De rodillas ante Jomeini
Feliciano Fidalgo, el inolvidable y ya fallecido corresponsal de EL PA?S en Francia, tuvo la gentileza de llevarnos en su autom¨®vil. El fot¨®grafo Chema Conesa y yo avanzamos trabajosamente por las carreteritas relucientes de hielo hasta que patinamos en una placa y nos estampamos contra el pretil. Fue un siniestro total, pero por fortuna no nos hicimos nada. As¨ª es que salimos de los restos del veh¨ªculo y echamos a andar con la nieve por encima del tobillo hasta llegar al pueblo, que estaba como a uno o dos kil¨®metros de distancia. No fue un buen comienzo para el reportaje.
El sha estaba a punto de rendirse y de abandonar el pa¨ªs, y la corte volante de Jomeini, el l¨ªder chiita que hab¨ªa encabezado la revoluci¨®n, se api?aba en dos peque?os chalets medio enterrados en la nieve crujiente. Una de las casas era la residencia del im¨¢n; la otra, m¨¢s grande, acog¨ªa a la variada tropa de pol¨ªticos, cl¨¦rigos, ayudantes, ministrables y rendidos admiradores de Jomeini. Hab¨ªa comenzado ya la cuenta atr¨¢s para la toma de Ir¨¢n y todos quer¨ªan estar junto al ayatol¨¢, porque ese viejo de rostro sombr¨ªo, cejas enredadas y expresi¨®n de trueno encarnaba en ese momento todo el poder de su atribulado pa¨ªs. Y ya se sabe que el poder atrae tanto a los humanos como el esti¨¦rcol a las moscas.
Cinco veces al d¨ªa sal¨ªa el im¨¢n de su retiro, cruzaba la carretera y entraba en el chalet comunal a dirigir los rezos. Eran los ¨²nicos momentos en los que sus seguidores pod¨ªan verle
Me dijeron que mantuviera mi cabeza siempre m¨¢s abajo que la del im¨¢n. Cosa disparatadamente dif¨ªcil, porque el ayatol¨¢ estaba sentado en el suelo
A Neauphle le Ch?teau hab¨ªan llegado corriendo, llenos de entusiasmo revolucionario, muchos universitarios iran¨ªes en EE UU o Inglaterra para unirse a la causa
Cinco veces al d¨ªa sal¨ªa el im¨¢n de su retiro, cruzaba la carretera y entraba en el chalet comunal a dirigir los rezos. Eran los ¨²nicos momentos en los que sus seguidores pod¨ªan verle y le esperaban transidos de emoci¨®n durante horas, en la g¨¦lida intemperie, con los pies pegados ya a la costra de hielo. Estos eran los creyentes, los fieles silenciosos y an¨®nimos. Pero adem¨¢s, y sobre todo, en Neauphle le Ch?teau se conspiraba, se constitu¨ªan consejos revolucionarios provisionales, se buscaban alianzas. El mundo entero contemplaba con atenci¨®n este peque?o pueblo. Con atenci¨®n y, dej¨¦moslo claro, con indudable simpat¨ªa, sobre todo entre la izquierda. El razonamiento al uso era el siguiente: El sha es un tirano, Jomeini va a derrocar al sha, luego Jomeini es progresista. Un silogismo fatal semejante al que se aplic¨® en el siglo XIX sobre unos nacionalismos reaccionarios que, por el mero hecho de enfrentarse al poder imperial central, fueron considerados tambi¨¦n fuerzas del progreso.
Contar lo que se ve
Sea como fuere, en aquellos tiempos simplistas e inocentes todos los izquierdistas del mundo adoraban al ayatol¨¢. Releo ahora mi reportaje y veo los pat¨¦ticos esfuerzos que hice por comprender y justificar algo que a todas luces me resultaba b¨¢rbaro e incomprensible: "Es otro mundo, y como tal hay que juzgarlo", repet¨ª varias veces en el texto. Pero no pude evitar contar lo que ve¨ªa. Y lo que ve¨ªa era inquietante. Como la ciega adoraci¨®n que depositaban en el im¨¢n, o los oscuros pa?uelos y las informes t¨²nicas negras que ocultaban a todas las mujeres. Nada m¨¢s llegar, yo tambi¨¦n fui provista de un pa?uelo. Me obligaron a llevarlo durante todo el tiempo que estuve en el pueblo, y a cubrirme con ¨¦l hasta las cejas ("m¨¢s adelante, ¨¦cheselo m¨¢s adelante, tiene que taparle todo el pelo"). Y, cuando por fin consegu¨ª que Jomeini me recibiera, me dijeron que mantuviera mi cabeza siempre m¨¢s abajo que la del im¨¢n. Cosa disparatadamente dif¨ªcil, porque el ayatol¨¢ estaba sentado en el suelo, de modo que tuve que ponerme de rodillas y casi tumbarme delante de ¨¦l. Ha sido la entrevista m¨¢s absurda y extravagante que he hecho en mi vida.
Por no mencionar las ideas que sosten¨ªan. Los seguidores del im¨¢n aseguraban que quer¨ªan implantar una rep¨²blica isl¨¢mica por sufragio universal, rareza que nadie sab¨ªa bien en qu¨¦ consist¨ªa. Pero, entre otras cosas, Jomeini me dijo: "En el islam, la religi¨®n interviene en todas las actividades del hombre, ya sean pol¨ªticas o sociales, y las reglamenta". Y tambi¨¦n: "Hay terrenos en los que el hombre concibe mejor los problemas que la mujer. El islam proh¨ªbe las cosas que atacan su dignidad y su castidad". No se puede decir que fueran pensamientos muy alentadores, pero, aunque ahora parezca mentira, cuando sali¨® el reportaje recib¨ª algunas cr¨ªticas por no haberme mostrado suficientemente entusiasta con la revoluci¨®n chiita.
Para ser justos, hay que se?alar que muchos iran¨ªes tampoco ten¨ªan claro d¨®nde se estaban metiendo. A Neauphle le Ch?teau hab¨ªan llegado corriendo, llenos de idealismo revolucionario, muchos chicos y chicas iran¨ªes apenas veintea?eros, que hab¨ªan abandonado sus estudios universitarios en Estados Unidos o en Inglaterra para unirse a la causa. Ellas, sobre todo, me impresionaron. Se hab¨ªan puesto sus pa?uelos y sus informes mandilones negros sobre vaqueros ajustados, y me dec¨ªan, enardecidas, que lo que los occidentales pens¨¢bamos sobre la supeditaci¨®n de las mujeres en el islam era mentira. Me acord¨¦ de ellas hace poco cuando vi a mujeres parecidas explicando en televisi¨®n, desde Teher¨¢n, el miedo que sent¨ªan ante la reciente victoria del nuevo presidente de Ir¨¢n, el integrista Ahmadineyad.
Hubo un tipo a quien entrevist¨¦ que no quiso darme su nombre. Ten¨ªa unos cuarenta a?os, los ojos l¨ªquidos, un impecable abrigo azul, corbata de seda. Dijo ser ingeniero y portavoz del Frente Nacional, un grupo socialdem¨®crata que colabor¨® con Jomeini (como tambi¨¦n hicieron los socialistas y los comunistas) para echar al sha: "Yo no soy creyente", me explic¨®, "y en Ir¨¢n, los que mueven de verdad el pa¨ªs, los intelectuales, los estudiantes, no son precisamente creyentes". ?l, como los otros ministrables cultos y europeizados que se mov¨ªan en aquellos d¨ªas por Neauphle, cre¨ªa que estaban utilizando a Jomeini como quien utiliza una bandera; que el im¨¢n ser¨ªa una herramienta unificadora que servir¨ªa para cambiar el r¨¦gimen, y que despu¨¦s podr¨ªan relegarlo a su papel de l¨ªder religioso y desarrollar una democracia. Algunos meses despu¨¦s, cuando empezamos a ver por televisi¨®n las ejecuciones p¨²blicas que llev¨® a cabo el r¨¦gimen iran¨ª, me pareci¨® reconocer al hombre de los ojos l¨ªquidos entre un grupo de desdichados que fueron ahorcados en un estadio.
Tambi¨¦n habl¨¦ all¨ª con otro cl¨¦rigo, el ayatol¨¢ Jaljali. Y me dijo: "El Gobierno se elegir¨¢ por votaci¨®n y la rep¨²blica isl¨¢mica tendr¨¢ libertad de prensa, de opini¨®n, respetar¨¢ todo tipo de creencias religiosas y contar¨¢ con todos los partidos". Palabras mentirosas que se apresur¨® a traicionar con entusiasmo, porque, pocos meses despu¨¦s, este mismo Jaljali dirigi¨® los tribunales revolucionarios y conden¨® a la horca a centenares de personas. Era tan intransigente y tan cruel que le llamaban el juez del pat¨ªbulo.
A los veinte d¨ªas de mi entrevista, Jomeini entr¨® en Ir¨¢n. Y diez meses m¨¢s tarde se aprob¨® la nueva Constituci¨®n, que le otorgaba la jefatura del Estado con car¨¢cter vitalicio. Despu¨¦s vendr¨ªa lo que hoy todos sabemos, las ejecuciones en masa, la fatwa contra Rushdie, los atentados. Como el asesinato de Bajtiar, opositor del sha y antiguo primer ministro, al que degollaron y cortaron las manos en su casa de Par¨ªs. Todo ese dolor y toda esa sangre que por entonces, en Neauphle le Ch?teau, a¨²n no manchaba la nieve inmaculada del pueblecito.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.