Pasi¨®n gavilana
Lo recordaba hace un par de semanas Luis Garc¨ªa Berlanga. Cuando Francisco Franco vio en un pase privado la pel¨ªcula Bienvenido Mr. Marshall se limit¨® a decir: "Este Berlanga es algo peor que un comunista; es un mal espa?ol". La piel de toro llevaba por entonces varios siglos repleta, infestada de malos espa?oles, malos vascos (Unamuno, Baroja y despu¨¦s Blas de Otero, obsesionado por la geograf¨ªa y la historia nefanda de Espa?a), malos gallegos (Cunqueiro a la cabeza) o malos catalanes (ahora mismo Boadella en la primera l¨ªnea de traidores a la sagrada patria de la Moreneta).
Algo tienen los malos espa?oles (y los malos gallegos, catalanes y vascos, andaluces o de cualquier naci¨®n o nacionalidad o identidad nacional) que les hace escribir y pensar o hacer pel¨ªculas que nos acercan m¨¢s a la aut¨¦ntica entra?a del lugar en el mundo que habitamos que todas las demostraciones de rigor patri¨®tico, tan similares siempre al rigor mortis, tan de cart¨®n piedra, tan id¨ªlicamente mentirosas. Afortunadamente nunca nos han faltado, en los peores momentos, esos benditos malos espa?oles, malos vascos o malos catalanes capaces de reconciliarnos con lo mejor de Espa?a, de Galicia, de Catalu?a o del Pa¨ªs Vasco.
Desde hace una semana el pa¨ªs, este pa¨ªs de pa¨ªses o naci¨®n de naciones o lo que diablos digan los pol¨ªticos a los que hemos votado (no conviene olvidarlo: est¨¢n ah¨ª porque les hemos otorgado el voto), se ha llenado de malos espa?oles. Zapatero es un mal espa?ol, y de ah¨ª para abajo o para arriba el hemiciclo todo es una recua de traidores, cobardes, vendepatrias, felones. Han puesto en marcha, juran, el desmembramiento de Espa?a. La patria est¨¢ rendida, desarmada, ya casi deshuesada, tendida sobre el m¨¢rmol de la carnicer¨ªa. Alguien, algunos, muchos quieren acabar con Espa?a. ?Qu¨¦ hacer? De momento salir a la calle igual que hace setenta a?os en Madrid: Ruiz de Alda, Jos¨¦ Antonio y Ramiro Ledesma del bracete, tras un cartel en el que se le¨ªa: "???Viva la Unidad de Espa?a!!!" Lo cuenta Rafael Garc¨ªa Serrano en La gran esperanza y all¨ª se ve la foto susodicha, la pancarta con tres admiraciones. Las pasiones est¨¢n galvanizando (y gavilanizando) a la derecha hisp¨¢nica. ?De verdad creen que Espa?a va a desaparecer? ?De verdad se lo creen?
Se trata de un asunto apasionante y peligroso. Las pasiones dom¨¦sticas siempre lo son, y mucho. Se supone que aman tanto a Catalu?a estos nacionalistas espa?oles que har¨ªan lo que fuera por no perderla. Han resultado amantes posesivos, celosos y qui¨¦n sabe si violentos. ?Y ella qu¨¦ es lo qu¨¦ dice? Ella, a lo que parece, debe tener el coraz¨®n partido. ?Me quiere? ?No me quiere? ?Les quiere? ?Qu¨¦ quiere Catalu?a? ?Es Catalu?a lo que vimos la semana pasada en la Carrera de San Jer¨®nimo? ?Es Espa?a la que sale a la calle clamando por la unidad de Espa?a? Lo que resulta claro es que estamos peligrosamente rodeados de buenos catalanes y buenos espa?oles. Es lo que menos me gusta de ese prolijo e indigesto proyecto de Estatuto, que, como explic¨® Pujol, est¨¢ hecho por patriotas.
Tambi¨¦n es preocupante que peligre el esquema de solidaridad urdido entre los espa?oles y que tan buenos frutos ha dado hasta la fecha (esas autonosuyas que tanto despreciaron los correligionarios de Rajoy, los mismos que se opusieron al divorcio y se separan, casan y recasan felizmente). Pero lo peor de todo, el efecto realmente perverso del asunto es el rebrote del m¨¢s tosco nacionalismo espa?ol, ese que ha alimentado desde su origen todo el imaginario nacional vasco. Alguien quiere acabar con Espa?a igual que alguien quiere acabar con Euskadi, mediante un genocidio cultural. Pasi¨®n de gavilanes. Mala literatura. Culebr¨®n peligroso.
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