El artista de ida y vuelta
Tiene el aspecto atribuido a los m¨²sicos m¨¢s urbanos, a los que viven la ciudad muy de cerca, a pie de barra. El pelo alborotado y crespo le circunda la cabeza como si fuese la pantalla que matiza una bombilla luminosa que bien podr¨ªa cegar. Hay un halo de vor¨¢gine que le rodea flot¨¢ndole alrededor. Sus ademanes y actitud apuntalan esta imagen de artista cl¨¢sico con la forma y la imagen cl¨¢sicas asociadas a los artistas que contestan. Claro que Calamaro es de los que tambi¨¦n se hacen preguntas, sabedor de lo lejana que, de existir, est¨¢ la verdad. Incluso de s¨ª mismo. Tiene ese aire voraz propio de quienes nacieron con la idea de comerse el mundo. Quiz¨¢ con esa intenci¨®n a¨²n inconsciente Andr¨¦s aprendi¨® ya de ni?o a tocar instrumentos y muy pronto supo que la m¨²sica habr¨ªa de ser el v¨ªnculo con ese mundo que intentar¨ªa comerse.
Su carrera le ha unido a artistas latinoamericanos y espa?oles, ¨¢mbitos en los que ha desarrollado una carrera que desde Espa?a explot¨® bajo un nombre tan deliciosamente anodino como Los Rodr¨ªguez, el grupo que aboli¨® los documentos. Pero, sobre todo, Andr¨¦s fue un artista al que quemaban interiormente las cosas que se quedaban de piel para dentro. Se le hac¨ªan heridas que le requemaban las tripas, como el ardor de un guiso mal digerido. Probablemente, de ah¨ª nacen esos momentos de compulsi¨®n creativa que le llevaron a publicar discos inacabables donde conviv¨ªan canciones acabadas y redondas con otras apenas bosquejadas, grandes ideas y plasmaciones diminutas, velocidad, m¨¢s velocidad y s¨®lo velocidad. Un artista que pese a todo, quiz¨¢ movido por su escozor interno, crey¨® que su ¨²nica obligaci¨®n era contar, contar y contar con la torrencial prisa de quien se siente boca capaz de articular cualquier palabra. Eran tiempos de seguridad artificial.
Esa persona parece haberse ausentado y ahora, con un mate a pie de labio, Calamaro mira con sosiego hacia atr¨¢s para asombrarse de lo r¨¢pido que lleg¨® a viajar. Desde su tierra -ese lugar que le hizo escribir "me toc¨® crecer viendo a mi alrededor paranoia y dolor"-, congraciado consigo mismo y apoyado por quienes siempre le esperaron, recopil¨® y grab¨® sus canciones de ida y vuelta, fragmentos del enorme mosaico del rock cantado en castellano que ¨¦l ha ayudado a ampliar.
Por todo ello, ahora cobra nuevo sentido lo que cantaba en El salm¨®n: "Quiero arreglar todo lo que hice mal / todo lo que escond¨ª hasta de m¨ª / debo contar lo que s¨®lo yo s¨¦...". Ahora cobra nuevo sentido que abra su nuevo disco con El cantante, una celebraci¨®n de su profesi¨®n escrita por Rub¨¦n Blades. Ahora cobran nuevo sentido los versos que seg¨²n las cr¨®nicas pronunci¨® en un concierto en Buenos Aires, cuando evocando a Mart¨ªn Fierro dijo: "Gracias le doy a la Virgen / gracias le doy al Se?or / porque entre tanto rigor / y habiendo perdido tanto / no perd¨ª mi amor al canto / ni mi voz como cantor".
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