafo. Entre los mansos va Olivarero. Cierran la manada el colorao Zarabando, el negro Pantal¨®n, y Austero, un impresionante jabonero claro. Los cabestros apenas arropan nada. Mal presagio. Los mozos aguardan en la cuesta. Trigue?o, Fot¨®grafo y Olivarero van limpiando las calles con sus derrotes. A media subida, con los animales aproxim¨¢ndose, los corredores afrontan la parte m¨¢s dif¨ªcil del encierro, el tramo de Santo Domingo que se empina y se angosta, y donde los muros impiden cualquier cobijo. Escasos ya de recursos f¨ªsicos y mentales, s¨®lo cabe que vayan ocurriendo milagros. Un hombre rubio, limpito y bien vestido avanza por la acera. Trigue?o se le est¨¢ echando encima y no sabe qu¨¦ hacer. Si no vio la muerte en Irak o Vietnam, ahora se le acerca por la espalda. El asta derecha alcanza la camisa del corredor, que cae como un gui?apo. Pasa la mole, el americano se levanta y se mira entero. El asta s¨®lo le ha rajado una manga.
En este tramo infernal, donde el toro le va comiendo terreno al hombre, cay¨® mortalmente herido en 1961 Vicente Urrizola (pamplon¨¦s, 32 a?os). Aqu¨ª tambi¨¦n, en 1969, un mismo toro le sac¨® las tripas a Gregorio Zamora y unos metros m¨¢s all¨¢ hiri¨® de muerte a Hilario Pardo (navarro, 45 a?os). Ya cumplidos los 70, Gregorio muestra una cicatriz que va de lado a lado del pecho y avanza por los costados, casi 30 cent¨ªmetros. Casi partido en dos. "Todos cre¨ªan que el muerto era yo, porque la cornada era espectacular. Me sac¨® todo el paquete intestinal; en cambio, a Hilario Pardo no se le ve¨ªa la herida". Pardo muri¨® al d¨ªa siguiente y Gregorio se salv¨®. "Me atendi¨® el doctor Ram¨ªrez, y al toro lo lidi¨® Paquito Ceballos". Es com¨²n a los corneados saberse de carrerilla el equipo m¨¦dico que les oper¨® y la biograf¨ªa completa de la bestia. "De la ganader¨ªa Guardiola, Reprochado, n¨²mero 113. Chiquit¨ªn. Nada del otro mundo. Yo hab¨ªa estado de juerga, pero es igual; cuando te toca, te toca. Nunca m¨¢s corr¨ª". Trigue?o, Fot¨®grafo y Olivarero siguen su desbocada carrera. Van con maldad, demasiado atentos a lo que se mueve. No es normal. Un joven con jersey amarillo y negro marcha entre los lomos de los animales, pero eso no vale y parece que pugna desesperadamente por ponerse a la altura de los cuernos.
8.00.41. Ayuntamiento. Fot¨®grafo toma la cabeza. La calle se ensancha, aunque eso no lo saben las bestias. Su tendencia es irse a la derecha, as¨ª que los corredores veteranos, si se ven en apuros, se retiran por la izquierda, y si quieren iniciar su carrera, lo hacen desde ese lado. Fot¨®grafo, efectivamente, se ha incrustado en el vallado de la derecha; voltea a un mozo, a dos, s¨®lo con el cuello, sin inmutarse; luego hace sangre y se encela con los que se refugian en las tablas. Trigue?o, Olivarero y Austero le sobrepasan. Fot¨®grafo se aburre de cornear en la valla. El saldo es un herido por arma blanca y varios por arma contundente: el testuz, la pezu?a, el rabo?, todo duele. Al girar para seguir a sus hermanos, Fot¨®grafo patina y cae; Pantal¨®n, que ven¨ªa detr¨¢s, tropieza con ¨¦l, y luego con el colorao Zarabando, arrastrando al chaval de amarillo, que ahora s¨ª que est¨¢ delante de las astas, de rodillas, con cuatro pu?ales a la altura de su garganta. Aqu¨ª muri¨® Jos¨¦ Antonio S¨¢nchez (navarro, 26 a?os, 1980) y Matthew Peter Tasio (EE UU, 22 a?os, 1995). Hab¨ªa amerizado en Pamplona esa noche y se iba a ir despu¨¦s del encierro. Cuando Matthew intentaba levantarse, Castellano le revent¨® la aorta. Ingres¨® en el hospital en ocho minutos, pero para entonces ya hab¨ªa perdido el 90% de su sangre.
8.00.49. Mercaderes. La carrera est¨¢ rota. Los toros van sueltos y alejados unos de otros, lo que provoca el desconcierto de los mozos. Pierden la cuenta de si han pasado todos. Algunos se relajan. Un corredor que ya se cre¨ªa seguro aminora, pero falta por pasar el d¨ªscolo Fot¨®grafo, que con el morro le lanza de bruces contra los adoquines. A veces el golpe del testuz es tan mortal como el asta. As¨ª y aqu¨ª cay¨® Ferm¨ªn Etxeberria (pamplon¨¦s, 63 a?os, 2003). Dos meses en coma por traumatismo craneoencef¨¢lico antes de morir.
8.00.56. La Estafeta. Mercaderes acaba en una curva de 90 grados para enfilar la Estafeta. Los viejos cabestros se lo saben y aminoran su marcha y la de los toros que les siguen, entre ellos Austero, que ha ido escalando posiciones sin meterse en l¨ªos. Por tercera vez, el colorao Zarabando y Fot¨®grafo acaban en el suelo. Se levantan, se fijan en lo que se mueve, dudan qu¨¦ direcci¨®n tomar, pero finalmente entran en la Estafeta, la m¨ªtica calle, quiz¨¢ por su largura o porque es donde se corre mejor o se ve m¨¢s; sin embargo, es el lugar menos letal, seg¨²n la historia. De los 14 muertos desde que hay registros (1922) s¨®lo uno fue en este tramo: el pamplon¨¦s Casimiro Heredia, corneado en 1947 por un toro rezagado.
Hoy no van rezagados. La manada forma una larga fila india con mucha distancia entre el primer animal y el ¨²ltimo. El suelo de la sombr¨ªa Estafeta est¨¢ h¨²medo. Austero resbala, frena a los otros, pero no pierde ritmo, avanza por la izquierda y adelanta a los cabestros. A mitad de la calle, Austero es el rey. Corre por el centro con la cabeza alta y sin derrotar a los lados.
En su muslo lleva grabada a fuego una estrella, s¨ªmbolo de la ganader¨ªa Jandilla. Austero, por primera vez en sus cuatro a?os y pico de vida, ha dejado el campo. "Desde los dos a?os, nadie lo ha tocado", cuenta su ganadero, Francisco de Borja Domecq. "Le tent¨® mi hijo Borja en la dehesa extreme?a. En la ficha consta que, hijo de Filigrana y Austera, vino de largo y al galope. Sin detenerse. Recibi¨® dos puyazos y ya no se le toc¨® m¨¢s, para que no aprendiera. Tiene una B grande". B de bravo.
Austero corre sin muchos mozos alrededor; quiz¨¢ por respeto, quiz¨¢ por despiste. Su color blanquecino se confunde con un manso; s¨®lo cuando lo tienen encima se dan cuenta de que no lleva cencerro y que sus astas acaban en unas puntas demasiado afiladas. ?scar, por si acaso, ha saltado ya desde el bar Fitero, donde esperaba impaciente, y va cogiendo ritmo mientras se le acerca la manada. Tiene la costumbre de correr con el primer toro, pillarlo al final de la Estafeta y llevarlo hasta el callej¨®n.
Con sus ojillos chicos, Atanasio mira pasar a Austero con una mezcla de envidia y de impotencia. Si el toro se hubiera parado delante de su tienda, a¨²n habr¨ªa salido a llev¨¢rselo. Atanasio lo ha hecho todo en la Estafeta. Preguntar por su apellido es como preguntar por el de Ronaldo. Habla bajito y con escepticismo. "En los ochenta vino una periodista catalana a entrevistar a corredores. Nos puso el nombre de 'los divinos'; quiz¨¢ habr¨ªa sido mejor que me hubieran llamado hijoputa".
Atanasio corr¨ªa dos veces. "A veces me pasaban los toros y los volv¨ªa a coger unos metros m¨¢s adelante". Atanasio no sacraliza su historial -"es un riesgo gratuito, como el del alpinista, sin utilidad"- ni los encierros. "No saquemos las cosas de quicio; siempre son las mismas calles y los mismos toros. La gente ha corrido sin darle mayor importancia. Ahora est¨¢n las teles y hay m¨¢s gente y, en general, m¨¢s nivel; pero, al final, correr es como estudiar: estudian muchos y saben pocos".
?scar aumenta el ritmo. Calcula que entrar¨¢ en la Telef¨®nica con un toro en sus ri?ones, pero todav¨ªa no ve ni su cara, ni su pelo. ?scar Torrecilla es ¨¢rbitro de f¨²tbol. Ha cumplido los 30 y corre los encierros desde que era menor de edad, cuando lo hac¨ªa a escondidas de la ley y de la familia, como es tradici¨®n, dici¨¦ndole a la madre que estuvo de juerga toda la noche, incluso dici¨¦ndole que se emborrach¨®; cualquier cosa antes que confesar que ven¨ªa del encierro. Las madres, por una vez, preferir¨ªan que lo de la borrachera fuera verdad. A?o tras a?o, generaci¨®n tras generaci¨®n, los mismos temores, el mismo misterio de sus protagonistas. Del encierro no se alardea. El aut¨¦ntico valor es no cantarlo, no decirlo, sobre todo no venderlo.
8.01.44. Telef¨®nica. Austero va muy distanciado en el tramo que enfila el callej¨®n. Les lleva 20 metros a los cabestros y a tres hermanos suyos. Entre Austero y el resto hay un mundo. Con la misma fijeza, Austero sigue a su ritmo, sin despistarse con todo lo blanco y rojo que se agita a su alrededor.
Joseba lleva agazapado varios minutos en la gatera del callej¨®n. A trav¨¦s de su c¨¢mara s¨®lo ve pasar pies y m¨¢s pies. "Por los gritos y el ritmo de las piernas intuyo la llegada de los toros. Tampoco puedo sacar mucho la c¨¢mara porque me la romper¨ªan. S¨®lo hay tiempo para una foto, y si se cruza alguien, ni eso. Es suerte, pero a m¨ª me gusta por la luz que hay, el ¨¢ngulo".
Apenas quedan unos metros para el callej¨®n, donde cayeron Esteban Dome?o (navarro, 22 a?os, 1924), Juan Ignacio Eraso (pamplon¨¦s, 18 a?os, 1974) y Gregorio G¨®rriz (navarro, 1975).
8.02.03. Callej¨®n. ?scar ya va cerca de un toro claro y se fija en los cuernos astifinos. No hay duda, los mansos no tienen astas as¨ª, pero es igual de inmenso el animal. ?scar corre c¨®modo, sin empujones. Llevaba sin correr desde el viernes. No le gusta el l¨ªo del fin de semana. Va por el lado izquierdo. Sabe que, al entrar en la plaza, los toros tienden a la derecha. ?l no suele entrar en la plaza si no lo ve claro. Siempre hay riesgo de un mont¨®n. En un mont¨®n perdi¨® la vida Jos¨¦ Joaqu¨ªn Esparza (pamplon¨¦s, 1977), atrapado en uno de los mayores montones de la historia, y eso que a?os antes se abrieron gateras para que los corredores escaparan. M¨¢s de 300 personas salieron por ah¨ª. M¨¢s de 10 minutos de drama. En esas circunstancias, el problema es la asfixia y el pisot¨®n, tan mortal como una cornada. Faltos de aire humanos y bestias, todos luchan por respirar. Los toros no embisten, levantan sus cabezas y, si pueden, retroceden. A Esparza, un toro le pis¨® el pecho y falleci¨® con 17 a?os. El m¨¢s joven de la historia.
?scar va a gusto y decide atravesar el t¨²nel. A ¨¦l se ha pegado Austero. Los primeros rayos de sol le dan en los ojos, se oye el griter¨ªo de la muchedumbre. ?scar ve que unos mozos han ca¨ªdo delante de ¨¦l y salta a la vez que uno de ellos se levanta. Acaba en el suelo, boca arriba. Abre los ojos y all¨ª encima tiene a Austero, que por primera vez ve algo que le estorba. Baja la cabeza y apunta sus agujas hacia el bulto. "Me cubr¨ª el pecho y pens¨¦ que hab¨ªa quedado con la novia a las once y que no iba a llegar".
Austero ataca. Joseba dispara. ?scar siente un golpe en la ingle, "un martillazo m¨¢s que una cuchillada". Varias cuchilladas: una de 7 cent¨ªmetros, otra de 20 y una tercera de 27. ?scar se revuelve, intenta in¨²tilmente apartar a Austero, que le desgarra tres tendones, dos m¨²sculos y una vena. "Mi obsesi¨®n era salir de all¨ª. Me levant¨¦, y me fallaba la musculatura, pero llegu¨¦ a la gatera. Un fot¨®grafo me grit¨®: '?Fuera!'. Quiz¨¢ le molestaba o quer¨ªa hacer sitio para los que vinieran detr¨¢s, pero vio sangre en mis pantalones y me hizo un torniquete con una correa. Y empez¨® a gritar a la Cruz Roja: '?Aqu¨ª hay otro!".
8.03.14. Plaza de toros. Austero entra majestuoso en la plaza. El primero, el ¨²nico. Levanta su hermosa cabeza, sus cuernos, perfectamente veleto, retando a las 15.000 personas en las gradas. Los capotes de los dobladores tratan de conducir a los toriles al resto de la manada antes de que se desv¨ªe al burladero, repleto de gente. Aqu¨ª cayeron Santiago Mart¨ªnez (pamplon¨¦s, 34 a?os, 1927), Gonzalo Bustunduy (mexicano, 1935), Juli¨¢n Zabalza (navarro, 1947) y Vicente Risco (extreme?o, 29, 1980). Poco a poco, Austero entra en corrales. El resto tardar¨¢ casi un minuto. Un cohete anuncia que el encierro termin¨®.
Aquel d¨ªa acab¨® mal para muchos. Ocho heridos por asta de toro y otros 10 con golpes y fracturas. Austero muri¨® como corri¨®, noblemente, con el aplauso del p¨²blico y la gallarda faena de D¨¢vila Miura. ?scar pas¨® ese d¨ªa, y 15 m¨¢s, en el hospital, adonde le llevaron los peri¨®dicos con la foto de Austero corne¨¢ndole. El autor de la imagen, Joseba Etxaburu, tambi¨¦n acab¨® en el hospital. Nada m¨¢s acabar el encierro ingres¨® por una piedra en el ri?¨®n.
Un a?o m¨¢s tarde. Ex pelotari, motorista en pruebas ciclistas y fot¨®grafo, Joseba volver¨¢ esta semana a Pamplona a buscar un rinc¨®n para su c¨¢mara a las 5.30. "Es un rollo superguapo, supercardiaco: la colocaci¨®n del vallado, el chupinazo, las horas de espera para un segundo de trabajo". ?scar no volvi¨® al suyo en una empresa metal¨²rgica hasta dos meses m¨¢s tarde. De secuela tiene p¨¦rdida de sensibilidad de la rodilla al tobillo derecho. El comit¨¦ que valora sus actuaciones en los campos de f¨²tbol le dice que corre de lado. ?scar lo niega. Anastasio seguir¨¢ en el escaparate de su tienda, atento a saltar si hay un apuro y hablando con sorna de los corredores que se hacen una web para contar los majos que son.
A ellos y a los dem¨¢s, sobrios o ebrios, expertos o novatos, ancianos o menores, lugare?os o extranjeros, a todos, que el capote del patr¨®n les proteja. ?Viva san Ferm¨ªn!
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