Primera sangre
El taimado Bianchi invoca a las musas que en Argentina le sirvieron gratuitamente tres copas de m¨¢s y les pide una pr¨®rroga para recibir al Bar?a. Como todo ex goleador de pura sangre conoce mejor que nadie la importancia del azar en los asuntos del ¨¢rea. Los espectadores y los cronistas suelen pensar que en el rompecabezas del juego las piezas terminan encajando cabalmente como cifras de una exquisita secuencia matem¨¢tica, pero quienes viven de minucias tales como un presentimiento o una diagonal saben que la tarde se juega casi siempre en el canto de la moneda. Valores de menor cuant¨ªa, quiz¨¢ un tropez¨®n, un flequillo de hierba o una de esas inoportunas gotas de sudor que acaban en el lagrimal de los delanteros, determinan la trayectoria de un disparo y, qui¨¦n sabe, el desenlace de un partido o de una temporada. Por eso conviene mirar al cielo, soplar el cubilete, tirar los dados y cantarle a Gardel.
Para empezar, ¨¦l tiene varios triunfos en la mano; figuras que, bien combinadas, pueden dar la ventaja emocional de la iniciativa. Todo consiste en conectarlas entre s¨ª con los dos objetivos irrenunciables en el f¨²tbol que predica: desarticular el equipo contrario y lanzar media docena de incursiones hasta la boca de gol. Para ello es imprescindible repetir los movimientos del l¨¢tigo: empu?ar la pelota, acelerarla convenientemente, meter rosca a los centros, convocar a Kezman o al Ni?o Torres, tirar, klasss!, y hacer caja.
En cambio, Frank Rijkaard tiene una reconocida ventaja sobre la competencia: tiene un plan. Al margen de estilos y cualidades, sus jugadores se agrupan en un dibujo de perfil variable y siguen el lema de la m¨¢quina perforadora; aprietan, giran y profundizan. Por delante de una l¨ªnea defensiva ligera, pero en¨¦rgica, Xavi y Deco, dos repartidores que llevan el reloj en la mu?eca y el escorpi¨®n en la bota, imponen a sus compa?eros el movimiento continuo. Luego, cada cual pone su propio sello: si aparece Ronaldinho, la jugada se engomina y toma un hondo perfume de orqu¨ªdea; si desborda Giuly, el aire se carga y la maniobra se estira; si aparece Eto'o, a la pelota le salen colmillos y se convierte en una planta carn¨ªvora.
Si algo distingue al Bar?a de hoy es su esp¨ªritu de colmena: despu¨¦s de sucesivas aproximaciones se ha convertido en un enjambre cuyos integrantes se turnan para alimentar el torbellino y repartir su dosis de veneno.
En cambio, si algo distingue al Atl¨¦tico de Madrid es su naturaleza imprevisible; su capacidad para asumir destinos antag¨®nicos con una misma propiedad. Ma?ana, como siempre, interpretar¨¢ de nuevo al h¨¦roe o al villano.
Atl¨¦tico o pat¨¦tico. Atleti, al fin.
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