Americana
El taxista chino lleva 11 a?os ya en Nueva York pero la ¨²nica palabra que domina en ingl¨¦s es gas, suficiente para su oficio. Cuando su coche abandona la ciudad y cruza el puente sobre el Hudson el cielo y la vida parecen haberse parado para verse. M¨¢s lejos, en Nueva Orleans, la vida est¨¢ poniendo en su sitio los ensue?os. Los peri¨®dicos traen estad¨ªsticas escalofriantes que ponen en su sitio a los pobres y a los que no lo ser¨¢n nunca; no es verdad que esas l¨ªneas se rompan cada vez que se suspira; est¨¢n ah¨ª, no s¨®lo en el color de la piel sino en el suelo que se pisa. Am¨¦rica es el reino de las comparaciones, las estimula y luego las sufre. El amigo que me recibe en este lugar en el que alcanza poder de met¨¢fora la belleza del campo neoyorquino subraya esas cifras y luego hace un ruego: "Por favor, di donde puedas que lo que hace Bush no lo hacemos nosotros". Est¨¢ a punto de anunciarse que, otra vez, los ricos pagar¨¢n menos impuestos, cada d¨ªa es m¨¢s obvio que el descuido social castiga a capas cada vez m¨¢s amplias de la poblaci¨®n, y que lo que el Katrina ha puesto de manifiesto es la desigualdad que la sociedad ha construido como si estuviera haciendo un rascacielos de cristal. El presidente brinda porque uno de sus amigos pueda tomar caf¨¦ pronto en su terraza devastada del Misisipi, mientras en el otro lado del televisor un negro grita "help!" desde el techo de su casa inundada. En la misma pantalla, el secretario del Tesoro anuncia que aquellos que den ayuda a los damnificados recibir¨¢n puntos para sus viajes a¨¦reos. Todo lo que ocurre conspira para que la gente compare, el tecnicolor se deja para los sue?os. En este lugar paradisiaco en el que he estado las personas sacan a la calle lo que ya no les sirve y lo venden a bajo precio en mercadillos por los que paseamos como si estuvi¨¦ramos entrando en cuartos de estar que est¨¢n siendo liquidados para que entre mobiliario nuevo en el invierno. En la quietud de estos mediod¨ªas esa proliferaci¨®n de muebles viejos y vestidos desechados y tazas vac¨ªas y vasos de los a?os cincuenta devuelve a la libreta de las comparaciones las estad¨ªsticas de la escasez a las que Calder¨®n puso versos tan eternos. Am¨¦rica. Un d¨ªa la vida no ser¨¢ tan solo sue?o, ya no lo es.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.