El escritor del proletariado
A los 80 a?os, es autor de referencia en la novela social. Se considera catal¨¢n y valenciano. Contrario a lo patriotero y a la guerra. Sigue viviendo en la Zona Franca de Barcelona, como un personaje m¨¢s de los que retrat¨® en sus libros sobre el paisaje de la inmigraci¨®n en la posguerra.
Si t¨² llegas al barrio de Candel, Francisco Candel, en la Zona Franca de Barcelona, y lo haces con tiempo suficiente como para entrar en un bar a pedir agua o caf¨¦ o cerveza o vino y le preguntas al camarero si por casualidad ha o¨ªdo hablar de Candel, de Francisco Candel, probablemente te responder¨¢ como le respond¨ªa a Candel cualquiera de los personas de sus libros m¨¢s c¨¦lebres, empezando por aquel que le dio m¨¢s fama y controversia, Donde la ciudad cambia su nombre (1957), una fabulaci¨®n basada en la realidad con la que Barcelona estren¨® la exposici¨®n p¨²blica de sus peores arrabales. Te responder¨¢ el camarero: "?El Candel? Por ah¨ª anda ¨¦se, por ah¨ª debe de andar". Candel se adelant¨® a los antrop¨®logos modernos, y ense?¨® las verg¨¹enzas de la ciudad con el propio lenguaje de sus protagonistas; no invent¨® nada, se limit¨® a reflejar todo tal como lo vio, utilizando, adem¨¢s, un lenguaje in¨¦dito entonces, o acaso vivo tan s¨®lo en algunos de los libros de Tom¨¢s Salvador o de Camilo Jos¨¦ Cela?
"Tuve la suerte de tener primos muy lectores, nuestra biblioteca era un caj¨®n repleto: lo llevab¨¢mos de casa en casa"
"De una novela m¨ªa escribi¨® la censura: 'Supr¨ªmase de la p¨¢gina una a la doscientas'. ?Y la novela ten¨ªa 200 p¨¢ginas?!"
Muchos a?os m¨¢s tarde, Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n record¨® as¨ª aquel libro: Era "el retrato del salvaje crecimiento urbano para absorber las riadas de la inmigraci¨®n interior. A¨²n pueden verse hoy los escenarios de aquella derrota social y arquitect¨®nica en la Barcelona fea del extrarradio o en lo que queda de la Barceloneta o del ya casi deconstruido Barrio Chino"? La crudeza de aquella historia hizo que Candel fuera famoso m¨¢s all¨¢ de los barrios, pero sobre todo en los barrios cuya vida desentra?aba. Y los habitantes cuyas vidas describ¨ªa se pusieron tan furiosos, porque ah¨ª aparec¨ªan con sus nombres y con sus apodos, que Candel tuvo que irse buscando refugios e incluso nuevas historias con las que aclarar las que le pusieron en el disparadero. As¨ª naci¨® otro libro suyo, ?Dios, la que se arm¨®! (1964), que fue una cr¨®nica, igualmente descarnada, pero m¨¢s matizada, de lo que pasaba en los barrios extremos de Barcelona y c¨®mo algunos de sus habitantes le quisieron linchar?
Escribi¨® muchos m¨¢s libros Candel, y aqu¨ª, en esta conversaci¨®n, habla de algunos, pero aqu¨¦l le dio tanta notoriedad que ese t¨ªtulo, Donde la ciudad cambia su nombre, habr¨¢ servido para titular tantos art¨ªculos como los Cien a?os de soledad o la Cr¨®nica de una muerte anunciada de Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez? Entre los otros libros que escribi¨® Candel hay uno que ha circulado menos, pero que fue una biblia para los empezaron a escribir en los a?os sesenta. Se titul¨® Hay una juventud que aguarda (1956), y explicaba la ambici¨®n imposible de un joven de origen proletario que tocaba a las puertas de las grandes editoriales con el objetivo verdaderamente osado de hacerse artista?
D¨¦cadas despu¨¦s, aquel Candel que dio tanto que hablar entre los suyos, y fuera de sus ¨¢mbitos, sigue viviendo en la misma zona que fue objeto de sus primeros libros, encima del bar donde se encogen de hombros como en sus novelas para decirte d¨®nde est¨¢ la persona que buscas; acompa?ado de Joana, una mujer que le ayuda en estos a?os de la vejez, y de un periquito al que llama Ra¨²l y que se pasea entre nosotros como si tambi¨¦n conociera las reglas de la casa, Candel vive los 80 a?os, reci¨¦n cumplidos, exhibiendo el mismo escepticismo con que sus personajes se buscaban la vida.
Su figura es la de siempre, la de un hombre enjuto que, sentado en su silla de leer, parece a¨²n m¨¢s flaco, m¨¢s esencial, m¨¢s t¨ªmido; tiene su barba de tantos a?os totalmente cana y su mano es una fina capa de piel suave con la que te asegura un recibimiento c¨¢lido. Cuando ya te sientas ante ¨¦l, y abres la m¨¢quina para grabarle lo que diga, te dan ganas de contarle t¨² a ¨¦l qu¨¦ has visto en la calle para que ¨¦l vuelva a escribir de lo que va oyendo. Pues eso ha sido su literatura: o¨ªr lo que pasa para contarlo. Pero ahora est¨¢ ah¨ª, encerrado en ese palomar desde el que mira sus barrios; de vez en cuando sale, cuando le vimos acababa de almorzar con Jordi Pujol, que se hizo amigo suyo, pero su vida ya es aqu¨ª dentro, en una casa de lo que entonces era la Barcelona que perd¨ªa su nombre.
En sus libros se adivina hostil la primera parte de su vida, ?C¨®mo eran sus padres?
Dos excelentes personas. Mi padre era picapedrero en la cantera; ten¨ªa las manos llenas de callosidades; no era de gran estatura, como yo, pero era narigudo. Mi madre era dulce, bondadosa. Muri¨® cuando yo ten¨ªa 18 a?os, y mi padre a los 74 o 75, as¨ª que estuve m¨¢s tiempo con ¨¦l. Para ¨¦l, las personas ten¨ªan que ser honradas, honestas. Mis t¨ªos tambi¨¦n eran de ese calibre. Nosotros nos vinimos a Barcelona, desde Casas Altas, en Valencia, cuando yo ten¨ªa dos a?os, y aqu¨ª naci¨® una hermana m¨ªa que luego muri¨® de tuberculosis, en aquellos tiempos en que ya iba mermando esta enfermedad. Yo recuerdo a mi madre, luchando, y yo luch¨¦ como un gallo de pelea, en el barrio, en la vida?
?Se met¨ªan con usted?
Se met¨ªa conmigo el cura, que llevaba un anillo y ten¨ªa mal genio. Un d¨ªa le dijo a mi madre: "Ese chico un d¨ªa acabar¨¢ en el calabozo". Y a mi madre eso le sent¨® fatal.
?Y a usted?
Me dio igual. Pero a mi madre? Ella pensaba que su hijo era muy buena persona.
Usted llega a Barcelona, ?tiene un recuerdo de esa Barcelona? ?Recuerda c¨®mo se da cuenta de que es usted un transterrado?
Fui a parar a las casas baratas de Can Tunis, donde estaba la emigraci¨®n procedente de Andaluc¨ªa. Entonces en la barriada todo el mundo hablaba castellano, y todos est¨¢bamos siempre juntos, todos, los ni?os y las ni?as, en la escuela y en todas partes. La maestra nos hac¨ªa aprender cosas de memoria, pero tambi¨¦n te encargaba trabajos que hab¨ªa que hacer en casa, te ense?aba jugando. Un d¨ªa me encontr¨¦ con la mujer que dirig¨ªa entonces la escuela y le pregunt¨¦ qu¨¦ m¨¦todo usaba, y me respondi¨®: "Us¨¢bamos el m¨¦todo de las personas". ?C¨®mo me iba a sentir? Muy bien, otra cosa era la realidad; pero aquella escuela, los ni?os, la maestra, parec¨ªa un para¨ªso? Mi padre ganaba un buen sueldo, que nos permit¨ªa vivir mejor que los vecinos. Pero despu¨¦s vino la Guerra Civil. Las cosas cambiaron, dej¨® de funcionar la escuela por los bombardeos, empez¨® a imperar el hambre, y sigui¨® en la posguerra.
?Qu¨¦ ense?a pasar hambre?
Como ense?anza creo que no te deja nada. Te agarrabas a un clavo ardiendo. En la posguerra fui monaguillo de la parroquia del Born, y ah¨ª aprend¨ª a beberme el vino del cura, a comerme las hostias a¨²n no consagradas. Y cuando ven¨ªan las se?oritas de las conferencias y de las cosas cristianas, aquellas esclavas de Cristo, tra¨ªan bollos y los repart¨ªan. As¨ª se fue pasando.
?Y cu¨¢ndo dej¨® de estudiar?
Para lo que sol¨ªa pasar con la clase trabajadora entonces, yo fui bastante a la escuela, porque mis amigos empezaban a trabajar a los catorce a?os. Y yo, a los diecis¨¦is. Mis padres no ten¨ªan prisa, pensaban que cuanto m¨¢s tiempo estuviera en la escuela mejor ser¨ªa mi porvenir.
?Y qu¨¦ es lo que m¨¢s le interesaba de lo que aprend¨ªa en la escuela?
La escuela en la que estuve antes de la guerra era de la Generalitat, gratuita. Entonces las clases eran para chicos y chicas, pero luego eso se prohibi¨®. La recuerdo con nostalgia, no me costaba ir, lo pasaba bien. Y durante la guerra, estabas en clase y sonaban las sirenas, y te ten¨ªas que ir al patio. Pasaba el peligro, entrabas y al rato otra vez las bombas, y as¨ª hasta que las escuelas cerraron: ya vendr¨¢n tiempos mejores. Y despu¨¦s vino la escuela parroquial: te hac¨ªan rezar mucho; al entrar ten¨ªas que cantar el himno nacional, el Gloria y no s¨¦ qu¨¦ de la Patria. Y aunque los m¨¦todos eran antipedag¨®gicos, tuve un maestro muy bueno. Por eso he cre¨ªdo muchas veces que las cosas las hacen los hombres y no los sistemas, y se notaba que los ni?os eran la vocaci¨®n de ese maestro, llegu¨¦ a quererle mucho. La primera sorpresa que nos dio fue que al entrar en clase nos daba la mano a todos los alumnos. Se llamaba Jos¨¦ Mar¨ªa Cabo. Excepcional. Un d¨ªa firmaba yo libros en los almacenes Jorba y o¨ª que un hombre le dec¨ªa a su mujer: "A ver si me conoce". Y mir¨¦ y era el se?or Jaume Soler, que tambi¨¦n lo tuve de maestro. Lo pude recordar muy bien; era como entonces, ten¨ªa gafas de concha, y era de abundante cabellera, pero se quit¨® la boina y me dijo: "Mira, ahora estoy calvo".
?C¨®mo supo en la guerra qui¨¦nes eran los buenos y los malos?
Te lo dec¨ªan r¨¢pido: los fascistas, nosotros dec¨ªamos fachistas, eran los nacionales, eran los malos; los republicanos, a los que los fascistas llamaban rojos, los buenos. Era evidente, te lo dec¨ªan, y sab¨ªamos que era as¨ª porque en la escuela estaban los republicanos y eran ejemplares.
O sea, que para usted la escuela era un oasis dentro de la guerra?
Hay que tener en cuenta c¨®mo son los ni?os. La guerra me resultaba divertida, menos cuando pasaba hambre. Pero eso de que nos bombardearan?, que vieras al natural lo que hab¨ªas visto en los tebeos. Viv¨ªamos en esta misma monta?a de Montju?c; hab¨ªa refugios, aqu¨ª trabajaban mi padre y mis t¨ªos, de picapedreros, y ellos mismos hicieron galer¨ªas en las que viv¨ªamos. Y cuando no bombardeaban jug¨¢bamos en la monta?a, correte¨¢bamos.
?Y qu¨¦ piensa cuando acaba la guerra y bombardean Barcelona, y llegan aquellos cantando el 'Cara al sol', levantando el brazo en compa?¨ªa de los obispos??
Uno no pensaba nada entonces. Desde la monta?a de Montju?c vimos avanzar las tropas hacia Barcelona, por el r¨ªo Llobregat; primero pasaron los republicanos, huyendo, y despu¨¦s vinieron los nacionales. Entraron pac¨ªficos, eran soldados normales y corrientes. Por la noche encend¨ªan fogatas y calentaban caf¨¦ con leche, y nos dec¨ªan a los chiquillos: "Mira, chaval, caf¨¦ con leche". Es curioso c¨®mo el chiquillo se adapta y le saca sustancia a todo.
Ahora que puede mirar atr¨¢s, ?c¨®mo ve aquella guerra?, ?qu¨¦ le hizo a este pa¨ªs?
Ahora s¨¦ que se estaban jugando muchas cosas y que gan¨® el fascismo. Pero entonces tampoco me enteraba. Sent¨ªa devoci¨®n por los republicanos, por los rojos, pero es curioso lo deprisa que el ni?o cambia de pareceres. Despu¨¦s, en la escuela, te ense?aban a cantar y a rezar, y all¨ª estabas, la mar de bien?
Se adapta el ni?o a todo?
Pero el hombre, no. Tiene m¨¢s recuerdos, m¨¢s cosas en contra. El ni?o, si no le pegan, est¨¢ feliz. A m¨ª, en la guerra lo que m¨¢s me molest¨® era el hambre, pero era divertido ver combates a¨¦reos, soldados. Muchos iban dejando lastre, soltando cartucheras y balas. T¨² imag¨ªnate a los chiquillos con aquellos juegos. Yo ten¨ªa un machete, una pistola de rulo, bombas de mano. Hab¨ªas aprendido con las bombas de mano a hacer pi?a con una palanca para que no se abriera, se la quitabas, la palanca sub¨ªa?, y aprend¨ªamos a sacar el hierro y a tirar bombas en los barracones. Algunos se quedaron sin manos, porque les estallaban. Otros hab¨ªan encontrado un fusil, cinturones con sus cananas, parec¨ªamos un ej¨¦rcito de Pancho Villa en infantil.
En medio de un drama de adultos?
Y de ni?os, qu¨¦ co?o. A m¨ª la guerra me parece una estupidez; claro, los que la luchan dicen que no. Pero las guerras son catastr¨®ficas. Producen mucho mal. Y muerte, mucha muerte. Me parece que fue Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n quien dijo que uno se da cuenta de que envejece cuando ve la muerte de otros. Yo de eso de la muerte no tuve idea concreta hasta los veinti¨²n a?os. De ni?o no piensas nunca que te tienes que morir? Y a los veinti¨²n a?os me vino como una iluminaci¨®n: te tienes que morir. Empiezas a envejecer entonces.
?C¨®mo eran aquellos ni?os?
Graciosos, y sucios. Hab¨ªa uno que llevaba siempre un moco colgando. Hab¨ªa una gama muy extensa. Yo ya era un poco diferente. Me gustaba leer novelas. Se publicaban en cuadernillos y yo las compraba o me las prestaba alg¨²n primo. Esos cuadernillos eran de La Novela Ideal o de La Novela Libre. Me gustaban las aventuras de los personajes que hab¨ªa en ellas. He le¨ªdo mucho. Le¨ªa en la escuela, y en la escuela hubo un momento que me sent¨ª inc¨®modo. Aunque me gustaba ir, llegu¨¦ a ser el grandull¨®n de la clase, y me quise marchar. Mi madre me dijo: "Pero ah¨ª aprendes". Y yo quer¨ªa trabajar. Cre¨ª que como sab¨ªa algunas cosas trabajar¨ªa donde la gente que sab¨ªa; pero lo primero que me sali¨® fue en un taller de cer¨¢mica, a machacar en dep¨®sitos de agua. Se me hac¨ªan grietas y pens¨¦: "?Para qu¨¦ me habr¨¢ servido aprender a dibujar?". Y me cambi¨¦ de trabajo. Luego estuve en un taller mec¨¢nico en el que se hac¨ªan balanzas. Para cambiar del taller de cer¨¢mica al mec¨¢nico estuve meses pensando c¨®mo se lo dec¨ªa al jefe, y, total, se lo dices y el t¨ªo se queda tan tranquilo. Magnificas las cosas, luego son mucho m¨¢s sencillas.
?Y c¨®mo eran entonces estos barrios?
Ahora est¨¢n superpoblados, entonces nos conoc¨ªamos todos, eran unos andurriales. Estaban separados: Casas Baratas, Can Tunis, Plus Ultra? Estaba Port, que ten¨ªa una iglesia parroquial; ¨ªbamos a misa, mi madre iba, era medio beatilla. Yo pas¨¦ de ser ni?o incr¨¦dulo y rojo a ser el primero en misa, comulgaba cada d¨ªa. Y la zona ha ido evolucionando, y sigue evolucionando. Crecen, llegan a juntarse, ya no se distingue entre los barrios que llevan m¨¢s tiempo y los nuevos. Cuando vinimos, se ve¨ªa la monta?a salpicada de barrios, y de vez en cuando ibas a la ciudad. ?ste era el sitio donde la ciudad cambiaba su nombre. ?bamos a Barcelona, ven¨ªamos de Barcelona, nosotros no ¨¦ramos Barcelona. La gente te paraba y te dec¨ªa: "?D¨®nde vas?". "A Barcelona". Y despu¨¦s me fui dando cuenta de que Can Tunis era Barcelona?
?Con qu¨¦ novelas empez¨® a so?ar que iba a ser un escritor?
Las escuelas republicanas ten¨ªan bibliotecas. Y entr¨¦ ordenadamente a la literatura: Andersen, Julio Verne, Salgari? La biblioteca de Casas Baratas era muy buena. Y tuve la suerte de tener primos muy lectores, as¨ª que nuestra biblioteca consist¨ªa en un caj¨®n al que hab¨ªamos bautizado Biblioteca Oro: lo llev¨¢bamos de casa en casa. Pero a m¨ª me dio por escribir muy tarde. Me gustaba dibujar, y pensaba que lo hac¨ªa medianamente bien. Pens¨¦: "Ser¨¦ pintor", y como entonces era creyente le rezaba a Dios, le dec¨ªa que quer¨ªa ser un gran pintor. Luego result¨® que no encontr¨¦ trabajo ni como pintor de brocha gorda, y ni siquiera decoraba los platos en el taller de cer¨¢mica? Despu¨¦s vino el servicio militar, que no acab¨¦ porque me entr¨® la tuberculosis, as¨ª que el reposo que tuve que cumplir por esa enfermedad me llev¨® a escribir.
?Ah¨ª nace 'Hay una juventud que aguarda'?
No. Tard¨¦. Escrib¨ªa relatos y cuentos, y un d¨ªa me atrev¨ª con una novela larga, que se llam¨® Brisa en El Cerro, porque ocurr¨ªa en un sanatorio de ese nombre. A veces me parec¨ªa soberbia y a veces m¨¢s bien mala. A veces la comparaba con otras que le¨ªa, y entonces me confortaba. Y como el mundo est¨¢ lleno de casualidades, a m¨ª me llev¨® definitivamente a la literatura el futbolista del Bar?a Eduardo Manch¨®n.
? el de la canci¨®n de Serrat?
Exacto. Pues Manch¨®n hab¨ªa ido a la escuela conmigo. Me lo encontr¨¦ en el barrio. "Paco, ?todav¨ªa pintas?". Y le cont¨¦: "No, ahora escribo". Y me dice: "Oye, yo conozco un editor. Si quieres, te recomiendo". Ese editor era Jos¨¦ Jan¨¦s, al que le gustaba mucho el f¨²tbol y el Bar?a, y que tras los partidos bajaba al vestuario no s¨®lo para saludar a los futbolistas, sino para regalarles libros. Entonces fui a la casa de Manch¨®n, y me los mostr¨®: "F¨ªjate qu¨¦ libros, no me los leo ni en broma". All¨ª estaban las obras de Proust encuadernadas en piel. As¨ª que me recomend¨® a Jan¨¦s y fui a ver al editor con Hay una juventud que aguarda. Y un d¨ªa el hermano de Manch¨®n, que viv¨ªa en mi mismo edificio, toca y me dice: "Oye, que dice mi hermano que te editan la novela". "Hombre, chaval, det¨¢llamelo m¨¢s". "?A m¨ª qu¨¦ me dices? Yo s¨®lo te doy el recado de mi hermano". Y me fui a verle, en el vest¨ªbulo del cine Boh¨¨me, al lado del cine Arenas. "Pues s¨ª, que te editan la novela, chaval. ?No te lo crees?". "?Me cago en la leche! Pero, vamos por palmos. ?Es el Jan¨¦s?". "El mismo". Lo busqu¨¦ en el list¨ªn. "Que dice Manch¨®n que usted se interesa por mi novela". Le hab¨ªa hablado de ella Sebasti¨¢n Juan Arb¨®, que hab¨ªa sido jurado del Premio Nadal al que yo se la mand¨¦, y Jan¨¦s le hab¨ªa hecho caso a ¨¦l y a Manch¨®n, y ah¨ª estaba dici¨¦ndome que yo ten¨ªa talento de escritor, capaz de mostrar el desaliento de los j¨®venes que quer¨ªan salir adelante. Yo ten¨ªa entonces 28 a?os.
?Qu¨¦ hab¨ªa detr¨¢s de la novela?
Cabreo. Como se tiene que hacer para que uno sea aceptado como escritor. Hab¨ªa probado con la primera, y no hab¨ªa pasado nada, y ahora probaba con ¨¦sta y pens¨¦ que me pasar¨ªa igual, y ese desaliento era el que contaba. Yo quer¨ªa denunciar el mundo literario de entonces. A Jan¨¦s le entusiasm¨®. Me dio 5.000 pesetas, que era bastante dinero en aquel tiempo. Y me dijo que pod¨ªa publicar con ¨¦l cuando quisiera. Desgraciadamente, el hombre se mat¨® en un accidente de coche, pero con ¨¦l creo que publiqu¨¦ tres novelas.
?Qu¨¦ aguardaba aquella juventud?
Los cr¨ªticos dec¨ªan que ser joven no te daba derecho a nada. La novela trataba de decir que era todo lo contrario, los j¨®venes ten¨ªamos derecho a publicar, a estar ah¨ª. Pero enseguida me di cuenta de que no basta con publicar una novela, era posible que no te hicieran caso y ten¨ªas que insistir. Entonces escrib¨ª Donde la ciudad cambia su nombre. Y comet¨ª una torpeza que me procur¨® eso tan ef¨ªmero que es la fama: puse a mucha gente con sus nombres, y aunque no hubiera mucha gente que leyera, los que la leyeron se lo fueron contando a otros. El gobernador de Barcelona, que se enter¨® del esc¨¢ndalo, de que iba gente a los quioscos a buscarla para lincharme, retir¨® el libro; los libreros lo vend¨ªan bajo mano. Y Destino se fij¨® en mi y me abri¨® sus puertas?
?C¨®mo se le ocurri¨® escribir esa novela? ?Qu¨¦ era esa ciudad?
La novela era muy literaria, muy bonita; no ten¨ªa sentido del tiempo, eran como fogonazos, como fotograf¨ªas al minuto; las historias eran jugosas, divertidas? As¨ª, a lo loco, la escrib¨ª. Y, claro, se cabre¨® la gente. Con esa novela aprend¨ª que la gente te puede matar por lo que dices en un libro. Despu¨¦s escrib¨ª ?Dios, la que se arm¨®!, contando el esc¨¢ndalo. Y se volvi¨® a cabrear la gente, volv¨ª a sacar sus nombres?
?Qu¨¦ dec¨ªa usted para que se cabrearan?
La verdad es que la gente es muy especial, porque les encanta salir en televisi¨®n? Vas a un bar a hacer fotos y te miran de reojo: "?Usted por qu¨¦ me retrata?". Y va la tele y no pasa nada. Y en mi libro la gente hubiera querido que no la retratara, algunos se enfadaron mucho. Yo era un poco descarado, pero eran tan graciosas las historias que no pude call¨¢rmelas. Ahora no hago eso: cambio los nombres, cambio los escenarios? Pero la realidad siempre ha sido mi argumento. Ahora pongo al principio eso de "esta novela es ficci¨®n", procuro disimular. La verdad es que me pudieron haber dado alguna hostia, porque yo tambi¨¦n me enfrentaba. "T¨² quer¨ªas darme una hostia. ?Pues d¨¢mela!". Y algunos de los que se enfadaban ni siquiera sal¨ªan. Aquello se llamaba entonces novela social, pero hab¨ªa un gran desprecio por ella, y la cr¨ªtica me trat¨® mal.
Usted escribi¨® un libro, 'Han matado un hombre, han roto el paisaje' (1959), y la leyenda dice que un cr¨ªtico titul¨® as¨ª su rese?a: "Ha escrito un libro, ha roto un paisaje"?
No lo recuerdo. Pero s¨ª hubo muchos cr¨ªticos que insultaban aquella novela, la consideraban demasiado cruda. Ahora escriben eso y no pasa nada. En aquel momento cabreaba a los cr¨ªticos y cabreaba tambi¨¦n a cierta realidad bien pensante. Y yo escrib¨ªa de lo que me rodeaba, no era capaz de escribir de otras cosas. Yo no invent¨¦ el suburbio, y, sin embargo, yo le¨ªa novelas sociales y me sonaban a flojas, a que no eran verdaderas. Hac¨ªa novela social, pero no estoy en ninguna antolog¨ªa de novela social?
?Y c¨®mo vivi¨® usted el franquismo?
Con Alfonso Sastre, yo fui, dicen, el escritor m¨¢s censurado. En una novela donde hablaba de artistas me quitaron el nombre supuesto de Francisco Rabalo y pusieron Jorjo Mistralo; entiendo que no quisieran que se insinuara el nombre de Paco Rabal, ?pero por qu¨¦ sustituirlo por Jorjo Mistralo? De una novela envi¨® la censura la siguiente recomendaci¨®n: "Supr¨ªmase de la p¨¢gina una a la doscientas". ?Y la novela ten¨ªa 200 p¨¢ginas?!
En 1964 public¨® 'Els altres catalans', sobre los que, como usted, vinieron de fuera?
Me lo pidieron los de Edicions 62. Hab¨ªan publicado Els altres valencians, de Joan Fuster, y se les ocurri¨® pedirme un libro, y a m¨ª se me encendi¨® la bombilla. ?Els altres catalans! Es que yo hab¨ªa escrito un art¨ªculo sobre la Catalu?a de la inmigraci¨®n. Hoy, aquellos altres ser¨ªan los magreb¨ªes; entonces ¨¦ramos andaluces, murcianos? He tenido suerte con los t¨ªtulos, porque Donde la ciudad cambia su nombre tambi¨¦n tiene gancho, ?no te parece?
?C¨®mo eran considerados entonces los otros catalanes?
Con su castellano y todo, se sent¨ªan catalanes. Yo ten¨ªa miedo de escribirlo: siempre me pasaba algo cada vez que publicaba, y esta vez me dije: ver¨¢s, se van a enfadar todos. Y en un a?o se publicaron seis ediciones, esto, en catal¨¢n, es mucho.
Hoy se dice que aqu¨ª se discrimina al que no es catal¨¢n, o al que no habla el idioma.
Me parece que eso de la discriminaci¨®n es relativo. El catal¨¢n es como el gallego, muy sentimental; si est¨¢s aqu¨ª y le hablas en catal¨¢n, aunque sea mal, se lleva una alegr¨ªa enorme. Hubo un tiempo en que los catalanes se sintieron amenazados por la inmigraci¨®n, pero luego se dieron cuenta de que, aunque no quieran, son catalanes todos los que viven aqu¨ª. Y ahora viene otra emigraci¨®n; ante la anterior puede que hubiera reticencias, pero ahora no tiene por qu¨¦ haberlas, ?si no es ni el 3%! Una cosa tengo clara: catal¨¢n es aquel que vive en Catalu?a y se aposenta en Catalu?a?
?Usted sigue siendo 'un altre catal¨¤'?
Yo soy catal¨¢n y soy valenciano porque nac¨ª en un lugar de la provincia de Valencia, y soy de las Casas Baratas y soy de la Zona Franca. Yo no pertenezco a la literatura catalana; mejor dicho, a la literatura en catal¨¢n, y a veces, como ahora, aparece una publicaci¨®n que se titula Grandes escritores valencianos, y ah¨ª aparezco yo. Pues muy bien, soy "un gran escritor valenciano". Y soy catal¨¢n, claro que s¨ª. Aqu¨ª tengo a mi gente enterrada. Soy valenciano de nacimiento, catal¨¢n de adopci¨®n, ya con tanto tiempo aqu¨ª, y creo que, modestia aparte, algo he hecho por Catalu?a.
?Y le preocupa Espa?a?
No en un tono patriotero. Si Catalu?a se separa de Espa?a, pues a m¨ª me da igual, como si se separa el Pa¨ªs Vasco. La unidad de naciones es una teor¨ªa muy franquista.
Maragall propugna el federalismo?
Pues que venga. Me da igual. Todo tiene sus ventajas y sus desventajas, sus adictos y sus desafectos.
?Qui¨¦nes son sus escritores?
No muchos. Hemingway, Baroja, Ch¨¦jov, el Pla? A ¨¦ste le conoc¨ª. Era un t¨ªo divertido como ¨¦l solo. Le dijeron que yo le quer¨ªa conocer; "a m¨ª tambi¨¦n me gustar¨¢ conocer al charnego", dijo. A¨²n viv¨ªa mi mujer, que muri¨® hace cuatro a?os. Ella era muy coqueta y le pregunt¨® a Pla: "?Qu¨¦ edad me echa?". Y ¨¦l le dijo que le echaba treinta a?os. "?Hombre, se?or Pla!". "Es que yo soy un caballero". Se lo pasaron en grande. Me hubiera gustado conocer a Baroja. Aunque te advierto que los famosos desmerecen cuando los conoces de cerca.
?Sale usted, va por sus barrios?
Todo aquello pertenece ahora al olvido. Ya ni los que viven en ellos conocen los barrios. Son una amalgama.
?Cu¨¢l ser¨ªa hoy su autorretrato?
Francisco Candel Tortajada. No me gusta piropearme. Sencillo. Hago amistad en seguida. Trato bien a los que vienen por casa. Me gusta ser as¨ª.
?Escribe ahora?
Las memorias. Me las pidieron de Edicions 62. Me encontr¨¦ con [Josep Maria] Castellet: "?C¨®mo lo llevas?". Y le dije: "Ya tem¨ªa que me preguntaras. Llevo 200 p¨¢ginas". "Ya te mandaremos a alguien para que las revise". O sea, que les interesa que las termine; llevo a?o y medio con ellas. Van doscientos folios y voy por la infancia, as¨ª que ag¨¢rrate?
Candel, ?c¨®mo se encuentra usted ahora?
Tengo como una afecci¨®n pulmonar, me encuentro con molestias de vez en cuando. Mi compa?era, Joana, me vigila. Pero si no te encuentras bien no est¨¢s para otras cosas. Por lo dem¨¢s, la cosa va marchando.
Le hacen muchos homenajes.
Porque he cumplido 80 a?os. El a?o que viene, se acabaron.
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