Europa a la vista
La frontera de Melilla es la m¨¢s desigual del mundo, y ha sido el centro, desde finales del verano, de una tensi¨®n migratoria que ha conmovido a la opini¨®n p¨²blica internacional. Miles de subsaharianos recorren un penoso trayecto para intentar saltar una doble valla. Ahora esperan unos 30.000. Este reportaje fotogr¨¢fico se realiz¨® meses antes de que se reforzara la presi¨®n espa?ola y marroqu¨ª.
Se discute mucho acerca de las causas del recrudecimiento de la tensi¨®n migratoria en las fronteras de Ceuta y Melilla, pero se habla poco de las caracter¨ªsticas de una migraci¨®n en la que los pobres de solemnidad se desplazan a pie y ahorran lo que pueden para tener un tel¨¦fono m¨®vil. No es ¨¦se el retrato que uno se imaginaria de un subsahariano si no fuera porque los enviados especiales de todo el mundo desplazados a ese conflicto lo han podido observar en persona: la obsesi¨®n de los inmigrantes por hacer una llamada o recargar su tarjeta.
Un ejemplo es el caso de Rachel. Tiene, a los 25 a?os, el aspecto de una mujer madura. Desde hace unas semanas no se separa de su hija nacida en Melilla ni de su tel¨¦fono m¨®vil.
La diferencia de renta a un lado y otro de la valla es de 14 puntos, la m¨¢s alta del mundo
Se habla poco de una migraci¨®n en la que los pobres ahorran para comprar un tel¨¦fono m¨®vil
Rachel dej¨® un hijo en su pa¨ªs, con los abuelos, que ahora tendr¨¢ unos cuatro a?os. Le dej¨® siendo un beb¨¦ porque la traves¨ªa hasta Melilla comenz¨® en el a?o 2002 al lado de su marido, Isaias, de 28 a?os, dise?ador. El matrimonio sali¨® por entonces desde la Rep¨²blica de Benin -un peque?o pa¨ªs, emparedado entre Nigeria y Togo, conocido antes como Dahomey-, un lugar agr¨ªcola que, aun siendo pobre, parece haber conseguido desde hace escasos a?os una cierta estabilidad pol¨ªtica. De ese largo viaje, Rachel recuerda lo interminable que es el d¨ªa cuando falta el agua y la comida, pero, sobre todo, los cad¨¢veres de quienes caen en el camino y son enterrados de cualquier manera. El objetivo de la pareja no era exactamente Melilla, sino Europa -"cualquier lugar donde pueda encontrar un trabajo", dice-. Han sido miles de kil¨®metros recorridos, unos a pie, otros en autob¨²s, cruzando pa¨ªses y un desierto. Han sido m¨¢s de mil d¨ªas durmiendo en cualquier sitio, meses trabajando en la construcci¨®n en Argelia para conseguir alg¨²n dinero y continuar el camino.
Rachel se qued¨® embarazada cerca de Marruecos. Aun as¨ª pudo llegar a salvo a las inmediaciones del monte Gurug¨², desde donde se divisa Melilla y el mar Mediterr¨¢neo. En el bosque hizo los ¨²ltimos planes con su marido. Deb¨ªan separarse por un tiempo: ella tratar¨ªa de cruzar por el paso fronterizo aprovechando que la polic¨ªa es m¨¢s permisiva con las mujeres en avanzado estado de gestaci¨®n, y ¨¦l intentar¨ªa saltar la valla met¨¢lica que rodea Melilla. Tomaron una ¨²ltima precauci¨®n: ella se llevar¨ªa un tel¨¦fono m¨®vil y memorizar¨ªa alg¨²n n¨²mero de contacto.
Pero desde el otro lado de la valla no llegaban noticias alentadoras. Las cosas se estaban poniendo dif¨ªciles; su marido parec¨ªa no tener suerte, no consegu¨ªa saber nada de ¨¦l. De pronto dej¨® de tener noticias: el m¨®vil al que llamaba no daba respuesta. Rachel teme que su marido haya sido detenido y devuelto en alguno de esos autobuses que reparten seres humanos en medio del desierto. Por si acaso, procura mantener siempre su tel¨¦fono m¨®vil recargado. Ahora no sabe si Isaias podr¨¢ conocer a su hija: hay noticias de gente que muere cuyo cad¨¢ver no encuentra nadie.
Antes de dar a luz, Rachel miraba de vez en cuando hacia el Gurug¨², una monta?a verde vestida de pinos y eucaliptos, segura de que entre la espesura, en alg¨²n lugar frente a su vista, se esconder¨ªa su marido junto a cientos de hombres. Estar¨ªan separados por una longitud tan corta que podr¨ªa recorrerla en una apasionada carrera si no fuera porque entre ambos, entre su marido y ella, entre Isaias y Rachel, no mediaba una distancia geogr¨¢fica, sino una frontera fortificada que defiende una brecha social. Los economistas calculan que entre un lado y el otro de la frontera de Melilla hay 14 puntos de diferencia en renta per c¨¢pita y que es la frontera m¨¢s desigual del mundo. ?Qu¨¦ separa entonces a los europeos que viven en Melilla y a los desheredados que habitan ocultos en el monte, due?os de la pobreza absoluta? La renta per c¨¢pita de los habitantes de Benin apenas llega a los 350 d¨®lares al a?o, 50 veces menos que la de los ciudadanos de Melilla.
Rachel miraba hacia el Gurug¨² tambi¨¦n por las noches, cuando el monte es una sospechosa sombra negra que apenas deja ver algunas d¨¦biles luces discretamente diseminadas y, de vez en cuando, el foco lejano de un coche que sube por una de sus calzadas. En la oscuridad, la distancia entre ella y su marido no ser¨ªa la misma que a plena luz. No. La noche alimenta una esperanza: tres metros separan la primera valla de una segunda, un doble obst¨¢culo de aleaci¨®n y alambre de espino que parece m¨¢s vulnerable, a pesar de estar custodiado por centenares de guardias civiles, soldados y polic¨ªas, convertidos en guardianes del apacible sue?o de los habitantes del Primer Mundo.
Es la valla. La frontera terrestre que separa Europa de ?frica, el Primer Mundo del Tercero. De noche, la valla es un largo pasillo iluminado que apenas sobrepasa los 10 kil¨®metros de longitud, vigilado por c¨¢maras electr¨®nicas y custodiado en su interior por soldados que pasean armados. Desde hace unas semanas, adem¨¢s, la valla ha dejado de ser un lugar silencioso: un helic¨®ptero la recorre desde el cielo. Es un vigilante siniestro que despide un ruido desagradable y se identifica en la oscuridad por una lucecita roja que se mueve entre las estrellas. El vigilante tiene unos ojos que ven lo que ning¨²n ser humano podr¨ªa ver en la noche. La c¨¢mara t¨¦rmica puede diferenciar en una pantalla unas peque?as lucecitas diseminadas: son los seres humanos que se ocultan en el bosque. Esas lucecitas son hombres, tienen vida: se paran y se mueven nerviosas intentando agruparse. Como si se tratara de un proceso biol¨®gico, cuando forman una gran c¨¦lula es cuando se aproximan a la valla para saltar al otro lado. All¨ª espera Rachel.
La valla. Por el d¨ªa es un cercado amenazante que deja ver los alambres de espino que son sus armas, capaces de destrozar las vestimentas y la piel de quienes intenten el asalto. A la luz del sol, la vigilancia es m¨¢s relajada. El helic¨®ptero duerme. Frente a la valla descansa un bosque tranquilo y poco habitado. El Gurug¨² deja entonces de ser una amenaza: todo lo que se oye es el sonido de los grillos, todo lo que se ve es el movimiento de las patrullas de soldados y polic¨ªas marroqu¨ªes que hacen guardia por los alrededores. Los negros se ocultan, descansan, buscan comida o curan sus golpes.
Desde finales de agosto, las cosas han cambiado alrededor de la frontera: se libra una batalla desigual entre las fuerzas marroqu¨ªes y los africanos; una batalla de la que llegan noticias desalentadoras en forma de agresiones sin cuento, de violaciones, de persecuciones y acoso. La calidad de vida de los subsaharianos empeor¨®. Algunos miembros de las ONG locales consideran que ha sido la presi¨®n de Marruecos la causa de que los asaltos comenzaran a ser m¨¢s violentos.
Durante los meses anteriores se hab¨ªan establecido unas ciertas reglas del juego en los alrededores de Melilla. Los africanos se concentraban en el monte en campamentos, repartidos por nacionalidades, donde hac¨ªan los preparativos de sus ¨²ltimas jornadas, la ¨²ltima fase de un largo viaje. Quienes dispon¨ªan de alg¨²n dinero sobrante adquir¨ªan guantes y alimentos en los establecimientos de los pueblos cercanos. Otros se alimentaban de los desperdicios sueltos en los basureros. Beb¨ªan de las fuentes de la zona. Entre sus actividades estaba la elaboraci¨®n rudimentaria de escaleras a base de ramas de pino y la propia preparaci¨®n del asalto. A esa ¨¦poca pertenecen las fotos de este reportaje.
Hubo un tiempo no muy lejano en el que existi¨® un cierto aire de rutina en el interior del Gurug¨². La convivencia era buena salvo en el caso de los nigerianos, considerados como los m¨¢s violentos, algunos de los cuales hac¨ªan uso de las armas blancas. Los emigrantes disfrutaban de su ocio: se celebraban partidos de f¨²tbol, se organizaban mercadillos. El m¨¢s fuerte, el mejor preparado, el m¨¢s experto o carism¨¢tico ejerc¨ªa la jefatura de cada grupo de forma natural. Se han relatado casos de aportaciones econ¨®micas colectivas para obtener un tel¨¦fono m¨®vil, quiz¨¢ el bien m¨¢s preciado entre estos inmigrantes.
El objetivo final era el asalto a la valla al caer la profundidad de la noche.
En un principio, los saltos se practicaban en peque?os grupos. El asalto duraba unos minutos, muy pocos, en funci¨®n de la destreza, el valor y la energ¨ªa disponible de estos hombres j¨®venes. Todos eran conscientes de que corr¨ªan un riesgo, de que pod¨ªan caer heridos o sufrir golpes; pero sab¨ªan que si alcanzaban el otro lado estar¨ªan salvados, estar¨ªan en Europa, se habr¨ªan ganado su derecho a tener un futuro. El riesgo val¨ªa la pena.
Melilla aceptaba sin ruido una discreta entrada clandestina de inmigrantes como si existiera una regulaci¨®n no escrita. El proceso ten¨ªa su cara oculta: de vez en cuando, la Guardia Civil expulsaba de forma unilateral a los africanos detenidos tras el salto, sin procedimientos previos. Era tan sencillo y expeditivo como agruparlos, abrir alguna de las compuertas de la valla y empujarlos al otro lado, en este caso al abismo del Tercer Mundo.
La valla de Melilla registra un largo historial de intentos de saltos desde 1992 y un curr¨ªculo interminable de obras de mejora que no parecen haber evitado el problema: la hemeroteca recuerda c¨®mo en 1998 se concentraban varios miles de subsaharianos en suelo melillense sin m¨¢s atenciones que la caridad p¨²blica. As¨ª que este tipo de presi¨®n fronteriza viene de antiguo. La valla se ha ido fortificando, pero las estad¨ªsticas revelan que el n¨²mero de saltos no ha disminuido: 26.000 intentos en 2003, 55.000 en 2004, 13.000 hasta septiembre de 2005. La novedad ha estado en el tama?o de las avalanchas. Los desesperados han modificado su estrategia en funci¨®n del fortalecimiento de la valla (su altura ha pasado de tres a seis metros en la mayor¨ªa de sus tramos) y de la presi¨®n que les llegaba de Marruecos. Adem¨¢s hab¨ªa que contar con la proximidad del invierno: si antes los saltos estaban formados por peque?os grupos, ahora se contabilizaban menos saltos, pero muy numerosos, formados por centenares de hombres. Eran avalanchas mucho m¨¢s dif¨ªciles de controlar por las fuerzas de seguridad. Y m¨¢s eficaces.
A partir de agosto, los subsaharianos supieron de un riesgo mayor: la propia vida. La valla comenz¨® a cobrarse v¨ªctimas como resultado de la mayor violencia empleada a ambos lados de la frontera y del tama?o de las avalanchas. Las fuerzas policiales reconocen enfrentarse a un fen¨®meno complejo. "Los equipos antidisturbios est¨¢n dise?ados para dispersar masas en zonas urbanas y no son tan eficaces en el caso que nos ocupa", dice un alto responsable policial. "Por otro lado, hay una preparaci¨®n de los asaltos que nos ha sorprendido, porque vienen precedidos de maniobras de diversi¨®n, de un entrenamiento previo y de un conocimiento del lugar. Por eso, cuando decimos que utilizan t¨¢cticas militares no estamos queriendo decir m¨¢s que eso, aunque tambi¨¦n sepamos que ha habido ex militares entre estos inmigrantes". Los testimonios de polic¨ªas y miembros de organizaciones no gubernamentales coinciden en un punto: los asaltos han estado precedidos de una organizaci¨®n que se ha perfeccionado con el tiempo y las necesidades. Y un factor a destacar es el tr¨¢fico de informaci¨®n entre los inmigrantes a un lado y otro de la frontera, y de los inmigrantes con las organizaciones no gubernamentales. La clave de ese flujo de informaci¨®n ha sido el uso del tel¨¦fono m¨®vil.
Porque hay una caracter¨ªstica que diferencia a estos protagonistas de la ruta africana hacia Europa con otras migraciones conocidas, consecuencia de guerras o hambrunas. Es el uso m¨¢s o menos extensivo del m¨®vil. Por sorprendente que pueda parecer en el interior del continente m¨¢s pobre y atrasado del planeta, algunos analistas ya hab¨ªan advertido de c¨®mo la telefon¨ªa m¨®vil pod¨ªa convertirse en un soporte muy ¨²til (por encima incluso del propio ordenador) que ayudara a los africanos a emprender procesos de crecimiento econ¨®mico. Es cierto que en 1998 se contabilizaban dos millones de aparatos en ?frica (sin contar Sur¨¢frica), pero tambi¨¦n que en 2001 ?frica se convert¨ªa en el primer continente donde el n¨²mero de tel¨¦fonos m¨®viles superaba al de fijos. Estos n¨²meros han ido creciendo de forma imparable: en 2002, el c¨¢lculo de m¨®viles subi¨® a los 28 millones. Actualmente, las empresas que analizan el mercado de las telecomunicaciones destacan que en ?frica funcionan unos 82 millones de m¨®viles y que el 50% del continente dispone ya de cobertura. El crecimiento de este mercado en el ¨²ltimo a?o se cifra en un 150%.
En un continente con d¨¦biles estructuras econ¨®micas, el m¨®vil se ha convertido en un elemento ¨²til para la transacci¨®n de mercanc¨ªas y la gesti¨®n de peque?as empresas. Tambi¨¦n como un elemento de comunicaci¨®n entre entornos lejanos. Y desde luego, en un factor esencial para el propio movimiento de una migraci¨®n como ¨¦sta. Todos los enviados especiales desplazados a la zona fronteriza han podido ser testigos de la obsesi¨®n de los emigrantes por el m¨®vil, hasta convertirlo incluso en una especie de moneda de cambio: muchas entrevistas se han podido realizar a cambio de una llamada a trav¨¦s del tel¨¦fono del periodista.
A pesar de la pobreza, del hambre y la necesidad, de la desesperaci¨®n, estos hombres y mujeres han hecho uso de una posibilidad nueva de comunicaci¨®n y la han convertido en un elemento ¨²til para defender sus intereses. La informaci¨®n les ha permitido coordinar algunos asaltos a la valla, conocer con tiempo las medidas que estaba tomando el Gobierno espa?ol y denunciar los m¨¦todos que estaban utilizando las autoridades marroqu¨ªes cuando decidieron desplazar a los detenidos al desierto. Quiz¨¢ ahora, ?frica empiece a dejar de ser una tumba silenciosa.
A mediados del mes de octubre, con el oto?o asomando sus primeras lluvias por el horizonte, la comunicaci¨®n ha seguido abierta y viva entre ambos lados de la frontera fortificada. Un miembro de una ONG apuntaba que los subsaharianos pod¨ªan adoptar medidas todav¨ªa m¨¢s duras, dado su mayor grado de desesperaci¨®n.
Mientras tanto, Rachel no se separa del tel¨¦fono m¨®vil, siempre encendido y con saldo disponible. Espera la llamada de Isaias. Tiene que decirle que ya ha nacido su hija en Melilla, y que madre e hija se encuentran bien en el otro lado de la frontera.
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