Armstrong domestica la leyenda del Tour
La carrera francesa siempre acab¨® por derrotar a sus h¨¦roes, salvo al norteamericano, que ha convertido su s¨¦ptima victoria en su pel¨ªcula m¨¢s aburrida
En sus 102 a?os de historia el Tour ha sido un monstruo, un animal terrible, mitol¨®gico, que ha devorado a todos aquellos que lo intentaron conquistar. Ninguno de los grandes campeones que el Tour ha dado ha logrado sobrevivir a una carrera que, finalmente, siempre, se tomaba su revancha. Jacques Anquetil, Eddy Merckx, Bernard Hinault, Miguel Indurain, los cuatro corredores que lograron ganarlo cinco veces, tambi¨¦n intentaron ganarlo seis. Y el Tour los derrot¨® a todos. Todos sufrieron desfallecimientos inexplicables, ins¨®litos, justo un segundo despu¨¦s de sentirse en la cima de su arte, de sentirse m¨¢s fuertes que nunca, de lanzarse hacia el ataque definitivo. Todos ellos se retiraron del ciclismo con el sabor amargo de una derrota en la carrera en la que hubo un momento en que se sintieron invencibles.
Despu¨¦s, a caballo entre los siglos XX y XXI, lleg¨® Lance Armstrong.
Armstrong lleg¨® al Tour precedido de una peripecia vital incre¨ªble. Armstrong, un corredor muy fuerte, de anchos hombros, de musculosas piernas, lleg¨® al Tour despu¨¦s de haber sufrido un c¨¢ncer, de haber derrotado a una enfermedad que lo reclamaba sin misericordia. La enfermedad lo transform¨® mentalmente, f¨ªsicamente, lo convirti¨® en un corredor consciente de su inmortalidad, un hombre de Tejas a quien no le pareci¨® osado desafiar al Tour hasta el infinito. Gan¨® un Tour, dos, tres, cuatro, cinco... Todos consecutivos, como s¨®lo Indurain antes lo hab¨ªa hecho. Y una vez conseguido el sexto, una vez logrado lo que nadie antes hab¨ªa conseguido, lanz¨® su ¨²ltimo desaf¨ªo. No s¨®lo ganar¨ªa el s¨¦ptimo sino el mismo d¨ªa en que el Tour terminara en Par¨ªs, el mismo domingo 24 de julio, en los Campos El¨ªseos, dar¨ªa su ¨²ltima pedalada. Se retirar¨ªa del Tour como campe¨®n invicto. Y cumplidas dos terceras partes del Tour, cubiertas las etapas m¨¢s peligrosas, las m¨¢s duras, superados los tremendos puertos de Alpes y Pirineos, aquellos a los que los cronistas antiguos, los que nos contaban el ciclismo de una ¨¦poca en la que a¨²n era posible creer en la ¨¦pica, llamaban tremendos, irritables, irascibles, inmisericordiosos jueces del Tour, Armstrong es s¨®lido l¨ªder.
"Toda la vida dec¨ªamos que si a Armstrong le fallaba el equipo, que si a Armstrong logr¨¢bamos aislarlo y luego atacarlo, podr¨ªamos con ¨¦l", se lamentaba Paco Mancebo, m¨¢s cerca que nunca del americano y anclado como siempre en el quinto puesto; "y este a?o su equipo, envejecido, no est¨¢ tan fuerte como antes; este a?o, su equipo le ha dejado solo en las etapas m¨¢s duras; este a?o, ha sufrido m¨¢s ataques que ning¨²n otro a?o... Este a?o, parece que le est¨¢ costando menos trabajo que nunca ganarnos, ganar al Tour". Armstrong puede ganar el Tour sin imponerse en ninguna etapa, sin llegar a ninguna cima con una ventaja mayor de dos o tres segundos, sin alardes, ni haza?as. Y a su lado, Ullrich, Basso, Vinok¨²rov, Rasmussen, Mancebo... parecen corderitos impotentes.
No s¨®lo eso: ha convertido la conquista de su s¨¦ptimo Tour en la pel¨ªcula m¨¢s aburrida de cuantas ha protagonizado. Ha domesticado la leyenda del Tour. Armstrong conseguir¨¢ lo que muy pocos deportistas en la historia, de cualquier deporte, han conseguido: retirarse desde la cumbre. Y lograr¨¢ tambi¨¦n que el a?o que viene, 2006, sobre quien gane el Tour pese la duda sin respuesta: ?Habr¨ªa ganado si hubiera estado Armstrong?
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