La ¨¦poca sin prestigio
Susan Sontag contaba -como ya he comentado alguna vez- que al encontrarse en una calle de Los ?ngeles con Wim Wenders le pregunt¨® qu¨¦ hac¨ªa un hombre tan culto como ¨¦l en un pa¨ªs donde pr¨¢cticamente no exist¨ªa la cultura. Y Wenders respondi¨®: "?Imagina usted mayor felicidad que vivir en un mundo sin cultura!". Se refer¨ªa, en efecto, a una liberaci¨®n org¨¢nica, f¨ªsica y mental, del peso de la cultura, de la cultura de peso. Liberaci¨®n del sujeto de la cultura profunda, autorizada para requerir esfuerzo y suma atenci¨®n, para sentenciar entre lo excelente y lo popular con una guillotina ilustrada.
Sin esa cultura terminator o termidor viven hoy los consumidores. La ¨²nica cultura, la cultura respirable y funcional, se confunde con la escena, el espect¨¢culo, el entretenimiento de todos los d¨ªas. El d¨ªa del espectador es el mi¨¦rcoles, rescatado de la mediocridad para que no quede jornada sin su acontecimiento propio, d¨ªa de la semana sin su raci¨®n de placer.
La sociedad de consumo tiene, como misi¨®n, proveer de placeres sin tregua, y como destino, la diversi¨®n hasta morir. Esta cultura no ha prosperado con la penitencia del trabajo, sino con la fiesta sin fin
El autor del capitalismo de producci¨®n era intr¨ªnsecamente avaro y elitista; el autor del capitalismo de consumo es, sobre todo, consumidor
La sociedad de consumo tiene como misi¨®n proveer de placeres sin tregua y como destino esencial la diversi¨®n hasta morir. La cultura de consumo no ha prosperado con la penitencia (tripalium) del trabajo, sino con la fiesta sin fin. Con una cultura sin sacramentos, donde los autores del cine, de la radio, de la escritura, del telefilme proporcionan distracciones laicas, superficiales, dirigidas al entretenimiento y al sentir superficial. No hay santos, semidioses, magos, creadores o demiurgos tras las obras, sino ¨²nicamente profesionales que trabajan en eso, ya sea la pintura, la empresa, el dise?o o el gui¨®n.
Que la cultura pierda profundidad no supone que pierda conocimiento, capacidad de instrucci¨®n y sentido cr¨ªtico. El autor del capitalismo de producci¨®n era intr¨ªnsecamente avaro y elitista; el autor del capitalismo de consumo es, sobre todo, comunicador. El ejercicio de su condici¨®n consumidora le ha adiestrado en la importancia de la relaci¨®n calidad-precio, y es dif¨ªcil que venga a timarnos como sigue ocurriendo con algunos charlatanes honoris causa. Por su parte, el receptor se encarga de realizar el escrutinio, como era de esperar. No triunfa nadie que no procure satisfacci¨®n, ni tampoco quien prometa satisfacci¨®n a plazo largo o indeterminado. El jurado consumidor es insobornable porque el rigor de su fallo coincide con su propio bien. Hay productos basura, telebasuras que producen ominosa satisfacci¨®n, pero ?qui¨¦n los califica? ?Los ilustrados de media jornada laboral o los profesionales libres que habitan viviendas espaciosas y disponen de un ocio y unas rentas que alcanzan holgadamente el final de mes? La sociedad de masas junto a los medios de comunicaci¨®n de masas y las estrecheces de las masas han ense?ado m¨¢s sobre la cultura real que el juicio de las ¨¦lites: delgadas a fuerza de un deleite aislado.
La sociedad de consumo produce una cultura opuesta al cen¨¢culo o el oratorio. Es la cultura que llev¨® a los norteamericanos a hacer un gran cine sin pensar que estuvieran haciendo cultura, contrariamente a los franceses, que hasta hace quince a?os no han dejado de comer, cenar o hacer el amor dentro de la cultura. De la misma manera, los diarios norteamericanos no advierten al lector mediante un destacado cintillo que van a adentrarse en las p¨¢ginas de Cultura. En Estados Unidos, la cultura se encuentra en todas partes y en ninguna, como ocurre hoy con el virus, el sexo o el terrorismo; de la misma manera que las iglesias protestantes no enfatizan el culto, y los pastores, lejos de ser personajes sagrados, reciben un sueldo de empleados como los otros operarios que son retribuidos o despedidos por el condominio residencial. La cultura no es sagrada, sino popular; no mira desde lo alto, sino que se encuentra al lado y al servicio del bienestar cercano.
C¨®digos literarios
Ahora es frecuente que se hable de la decadencia del cine de Hollywood, pero posiblemente Hollywood, que ha sabido siempre mucho de cine y de p¨²blico, ha mutado al comp¨¢s de la nueva sociedad. Nosotros, los ilustrados, seguimos viendo cine con c¨®digos literarios y hasta filos¨®ficos, esperamos de la cinta lo que demandar¨ªamos paralelamente a un libro de Faulkner o Marguerite Duras, pero esta historia ha concluido. La celebraci¨®n de horrendas pel¨ªculas llenas de efectos especiales por parte de la juventud no es consecuencia directa de que "no saben nada", sino de que saben algo que los adultos no llegaremos a saber jam¨¢s: ver cine con el canon de la imagen y el sonido, sin la expectativa de recibir est¨ªmulos morales o intelectuales, sino con la sola idea de pasar un buen rato. Despu¨¦s de la cinta no hay nada sino el discurrir por el centro comercial, y antes de la cinta no hay sino el paso de presentes continuos ante los escaparates, el yo incluido en el reflejo del consumo. De esta manera, sin inversiones, sin planes de redenci¨®n social, el arte ingresa en la constelaci¨®n de las experiencias comunes, donde, como so?aba Rousseau para los promeneurs, Pascal para los voyageurs o Baudelaire para los fl?neurs, puede convertir cada d¨ªa en un "domingo de la vida".
Los valores del capitalismo de producci¨®n marcaban con ¨¦nfasis la diferencia entre el bien y el mal, lo feo y lo hermoso, el hombre y la mujer, el yo y el t¨², mientras que en la sociedad de la informaci¨®n, en el capitalismo de ficci¨®n, las categor¨ªas se deshacen sobre un espacio que considera la monumentalidad un bulto insoportable. Ni siquiera nuestro planeta posee hoy la solemne imagen de lo esf¨¦rico: el planeta se ha aplanado a la vez que se ha hecho transitable para los turistas de la tercera edad, para las embestidas del libre comercio, para las especulaciones financieras patinando sobre una cinta de luz. El espacio global, en consecuencia, va perdiendo su imago de bal¨®n divino y ha venido a convertirse en una extensa placenta.
Tambi¨¦n, en contraste con el grandilocuente orden que inculc¨® la Ilustraci¨®n y sigui¨® en el capitalismo de producci¨®n, los objetos actuales no pesan ni ceban los espacios. Hoy las cosas ocupan diez veces menos que sus eventuales semejantes de hace treinta a?os, y cada vez son m¨¢s livianas, se ven menos y su precio tiende a cero. El pendant que formaba la fuerza f¨ªsica del obrero y la lurda presencia del objeto (planchas, locomotoras, tel¨¦fonos) ha sido reemplazado por el paralelismo entre el blink personal y el chip de los aparatos. Ahora nada puede agobiar demasiado, ni el iPod o el m¨®vil ser mostrencos. Los colores suaves han reemplazado al terno burgu¨¦s, y el tacto resbaladizo, a la severidad del fieltro.
En la organizaci¨®n de sistemas, la ret¨ªcula sustituye a la pir¨¢mide, la construcci¨®n virtual al monumento y la intangibilidad de Internet al lomo del libro. La biblioteca, la estatua o la pintura son accesibles al sentido del tacto, pero el hipertexto, el videojuego, la imagen (la musical, la olfativa, la gestual) escapan de las manos. Nosotros, los adultos, no entendemos esta cultura y creemos que no emite; no logramos entrar y sentenciamos que no hay nadie; no llegamos a traducir y deducimos que balbucean; no vemos e ignoramos la virtud de la transparencia, la sabidur¨ªa y el placer de las superficies.
Visi¨®n s¨²bita, emoci¨®n certera, impacto. Hoy no se aprende mediante largos discursos, sino por instant¨¢neas que el cerebro se encargar¨¢ de asociar. El saber -debe saberse- ha dejado de basarse en un ejercicio esforzado o premioso para nutrirse de part¨ªculas cazadas a gran velocidad, sea en el viaje lejano o en los panoramas de las ciudades, las pantallas de los grandes edificios, los Xbox 360. Ser sabio equivale hoy a contar con un amplio punto de vista a partir del cual se dirime y se elige el bien sobre un plano, fotografi¨¢ndolo.
Y el mal tambi¨¦n: lo caracter¨ªstico de nuestro tiempo es que nos hallamos sometidos a juicios sumar¨ªsimos. Sumar¨ªsimos en su doble acepci¨®n: salt¨¢ndose la l¨®gica de una premiosa instrucci¨®n y reuniendo en una sentencia no una sucesi¨®n de datos, sino un impacto. La mirada se ha hecho objetivo. M¨¢s objetivo que subjetivo, o ambas cosas a la vez. Por este efecto de sobjetos matamos o salvamos, elegimos o rechazamos, compramos o no, trazamos binariamente a la velocidad de la luz el itinerario de nuestra biograf¨ªa digital: bio y bi. Bio-l¨®gica como el instinto de un animal y bi-naria, cosiendo la experiencia mediante elecciones punteadas y raudas.
Visi¨®n paisaj¨ªstica
Pero ?c¨®mo se efectuar¨¢ esa acci¨®n? A golpe de vista, por intuici¨®n femenina o afeminada; a primera vista, por formaci¨®n conseguida en la cultura inmanente del consumo. El viaducto franc¨¦s de Millau, dise?ado por Norman Foster e inaugurado en 2004, se encuentra a 245 metros del suelo, resiste vientos de 210 kil¨®metros y cost¨® m¨¢s de 400 millones de euros. Su punto de arranque no fue propiamente la ingenier¨ªa, sino la visi¨®n paisaj¨ªstica. La emoci¨®n de ver la naturaleza desde su punto de vista, sin teor¨ªas, directamente, por empat¨ªa.
La nueva estrategia comercial dicta a la vez que el almacenamiento ha caducado. Los almacenes de Zara o de Dell ya no existen: el almac¨¦n son sus mismos distribuidores y clientes. Ahora el fin no es almacenar objetos o conocimientos, basta con mantener la red. En coherencia con ello, lo determinante en cuanto a la posesi¨®n de cultura es hallarse conectado. El antiguo mundo pose¨ªa un pu?ado de cerebros grandes y mun¨ªficos, "maestros pensadores", "padres espirituales", donde se concentraba el saber. Ahora, como en los muchos contagios de la ¨¦poca, la informaci¨®n se expande en todas las direcciones, ocupando extensas superficies a la manera de una sinapsis. La cultura pierde profundidad en beneficio de la trama vasta y compleja. Pero, tambi¨¦n, lo m¨¢s profundo del cerebro es la corteza o "lo m¨¢s profundo del hombre es la piel".
"Extra?a postura la que valora ciegamente la profundidad a expensas de la superficie, y que quiere que superficial signifique no una dilatada dimensi¨®n, sino s¨®lo falta de calado", dec¨ªa Deleuze en L¨®gica del sentido. Por ello el sentido del humor es tan importante en nuestros d¨ªas, y no se concibe un buen comunicador que no use esta forma de complicidad superficial y ampliable a todos los sentidos. La tragedia o el drama requieren alguna profundidad, pero nuestro tiempo, enemigo de lo tr¨¢gico, incompatible con lo hist¨®rico, es eminentemente presencial y superficial. Ni profundamente religioso, ni agresivamente ateo, la partida se decide en un campo deslizante como las pantallas de todos los juegos.
En la tradici¨®n, lo superficial fue lo malo, y lo profundo, lo bueno. Esta oposici¨®n se corresponde con el mal de las apariencias y el bien de las esencias. O tambi¨¦n: la vanidad del lujo, de la ostentaci¨®n, del consumo de objetos, expuestos a la vista, mostrados y obscenos, en contraste con el pudor, la honra, el ahorro velado en el interior de la alcanc¨ªa.
La cultura-culta ten¨ªa en la cabeza una sociedad atestada del saber elitista, pero la sociedad actual s¨®lo puede moverse sin cargas ni nudos trascendentes. Esta cultura sin culto, sin bibliograf¨ªa, apenas pesa, y la liviandad de su memoria (hist¨®rica, erudita, inventarial) es consecuente con su gran velocidad y complejidad desplegada en superficie.
Nuestros antepasados deb¨ªan memorizar la Iliada o la Eneida si quer¨ªan meditar sobre ellas, pero hoy la memoria est¨¢ ligada a Internet y a las enciclopedias instant¨¢neas. ?Un mundo, pues, sin equipaje? Los ilustrados odian ciertamente esta ligereza, pero ellos, a su vez, son odiados por sus descendientes inmediatos. Porque as¨ª como en el complejo de Edipo el hijo es siempre quien mata al padre, las generaciones actuales entre los 25 y los 35 a?os (la generaci¨®n X) son v¨ªctimas de los nacidos tras la II Guerra Mundial, quienes han venido a asesinar la voz del hijo, a agostar sus iniciativas vacilantes, a dirigir sediciosamente sus conocimientos y a ejercer, sin tregua, una autoridad campanuda o basal.
Durante todo el siglo XX, la nueva generaci¨®n siempre fue m¨¢s rica que la anterior, pero la racha termin¨® a la altura de los j¨®venes adultos de ahora. J¨®venes resentidos contra la precariedad de los empleos, desenga?ados pol¨ªticamente y necesitados, como nunca antes, de las consolas, la Champions, el porno, la droga y el home-cinema. ?Deplorable calidad? La pregunta es del todo impertinente. A una baja calidad de trabajo corresponder¨ªa naturalmente una baja calidad de ocio, pero, por otra parte, hablar de calidad en la cultura carece de sentido, puesto que la cultura es la cultura. La cultura es lo que hay. Y siempre en detrimento de la etapa anterior.
Con algunos de los hijos de la generaci¨®n del 68 concluye la era de la cultura-culta, basada esencialmente en el c¨®digo escrito, en los modos literarios, en el pensamiento hondo y la excavaci¨®n interior. En adelante, cuando luzca esta forma de cultura, ser¨¢ exclusivamente un vintage. La cultura en sentido amplio, el signo cultural del tiempo, se confunde ya con el estilo. No habr¨¢, pues, nuevos Ateneos, ni Cen¨¢culos, ni Grandes Bibliotecas, ni graneros mesopot¨¢micos, a no ser que se quiera distraer a los turistas.
Religiones de consumo
La Ilustraci¨®n sustituy¨® a Dios por la diosa Raz¨®n y el culto sigui¨® encontrando feligreses. El culto al ciudadano, el culto al artista, el culto a la obra maestra. Pero la cultura actual no posee una Religi¨®n Verdadera, sino muchas religiones o religiones de consumo, tal como denunci¨®, indignadamente y puesto al d¨ªa, Benedicto XVI.
Las ideas de la cultura y de los cultos se van transformando en sensibilidad, imaginaci¨®n y creaciones para el entertainment. Poco a poco, una obra ser¨¢ m¨¢s o menos interesante, m¨¢s o menos innovadora, s¨®lo dentro del amplio ¨¢mbito del entretenimiento, de manera que no habr¨¢ que disponerse de ning¨²n modo reverencial para entrar en una sala de espect¨¢culos o visitar un museo. M¨¢s bien el predominio de la superficialidad sobre la profundidad conduce a una clase de establecimiento en horizontal, metaf¨®ricamente femenino.
Para un sujeto educado en la modernidad, la descodificaci¨®n del mensaje sigue una l¨ªnea vertical; pero para el sujeto posmoderno, la descodificaci¨®n se realiza en un plano, dilucidando sin confusi¨®n, integradamente, en el abigarramiento sonoro o gr¨¢fico que tanto desconcierta al adulto en las discotecas, los conciertos de rock, los nuevos centros comerciales o los videojuegos.
Hace relativamente poco, los educadores m¨¢s finos, ajenos al fen¨®meno audiovisual, continuaban diciendo que con cultura se pod¨ªa ir a todas partes, pero ciertamente su cultura proced¨ªa casi en exclusiva de los libros. Seg¨²n su parecer, hab¨ªa tantos libros por leer y tanta ciencia escrita que dentro de las bibliotecas se encerraba todo, y las librer¨ªas, como sucursales del templo, eran sagradas; los libreros, peque?os sacerdotes, y los escritores, profetas. ?sa fue nuestra fe. La cultura-culta reproduc¨ªa los caracteres de la devoci¨®n, el sacrificio, la tenacidad, la meditaci¨®n, el ¨¦xtasis tal como se demostr¨® en el fervoroso centenario del Quijote, reproducci¨®n fidedigna de un A?o Santo donde mediante el texto se alcanzaba el jubileo.
Nuestros antepasados m¨¢s egregios lo fueron gracias a los libros, y nosotros crecimos desde la p¨¢gina impresa y con la p¨¢gina impresa. ?La radio? ?La televisi¨®n? ?La fotograf¨ªa? ?El cine, incluso? Estos medios (hoy llamados "de comunicaci¨®n" m¨¢s que de cultura) constitu¨ªan elementos del entretenimiento, no fuentes del saber, en sentido estricto. El saber -una vez m¨¢s- se hallaba guardado en los libros, y aspirar a m¨¢s significaba servirse m¨¢s de ellos, fuera en un convento o en una prisi¨®n, en una buhardilla o bajo un almendro.
En el contexto del anterior capitalismo de producci¨®n (con ahorro, aplazamientos, acumulaci¨®n de capital, represi¨®n sexual), la lectura era esencial: serv¨ªa para creerse rico sin gastar, viajero sin tomar el tren, ad¨²ltero sin esc¨¢ndalo social, hombre de letras como sin¨®nimo de sabio. Pero ahora ese expediente ha terminado, y no, obviamente, para perdici¨®n de la humanidad.
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