Diez notas sobre 'el lugar'
Uno. Alguien pregunta: ?sigue siendo usted marxista? La ruina causada por la b¨²squeda del beneficio que caracteriza al capitalismo no ha estado nunca tan generalizada como hoy. Casi todo el mundo lo sabe. As¨ª es que, ?c¨®mo es posible no prestar atenci¨®n a Marx, que profetiz¨® y analiz¨® esa devastaci¨®n? La respuesta puede ser que la gente, mucha gente, ha perdido sus puntos pol¨ªticos de referencia. Carece de mapa, y no sabe d¨®nde ir.
Dos. Las personas corrientes siguen las se?ales que indican c¨®mo ir hacia un lugar que no es su casa, sino el destino que han elegido. Se?ales de carretera, se?ales en los aeropuertos, se?ales en las estaciones. Algunos viajan por placer, otros por trabajo, muchos por dolor o desesperaci¨®n. Al llegar, se dan cuenta de que no est¨¢n en el lugar que indicaban las se?ales. El sitio en el que est¨¢n tiene la latitud, la longitud, la hora local, la moneda que se esperaban, pero no posee la gravedad espec¨ªfica del destino que buscaban.
El consumidor es fundamentalmente alguien que se siente o se ve empujado a sentirse perdido si no est¨¢ consumiendo
La gente, mucha gente, ha perdido sus puntos pol¨ªticos de referencia. Carece de mapa, y no sabe d¨®nde ir
Est¨¢n al lado del lugar al que quer¨ªan ir. La distancia que les separa es incalculable. El lugar ha perdido lo que lo convert¨ªa en destino. Ha perdido su territorio de experiencia. A veces, algunos viajeros emprenden una aventura privada y encuentran el lugar escogido, que es con frecuencia m¨¢s duro de lo que se esperaban, aunque sienten un alivio infinito al descubrirlo. Muchos no lo consiguen jam¨¢s. Aceptan las se?ales del camino y es como si no viajaran, como si se quedasen siempre donde est¨¢n.
Tres. Los detalles de la imagen que figura en esta p¨¢gina los captur¨® Anabell Guerrero en el centro de acogida a refugiados y emigrantes de la Cruz Roja en Sangatte, cerca de Calais y el t¨²nel del Canal de la Mancha. El centro cerr¨® hace poco por orden de los Gobiernos brit¨¢nico y franc¨¦s. Lo utilizaban centenares de personas, muchos con la esperanza de llegar a Gran Breta?a. El hombre de las fotograf¨ªas -Guerrero prefiere no revelar su nombre- viene de Zaire. Millones de personas dejan, un mes tras otro, sus pa¨ªses. Se van porque all¨ª no hay nada, s¨®lo todo lo suyo, que no es suficiente para dar de comer a sus hijos. En otro tiempo s¨ª bastaba. ?sta es la pobreza del nuevo capitalismo. Despu¨¦s de unas traves¨ªas largas y terribles, despu¨¦s de experimentar la bajeza de la que otros son capaces, despu¨¦s de haber aprendido a confiar en su valor incomparable y obstinado, los emigrantes se ven obligados a esperar en un centro de tr¨¢nsito extranjero; y entonces, ya, lo ¨²nico que les queda de su continente son ellos mismos: sus manos, sus ojos, sus pies, sus cuerpos, la ropa que llevan y lo que utilicen para cubrirse cuando duermen, a falta de techo. Gracias a la foto de Guerrero, podemos ser conscientes de que los dedos de un hombre son lo ¨²nico que queda de una parcela de tierra labrada, sus palmas son lo que queda de un lecho de r¨ªo y sus ojos son una reuni¨®n familiar a la que ¨¦l no va a asistir. Es el retrato de un continente que emigra.
Cuatro. "Estoy bajando las escaleras en la estaci¨®n de metro para tomar la l¨ªnea B. Hay mucha gente. ?D¨®nde est¨¢s? ?De verdad? ?C¨®mo est¨¢ el tiempo? Me subo al tren, luego te llamo...". La mayor¨ªa de los miles de millones de llamadas de m¨®vil que se producen cada hora en las ciudades y los pueblos de todo el mundo empiezan con una pregunta sobre el paradero del que llama. Los seres humanos necesitan inmediatamente saber d¨®nde est¨¢n. Es como si la duda les acosara y les hiciera pensar que no est¨¢n en ning¨²n sitio. Est¨¢n rodeados por tantas abstracciones que tienen que inventar y compartir sus propios puntos de referencia provisionales. Hace m¨¢s de 30 a?os, Guy Debord escribi¨® unas palabras prof¨¦ticas: "... la acumulaci¨®n de masa produjo mercanc¨ªas para el espacio abstracto del mercado; del mismo modo que ha aplastado todas las barreras regionales y legales y todas las restricciones empresariales de la Edad Media que sosten¨ªan la calidad de la producci¨®n artesanal, tambi¨¦n ha destruido la autonom¨ªa y la peculiaridad de los lugares". La palabra clave del caos mundial es deslocalizaci¨®n, o relocalizaci¨®n, que no s¨®lo hace referencia a la pr¨¢ctica de trasladar la producci¨®n al lugar en el que la mano de obra es m¨¢s barata y las leyes son m¨ªnimas, sino que contiene la fantas¨ªa enloquecida del nuevo poder sobre lo que est¨¢ fuera, el sue?o de menoscabar la categor¨ªa y la confianza de todos los lugares establecidos para que el mundo entero se convierta en un solo mercado continuo. El consumidor es fundamentalmente alguien que se siente o se ve empujado a sentirse perdido si no est¨¢ consumiendo. Las marcas y los logotipos son los topon¨ªmicos de Ninguna Parte. Tambi¨¦n se utilizan otras se?ales que indican Libertad o Democracia, t¨¦rminos robados a periodos hist¨®ricos anteriores, para crear confusi¨®n. Antiguamente, los defensores de la patria contra los invasores utilizaban una t¨¦cnica que consist¨ªa en cambiar las se?ales de la carretera, as¨ª la se?al que indicaba "Zaragoza" acababa mostrando la direcci¨®n opuesta, hacia "Burgos". Hoy, no son los defensores, sino los invasores extranjeros, quienes cambian las se?ales para confundir a los locales, confundirles sobre qui¨¦n gobierna a qui¨¦n, la naturaleza de la felicidad, la dimensi¨®n del duelo o d¨®nde se encuentra la eternidad. Y el objetivo de todas esas confusiones es convencer a la gente de que ser clientes es la salvaci¨®n definitiva. Pero los clientes se definen por el sitio en el que compran y pagan, no por d¨®nde viven y mueren.
Cinco. Grandes ¨¢reas que antes eran zonas rurales se transforman en parcelas. Los detalles del proceso var¨ªan en cada continente: ?frica, Centroam¨¦rica o el sureste asi¨¢tico. La divisi¨®n inicial siempre procede de alguna otra parte y de intereses empresariales que quieren satisfacer su apetito por acumular m¨¢s, lo cual significa apoderarse de recursos naturales (madera en el Amazonas, uranio en Gab¨®n, etc¨¦tera), independientemente de a qui¨¦n pertenezca la tierra o el agua. La explotaci¨®n pronto exige aeropuertos, bases militares y paramilitares para defender lo que se est¨¢ sacando a marchas forzadas, y la colaboraci¨®n con los mafiosos locales. Detr¨¢s pueden llegar las guerras tribales, la hambruna y el genocidio.
Los habitantes de esas zonas pierden toda sensaci¨®n de residencia: los ni?os se vuelven hu¨¦rfanos (incluso cuando no lo son), las mujeres se hacen esclavas, los hombres forajidos. Llegado ese punto, se tarda generaciones en restaurar cualquier sentido de vida hogare?a. Cada a?o en el que se acumulan esas circunstancias hace que Ninguna Parte se prolongue en el tiempo y el espacio.
Seis. Mientras tanto -y la resistencia pol¨ªtica, muchas veces, comienza en un mientras tanto-, lo m¨¢s importante que hay que comprender y recordar es que los beneficiarios del caos actual, con sus comentaristas incrustados en los medios, desinforman y conducen a enga?o sin cesar. Nunca hay que debatir sus declaraciones ni los t¨¦rminos plagiados que acostumbran a emplear. Hay que rechazarlos y abandonarlos sin reparos. No llevan a nadie a ning¨²n sitio.
La misma tecnolog¨ªa de la informaci¨®n desarrollada por las empresas y sus ej¨¦rcitos para dominar con m¨¢s rapidez su Ninguna Parte la utilizan otros como forma de comunicaci¨®n en el Todas Partes por el que luchan. El escritor caribe?o Edouard Glissant lo dice bien: "... la manera de resistir a la globalizaci¨®n no es negar la universalidad, sino imaginar c¨®mo es la suma concreta de todas las singularidades posibles y acostumbrarse a la idea de que, mientras falte una sola singularidad, esa universalidad no ser¨¢ lo que deber¨ªa para nosotros".
Estamos creando nuestros propios puntos de referencia, dando nombre a los sitios, descubriendo la poes¨ªa. S¨ª, en el Mientras tanto hay poes¨ªa.
Gareth Evans:
Mientras el ladrillo de la tarde guarda el calor rosa del viaje
mientras de la rosa brota un espacio verde para respirar
y ella florece como el viento
mientras los esbeltos abedules susurran sus historias del viento a la prisa
en los camiones
mientras las hojas del seto conservan la luz
que el d¨ªa cre¨ªa haber perdido
y el nido de su mu?eca late como el pecho de un gorri¨®n en el aire que cambia
mientras el coro de la tierra encuentra sus ojos en el cielo
y los abre en la inmensa oscuridad
que contiene todo lo m¨¢s querido.
Siete. Su Ninguna Parte crea una conciencia del tiempo extra?a, porque no tiene precedentes. Un tiempo digital que avanza continuamente, d¨ªa y noche, a trav¨¦s de las estaciones, el nacimiento y la muerte. Tan indiferente como el dinero. Pero que, a pesar de su continuidad, est¨¢ solo. Es el tiempo del presente, separado del pasado y el futuro. En ¨¦l s¨®lo importa el momento actual, los otros carecen de gravedad. El tiempo ya no es una columnata entera, sino una columna de unos y ceros. Un tiempo vertical al que no rodea nada, salvo la ausencia.
Lean unas p¨¢ginas de Emily Dickinson y luego vean la pel¨ªcula de Von Trier Dogville. En la poes¨ªa la presencia de lo eterno se advierte en cada pausa. La pel¨ªcula, en cambio, muestra de forma despiadada lo que ocurre cuando se borra de la vida cotidiana toda huella de lo eterno. Lo que ocurre es que todas las palabras y su lenguaje pierden el significado.
Dentro de un solo presente, en el tiempo digital, no pueden hallarse ni establecerse paraderos.
Ocho. Buscaremos nuestros puntos de referencia en otra medida temporal. Lo eterno, seg¨²n Spinoza (el fil¨®sofo preferido de Marx) es ahora. No es algo que nos aguarda, sino algo que encontramos en los momentos, breves pero intemporales, en los que todo se adapta a todo y ning¨²n intercambio resulta inapropiado.
En su libro Una esperanza en la oscuridad, Rebecca Sonit cita a la poeta sandinista Gioconda Belli, que cuenta el momento en el que derrocaron la dictadura de Somoza en Nicaragua: "Dos d¨ªas que parecieron como si hubieran echado un conjuro m¨¢gico y antiguo que nos devolvi¨® al G¨¦nesis, al lugar de la creaci¨®n del mundo". El hecho de que Estados Unidos y sus mercenarios destruyeran a los sandinistas no quita valor a ese momento que existi¨® en el pasado, el presente y el futuro.
Nueve. A un kil¨®metro del sitio en el que escribo hay un terreno en el que pacen cuatro burros, dos hembras y dos potrillos. Es una especie peque?a. Cuando las hembras levantan sus orejas de borde negro, me llegan a la barbilla. Los potros, que s¨®lo tienen unas semanas, tienen el tama?o de unos perros terrier grandes, con la diferencia de que la cabeza es casi tan grande como el costado. Salto la valla y me siento en el suelo con la espalda apoyada en el tronco de un manzano. Han marcado sus huellas en la tierra, y algunas pasan por debajo de unas ramas muy bajas, en las que yo tendr¨ªa que agacharme. Me observan. Hay dos trozos en los que no hay nada de hierba, s¨®lo tierra rojiza, y ah¨ª se colocan muchas veces al d¨ªa para revolcarse. Primero la madre, luego el hijo. Los potros ya tienen una l¨ªnea negra por encima de las paletillas.
Ahora se me acercan. Huele a burro y a salvado. Las burras me tocan la cabeza con la mand¨ªbula. Tienen el morro blanco. Los ojos, rodeados de moscas, mucho m¨¢s agitadas que su mirada inquisitiva.
Cuando est¨¢n en la sombra, al borde del bosque, las moscas se van; y pueden estar ah¨ª, sin moverse, media hora. A mediod¨ªa, en la sombra, el tiempo se detiene. Cuando uno de los potrillos se pone a mamar (la leche de burra es la m¨¢s parecida a la humana), las orejas de la madre se ponen horizontales, apuntando hacia la cola.
Rodeado por los cuatro animales bajo el sol, me fijo en sus diecis¨¦is patas. Esbeltas, finas, concentradas, seguras (las patas de los caballos, en comparaci¨®n, parecen rid¨ªculas). Son patas para cruzar monta?as que ning¨²n caballo ser¨ªa capaz de afrontar, patas para cargar pesos inimaginables si se piensa s¨®lo en las rodillas, las pantorrillas, los tobillos, los corvejones, los huesos de las pantorrillas, las articulaciones de las cuartillas, las pezu?as. Patas de burro.
Se alejan con la cabeza gacha, paciendo, sin que a sus o¨ªdos se les escape nada; yo los miro atentos. En nuestros contactos, si es que se pueden llamar as¨ª, en la compa?¨ªa que nos ofrecemos a mediod¨ªa, hay un sustrato de lo que s¨®lo puedo llamar gratitud. Cuatro burros en un campo, en el mes de junio del a?o 2005.
Diez. S¨ª, sigo siendo, entre otras cosas, marxista.
Diez notas sobre 'el lugar'
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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