El incre¨ªble Estado menguante
El segundo pilar de la revoluci¨®n conservadora es la progresiva reducci¨®n del 'aparato' del Estado, causa que cada d¨ªa gana adeptos y que reposa en las ra¨ªces del modelo de EE UU
No todo Estados Unidos es, desde luego, como Colorado Springs, el r¨¦cord per c¨¢pita de votos conservadores. Pero tampoco Colorado Springs es un caso aislado. Es el reflejo y la explicaci¨®n del auge conservador de los ¨²ltimos a?os.
Mucho del cr¨¦dito alcanzado por Colorado Springs como sede del conservadurismo se debe a que all¨ª surgi¨® con especial fuerza a comienzos de los a?os noventa un movimiento contra el pago de impuestos que desemboc¨® en 1992 en la aprobaci¨®n de un C¨®digo de Derechos del Contribuyente que obliga a las autoridades del Estado de Colorado a consultar en refer¨¦ndum a la poblaci¨®n cada vez que proyecten un aumento de impuestos. Entre los ciudadanos de Colorado Springs orgullosos de ese logro, seguido despu¨¦s y hasta la fecha por otros Estados del pa¨ªs, est¨¢n Jonathan y Anna Bartha, que cuentan al diario Rocky Mountain News su idea al respecto: "Si nosotros, como familia, vivimos de acuerdo a nuestro presupuesto, el Estado tambi¨¦n tiene que acostumbrarse a vivir por sus propios medios, sin pedir dinero a los dem¨¢s". A cambio, Anna, que es natural de Nueva Orleans, trabaj¨® como voluntaria varias horas al d¨ªa durante tres semanas para acumular fondos para ayudar a las v¨ªctimas del hurac¨¢n Katrina.
"Lo que demuestra el Katrina no es la debilidad del Estado, sino su ineficacia" -David Boaz
"Tardaremos a?os en recuperarnos de Bush", afirma Joseph Stiglitz
?Qui¨¦n es responsable del retraso de la poblaci¨®n negra?
El conservadurismo est¨¢ dividido en diferentes sectores o intereses
?Impondr¨¢n los conservadores sus valores para siempre?
La filosof¨ªa de los Bartha, con toda su simplicidad, ilustra uno de los pilares del conservadurismo norteamericano, y ello, unido precisamente con el Katrina, pone tambi¨¦n en evidencia la distancia, m¨¢s que oce¨¢nica, que lo separa de la visi¨®n europea. El Katrina, la reacci¨®n de las autoridades tras la cat¨¢strofe provocada por el hurac¨¢n, fue visto por buena parte de la opini¨®n europea como una prueba casi definitiva del fracaso del modelo conservador norteamericano -y con ello, de la Administraci¨®n de George Bush- y de su pretensi¨®n de reducir al m¨ªnimo imprescindible el tama?o del aparato del Estado. Digamos que, de alguna manera, el Katrina reivindicaba el modelo europeo, en tanto y en cuanto se pod¨ªa adivinar que la red de protecci¨®n social de la que los ciudadanos disponen en Europa hubiera ayudado a paliar mejor los efectos de aquella cat¨¢strofe.
EL PA?S ha trasladado ese debate a varios acad¨¦micos, pol¨ªticos y periodistas norteamericanos, de los que en este reportaje se recogen algunas opiniones m¨¢s representativas. Tambi¨¦n ha hecho a distintos ciudadanos la pregunta de si preferir¨ªan un sistema parecido al de Europa, con un resultado que se aproxima m¨¢s a la opini¨®n de los Bartha que a lo que cierta l¨®gica europea podr¨ªa anticipar.
Obviamente, el debate sobre la conveniencia o no de un modelo de mayor protecci¨®n social no se puede resolver al pie de un acontecimiento particular, por dram¨¢tico que haya sido el Katrina, ni en un espacio tan breve. Pero, m¨¢s que eso, podr¨ªa decirse que, aunque s¨ª haya alguna gente que hable de ello, en EE UU ni siquiera existe verdaderamente un debate sobre su modelo. Cabr¨ªa pensar que el ¨¦xito de la doctrina conservadora sobre los males del Estado, iniciada tras la Great Society en los a?os sesenta, triunfante con Ronald Reagan en los ochenta y reactualizada por la revoluci¨®n conservadora de Newt Gingrich en los noventa, ha impuesto un pensamiento ¨²nico en lo que se refiere al modelo de Estado. Pero lo cierto es que resulta dif¨ªcil en el momento actual imaginar una mayor¨ªa en sentido contrario.
Y esto es perfectamente compatible, como veremos m¨¢s adelante, con el propio declive de Bush -que no es un personaje querido por los halcones de la pol¨ªtica fiscal- y de sus amigos neocon, a los que muchos dan ya por derrotados en Washington.
Tan consolidado est¨¢ el modelo de Estado fam¨¦lico y tan dif¨ªcil es imaginar una mayor¨ªa en sentido contrario, que ni siquiera Nancy Pelosi, la jefa del grupo parlamentario del Partido Dem¨®crata en la C¨¢mara de Representantes, a la que se tiene como una representante del ala izquierdista del partido, se atreve a defenderlo abiertamente. Cuando se le pregunta si ser¨ªa necesario introducir en EE UU las reformas necesarias en el modelo social para evitar tragedias como el Katrina, Pelosi se limita a contestar: "De lo que estoy convencida es de que la situaci¨®n en Nueva Orleans no hubiera sido tan desastrosa si el ¨ªndice de pobreza no hubiera sido tan elevado".
En Estados Unidos exist¨ªa en 2004, seg¨²n cifras oficiales de la Oficina del Censo, 37 millones de pobres, el 12,7% de la poblaci¨®n. Un total de 1.100.000 personas m¨¢s que en 2003 viven por debajo de los criterios fijados por el Gobierno para definir la pobreza y que, a modo de ejemplo, para una familia de cuatro miembros est¨¢ establecido en unos ingresos totales anuales de 19.300 d¨®lares.
Para Pelosi, el aumento continuo de esta cifra en los ¨²ltimos cuatro a?os es consecuencia directa de la pol¨ªtica conservadora. "Esta Administraci¨®n ha rebajado los impuestos cuatro veces en los ¨²ltimos cinco a?os, beneficiando a los ricos y perjudicando a la clase media y a los trabajadores. Los republicanos han ido eliminando de forma constante los beneficios de los trabajadores, recortando programas para los m¨¢s necesitados y favoreciendo los intereses particulares sobre el inter¨¦s p¨²blico".
Los conservadores hacen otras cuentas. El columnista George Will calcula que desde que el presidente Lyndon Johnson declar¨® su programa de Guerra contra la Pobreza, en 1968, hasta la fecha, el Estado ha dedicado 6,6 billones de d¨®lares "en medidas contra la pobreza, entendido en el sentido m¨¢s estricto". El think-tank Heritage Foundation afirma que en los ¨²ltimos cuatro a?os el gasto en desarrollo urban¨ªstico y de vivienda ha aumentado un 86%, la inversi¨®n en desarrollo comunitario y regional ha crecido un 71%, y la ayuda a los veteranos de guerra ha sido elevada en un 51%.
De hecho, si David Boaz, vicepresidente ejecutivo del Instituto CATO, punta de lanza de las pol¨ªticas anti-Estado, cree que George Bush puede pasar a la historia como uno de los peores presidentes, no es por la guerra de Irak ni por Guant¨¢namo ni nada de eso, sino por "haber propiciado el mayor crecimiento del gasto del Estado desde Johnson". En efecto, los 230.000 millones de d¨®lares de super¨¢vit que dej¨® Bill Clinton en el presupuesto del Estado los ha convertido George Bush en un d¨¦ficit de 450.000 millones de d¨®lares.
Este incremento del gasto s¨®lo contribuye, seg¨²n Boaz, a incrementar tambi¨¦n la ineficacia del Estado y a ralentizar el crecimiento de la econom¨ªa y la prosperidad del pa¨ªs. En su opini¨®n, la cat¨¢strofe del Katrina no s¨®lo no demuestra que haga falta una mayor red de protecci¨®n p¨²blica, sino todo lo contrario. "Lo que demostr¨® el Katrina es, precisamente, la ineficacia del Estado. ?Por qu¨¦ insistir por esa v¨ªa? Wal-mart o Home Depot (dos de las principales cadenas de tiendas del pa¨ªs) ayudaron a mucha m¨¢s gente que el Gobierno. El 90% de las personas que necesitaron auxilio como consecuencia del Katrina lo encontraron en la iniciativa privada". Boaz asegura que diez d¨ªas despu¨¦s del hurac¨¢n, la iniciativa privada hab¨ªa hecho ya donaciones por valor de 739 millones de d¨®lares, y calcula que el volumen final del esfuerzo de los particulares y las entidades privadas en las zonas afectadas por la cat¨¢strofe superar¨¢ los 2.200 millones de d¨®lares que se recogieron como donaciones tras el ataque terrorista del 11 de septiembre.
El premio Nobel de Econom¨ªa Joseph Stiglitz opina que es muy pronto para saber si el Katrina puede conducir a los ciudadanos norteamericanos a replantearse su modelo de crecimiento o a introducir algunas correcciones a las propuestas conservadoras. Pero, a diferencia de los pensadores conservadores, Stiglitz, un liberal, no descarta que as¨ª ocurra y que eso se refleje en las pr¨®ximas elecciones presidenciales. "El hurac¨¢n es diferente a todo lo que hab¨ªamos visito antes, sac¨® a la superficie unos niveles de injusticia y pobreza que nadie pod¨ªa siquiera imaginar", y "redujo los niveles de confianza en el Gobierno hasta el m¨ªnimo".
El da?o causado por la pol¨ªtica econ¨®mica de Bush, seg¨²n Stiglitz, es tan profundo como se puso en evidencia en Nueva Orleans, y la soluci¨®n no es sencilla. "Estados Unidos", advierte, "tard¨® una docena de a?os en salir del l¨ªo fiscal en que Ronald Reagan lo meti¨®. Puede que se tarde tanto tiempo en salir del l¨ªo creado por Bush".
Mucha de esa pobreza que el Katrina sac¨® a flote afecta, como todo el mundo pudo ver por televisi¨®n, a los negros. Hilary Shelton es el m¨¢ximo responsable en Washington de la Asociaci¨®n Nacional para el Progreso de la Poblaci¨®n de Color (NAACP), la principal organizaci¨®n negra y uno de los lobbies m¨¢s influyentes de la capital. Shelton considera, por supuesto, a los negros como las v¨ªctimas preferidas de un sistema que les discrimina, y menciona, entre muchas estad¨ªsticas negativas, dos particularmente sangrantes. La primera es la del alto porcentaje de negros sin ning¨²n tipo de seguro m¨¦dico, un 30%, el doble aproximadamente que el de no asegurados a nivel general, que suma una poblaci¨®n total de 46 millones de personas en Estados Unidos. La segunda estad¨ªstica, m¨¢s importante a¨²n a su juicio, es la de la desatenci¨®n de las escuelas p¨²blicas, donde se educa el 90% de los ni?os negros y en las que el Gobierno federal s¨®lo aporta el 10% del gasto. El resto del presupuesto le corresponde a las autoridades locales, lo que genera, seg¨²n Shelton, una tr¨¢gica ecuaci¨®n: a barrio pobre corresponde escuela pobre, y a barrio rico, escuela rica. "En el Estado de Nueva York, por mencionar un ejemplo, hay zonas en las que se dedican 30.000 d¨®lares por alumno y a?o, y otras en las que apenas se llega a 9.000 d¨®lares".
"Yo no digo que esto sea problema del conservadurismo", aclara Shelton, que, de acuerdo a las reglas de juego en la capital de la naci¨®n, tiene que mantener un equilibrio entre todas las fuerzas sobre las que ejerce su influencia. "Nosotros no tenemos nada contra el conservadurismo. El problema es el extremismo conservador; lo que sufrimos en estos momentos es el extremismo conservador".
David Boaz, el directivo de CATO, discrepa por completo de Shelton y recuerda que la NAACP es un ejemplo del sistema de intereses creados que ha hecho que tantos norteamericanos recelen de Washington como ciudad-s¨ªmbolo de la corrupci¨®n pol¨ªtica. Boaz, fiel representante de lo que en ingl¨¦s se llama libertarios (es una forma de decir liberales, que es un t¨¦rmino que en ingl¨¦s corresponde a izquierdista), considera que la mejor manera de resolver el problema de la escuela p¨²blica que plantea el l¨ªder negro es dejar que las familias administren el dinero p¨²blico. Su propuesta es que los 12.000 d¨®lares anuales de promedio que cuesta la formaci¨®n de un ni?o en una escuela p¨²blica de la ciudad de Washington sean entregados a sus padres para que los gasten en el colegio que consideren oportuno.
Boaz tampoco coincide con Shelton en que Estados Unidos est¨¦ gobernado por un conservadurismo extremo, sino por un conservadurismo equivocado.
Un dif¨ªcil equilibrio en la Casa Blanca
El conservadurismo norteamericano est¨¢ dividido en una docena de sectores o grupos de presi¨®n, todos ellos m¨¢s o menos organizados en torno al Partido Republicano, pero con intereses parciales y a veces enfrentados. CATO es uno de los principales instrumentos de los llamados conservadores fiscales, los que est¨¢n enfocados casi ¨²nicamente en el control del gasto p¨²blico y la reducci¨®n del aparato estatal. El presidente Bush es hijo de un conservador centrista, pertenece en su origen a lo que podr¨ªamos llamar los conservadores tradicionales, pero se siente muy vinculado a la derecha religiosa o conservadores de valores y dej¨® gran parte de su pol¨ªtica exterior, sobre todo en su primer mandato, en manos de los neoconservadores, m¨¢s famosos en Espa?a, pero en claro retroceso ¨²ltimamente. Una presidencia republicana es, en realidad, el equilibrio entre todos estos sectores y algunos m¨¢s (proisrael¨ªes, antiecologistas, militaristas...), representados tanto en el Congreso como en las organizaciones ciudadanas, que juegan un papel fundamental a la hora de recaudar fondos para las campa?as electorales.
Ese juego de equilibrios no favorece ahora a Bush. Su bajo respaldo en las encuestas (cerca del 60% desaprueba su gesti¨®n, seg¨²n la mayor¨ªa de las encuestas de octubre) empieza a perjudicar a los candidatos republicanos que tienen que competir en las elecciones legislativas parciales del pr¨®ximo a?o (un 52% de intenci¨®n de voto para los dem¨®cratas y un 40% para los republicanos, seg¨²n una encuesta de septiembre del Centro Pew), por lo que se empiezan a apreciar signos de discrepancia con la Casa Blanca. Un senador tan influyente como Trent Lott se manifest¨® "inc¨®modo" al conocer la designaci¨®n de Harriet Miers para el Tribunal Supremo. "?Es la persona m¨¢s cualificada para ese puesto?", se pregunt¨®. "La respuesta, claramente, es no". Con la ayuda de grupos conservadores, Lott acab¨® imponiendo su criterio.
El grado de control del presidente sobre sus huestes en el Congreso puede variar en la medida en que pierda o gane popularidad. Pero parte del deterioro sufrido hasta la fecha es consecuencia directa de los errores en Irak, y en ello los principales responsables han sido los llamados neoconservadores, o neocon, en el lenguaje de los iniciados. La mayor¨ªa de los neocon son, de acuerdo a la definici¨®n de Michael Lind, autor del libro Made in Texas: George W. Bush and the Southern Takeover of American Politics, "tienen sus ra¨ªces en la izquierda, no en la derecha". "Son producto del sector jud¨ªo-americano del movimiento trotskista de los a?os treinta y cuarenta, que se convirti¨® en un liberalismo anticomunista entre los cincuenta y los setenta y que, finalmente, se ha transformado en una derecha militarista e imperial sin precedentes en la historia de la cultura pol¨ªtica norteamericana".
Las principales cabezas del movimiento son Paul Wolfowitz, antiguo secretario adjunto de Defensa y actual presidente del Banco Mundial; Douglas Feith, n¨²mero tres del Pent¨¢gono hasta el pasado mes de agosto; Lewis Libby, un protegido de Wolfowitz que ocupaba hasta la pasada semana el cargo de jefe de Gabinete del vicepresidente, Dick Cheney; John Bolton, el embajador norteamericano en Naciones Unidas; Elliott Abrams, n¨²mero dos en el Consejo Nacional de Seguridad; James Woolsey, antiguo director de la CIA, y Richard Perle, antiguo responsable del departamento de asesoramiento pol¨ªtico del Pent¨¢gono.
La mayor¨ªa de ellos est¨¢n ya fuera de cargos de influencia. Libby ha sido procesado por el caso Plame. Y los que quedan, salvo Abrams, atraviesan por horas muy bajas, como es el caso de Bolton, muy debilitado en la ONU por las enormes dificultades que encontr¨® para conseguir su aprobaci¨®n por el Congreso. "Los neocon representan el pasado en Washington", sentencia el columnista y editorialista de The Washington Post Sebastian Mallaby.
?Qui¨¦n sustituye a los 'neocon'?
?Qui¨¦n ocupa su lugar? Sobrevive una determinada concepci¨®n de la pol¨ªtica exterior inspirada en la filosof¨ªa de los neocon. Pero la fuerza dominante del movimiento conservador, junto a la pujante derecha cristiana, es el liberalismo anti-Estado. Y ello se explica por "una larga historia de malos servicios p¨²blicos, lo contrario que han vivido los pa¨ªses escandinavos, por ejemplo", afirma Marc Falcoff, del American Enterprise Institute.
El pensamiento conservador-liberal-anti-Estado est¨¢ muy enraizado en la tradici¨®n individualista de EE UU, donde se nace y se crece sin confiar en que el Estado cuide de ti o alg¨²n d¨ªa se haga cargo de ti. Esa tradici¨®n se ha visto potenciada por las continuas oleadas de inmigrantes -el a?o pasado, otro mill¨®n y medio- que, como explica Falcoff, "hacen su revoluci¨®n personal al emigrar" y desde ese momento s¨®lo aspiran a conservar lo conseguido. Esa tradici¨®n individualista que provoca el esc¨¢ndalo de algunos europeos cuando se refleja en el derecho a la posesi¨®n de armas, pero que tambi¨¦n despierta la envidia de otros en manifestaciones como el mecenazgo privado que sostiene, casi por completo, la vida cultural y art¨ªstica del pa¨ªs.
De forma peri¨®dica, a lo largo del ¨²ltimo medio siglo, EE UU ha atravesado por momentos de desconcierto y de incertidumbre sobre su fuerza y sus valores -Pearl Harbour y la persecuci¨®n a los japoneses, la guerra fr¨ªa y el McCarthysmo, Vietnam y el Watergate-. Tambi¨¦n ahora, tras el efecto de choque del 11 de septiembre, el auge de un conservadurismo extremo se confunde con escenas como las de Guant¨¢namo y Abu Ghraib para llenar de inquietud a los aliados de la primera potencia mundial. "Siempre que nos han dado por acabados ha resurgido con m¨¢s fuerza nuestro modelo de equilibrio de poderes, libertad y tolerancia; lo mismo ocurrir¨¢ ahora", asegura Falcoff.
El modelo americano es, desde luego, m¨¢s conservador que el europeo; tambi¨¦n m¨¢s eficaz. La empleada de un gran almac¨¦n de Nueva York, una colombiana con 20 a?os de vida en EE UU y con una hermana en Sevilla, se permit¨ªa comparar a Espa?a y EE UU en los siguientes t¨¦rminos: "All¨ª se goza y aqu¨ª se gana".
Ni los europeos parecen interesados en importar el modelo americano, fuera de la natural admiraci¨®n por su descomunal desarrollo tecnol¨®gico y la envidia por sus inagotables recursos, ni los norteamericanos miran a Europa como modelo. "Aqu¨ª ¨¦ste es el modelo, sin alternativas. S¨®lo tenemos que encontrar la Administraci¨®n que sepa conducirlo", dice Falcoff.
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