Luz
Las luces callejeras de Navidad se encienden con el crep¨²sculo. En las calles comerciales son abundantes, generosas como espl¨¦ndidos racimos de estrellas, crepitan cuando parpadean con sus pesta?as el¨¦ctricas, zumban constantemente sobre las cabezas de los viandantes, forman ¨¢ngeles que tocan trompetas, estampas de belenes, abetos decorados, hojas de acebo y regalos envueltos. Desde el espacio exterior se pueden ver las ciudades de una parte del mundo m¨¢s iluminadas que de costumbre, una zona de la cara oscura del planeta azul alumbrada furiosamente en una org¨ªa de kilowatios, mientras la otra permanece invariablemente en tinieblas.
"Ahorra luz", "Ahorra agua", "Recicla", dijeron los altavoces medi¨¢ticos durante todo el a?o, y ahora los que ahorramos y reciclamos asistimos al m¨¢ximo despilfarro, al derroche m¨¢s flagrante de electricidad que se haya producido nunca en el mundo. Los escaparates de los centros comerciales se convierten en belenes mec¨¢nicos con funciones diarias, y a los se?uelos Santa Claus les salen chispas del culo de tanto menear la campana.
Cualquier adorno, por rid¨ªculo y nimio que sea, tiene su enchufe, y gasta lo suyo. Ciudades como Londres, Par¨ªs o Nueva York rivalizan por ser los lugares m¨¢s iluminados del mundo, en un desperdicio grotesco de valios¨ªsima energ¨ªa.
Son muchos millones de pasos de contador derrochados durante unos pocos d¨ªas para animar comercialmente las calles del mundo occidental, energ¨ªa que podr¨ªa servir para alumbrar hospitales, calentar viviendas, alimentar bater¨ªas, en fin, destinos menos triviales para los kilowatios. Considerado objetivamente, desde una perspectiva solidaria con la miseria que atenaza a tres cuartas partes de la poblaci¨®n del planeta, el fen¨®meno navide?o es una aberraci¨®n del mundo occidental. Afortunadamente, las autoridades del Ayuntamiento de Bilbao no se han interesado por competir con Londres, Par¨ªs o Nueva York en materia de oropel navide?o, y han encendido las luces una semana m¨¢s tarde, economizando al m¨¢ximo en materia de adornos callejeros, sobre todo en aquellas zonas de la ciudad menos comerciales.
En el ojo del hurac¨¢n, cientos de miles de luces se encienden y se apagan febrilmente para se?alar el camino a los consumidores, entre los que me encuentro. A medida que me alejo de la falla s¨ªsmica de la Gran V¨ªa, las luces disminuyen, los motivos decorativos se hacen m¨¢s modestos, encogen de tama?o y se reducen a un garabato o a una hilera calva de bombillas. Doblo la esquina y sigo caminando por una calle a¨²n m¨¢s discreta. Esta ni siquiera tiene adornos luminosos. Por lo visto, aqu¨ª debi¨® de nacer el Mes¨ªas.
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